Eva

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Eva

Nº de inventario: 039


Tema: Mujer
Técnica: Óleo sobre tela
Clasificación: Objeto de arte
Fecha: 1915
Medidas: 112,5 x 87 cm

DESCRIPCIÓN

En la pintura de Gustavo de Maeztu destaca la figura femenina, potente, voluptuosa, sensual, “legítimas descendientes de las chisperas y manolas de picaresco mirar, insinuantes y prometedoras”. De entre todas destaca su “Eva”, cuerpo desnudo y provocador, convertido en una imagen del deseo y del placer, ofrecido por una mujer de poderosa anatomía que desafía al espectador con su mirada y su sonrisa propiciatoria de placeres amorosos.

Su cuerpo se muestra explícitamente desafiante, oferente, convirtiendo su carnalidad en un templo del placer. Más que el personaje bíblico de la primera mujer, es la imagen del pecado, de Lilit, el demonio femenino que partiendo de una tradición rabínica, considera que la primera mujer del primer hombre fue sacada directamente del limo como él, no “de la carne de Adán” como Eva. La pareja nunca encontró la paz porque Lilit nunca quiso renunciar a su igualdad huyendo del Edén para siempre acudiendo a vivir a la región del aire donde se unió al mayor de los demonios con quien engendró toda una estirpe de diablos.

Su leyenda la muestra en rebeldía, ocupando un sitio en la misteriosa fauna que anima a los espíritus malvados de las peligrosas fantasías de la “gente de bien” de principios del siglo XX, haciéndola responsable de todas las desventuras de la humanidad.

Gustavo de Maeztu convierte a su “Eva-Lilit” en una “femme fatale” ( juega con los rostros de sus mujeres colocando una fina veladura sobre sus ojos, cuya penumbra los perfila como sibilinos y llenos de misterio pero que también patenticen la alegría de vivir), en mujer vampiro, concebida como una fuerza primigenia que, junto al imperativo del deseo sexual, dominará al primer hombre. Es un cuadro que, por otro lado, nos recuerda a los realizados por el pintor alemán Franz von Stuck, en 1891 y 1893, fascinado por el erotismo y titulados “Sensualidad” y “El pecado”, mujeres que son a la vez atrayentes y fatales. En “El pecado” destaca sobre un fondo oscuro, la blanca carnación de la figura femenina que ríe sensualmente y se coge el pecho con una mano.

Utiliza la luz como refuerzo pictórico en el desnudo que brilla a través de la semioscuridad y sirve para reforzar volúmenes.

Este cuadro deja de ser un estudio de desnudo para adquirir el valor de un símbolo de feminidad.