Luis Garrido

Luis Garrido

Luis Garrido (Pamplona, 1951) vive como un monje contemplativo, aislado en su antigua casona de Tirapu, pintando lentamente el paisaje navarro que se abre ante su pequeña terraza, con sus fotinias insertas en grandes macetas mientras escucha a los pájaros. En su casa y en su estudio todo es silencio. Un silencio que empapa el interior y la mirada. Un silencio, calmo y reposado, que lleva a contemplar la vida y las cosas, la naturaleza y el paisaje sin prisas, de manera lenta y pausada. Es como si se hubiera parado el reloj y el tiempo no existiera. Sólo hay silencio, aire y calma.

Pues bien estas tres cualidades, son también las que se aprecian y empapan la mayor parte de paisajes y “naturalezas vivas” de Navarra, que Garrido plasma como los impresionistas directamente en sus lienzos, en unos lienzos de formatos cuidadosamente elegidos y preparados: cuadrados, horizontales, verticales, pequeños y medianos fundamentalmente, casi como los de los primitivos flamencos y alemanes, como dispuestos a recibir sobre ellos paisajes estáticos, silentes, llenos de sobriedad y de calma.

Sus campos, sus hierbas, su cebada, sus encinas y rastrojos, sus viñas abandonadas, sus parras, sus parras y ontinas, sus robles, sus almendros, sus flores, sus flores blancas, sus amapolas, sus fotinias, (son los títulos de las obras de esta cuidada exposición), aparecen envueltas en azules, tersos y profundos del cielo, o en nieblas últimamente, que son trazados y acariciados con un pincel que más que sumar, resta, casi raspa, acaricia el lienzo con la transparencia de su mirada. Y es que Luis tiene una mirada lenta, reposada, cercana, como de miope que indaga y penetra lentamente en el rostro de su amada. Lo mismo hace el pintor con los campos y las plantas, los ve de cerca, los observa lentamente, los acaricia con la tersura y transparencia de su mirada y de sus pinceles, cargados de óleo y de aceite de adormideras. Siempre le interesa más la tierra que el espacio aéreo.

Pero, no contento con ello, Garrido observa y plasma lo exuberante y efímero de la naturaleza, la explosión y fugacidad de la vida. Siempre hay en sus obras como una lucha de contrarios, como una tensión de opuestos, como una pugna de polos: verdura- matojo, musgo-flor, frutos-hojas secas, vida-muerte.

Ambos están cercanos, paralelos, limítrofes, conviven cerca y casi se tocan. Hay como un respeto por los límites y por los espacios. Cada cosa está en su lugar, poseen su hábitat propio, no se invaden y se respetan mutuamente. Últimamente sus robles y álamos, parecen poseer, sin embargo autonomía propia. Se yerguen en el espacio aéreo con una cierta altivez, expandiendo al aire su hermosa cabellera.

Y lo hace además poseyendo acento propio en su pintura, en su lenguaje, en su manera de decir las cosas, de trazar sus pequeños microcosmos en los que con muy pocos trazos es capaz de comunicar mucho. Las emociones y entrañas de la tierra, del paisaje navarro del interior, que él conoce y elige con precisión, que él trabaja y plasma con humildad, con sobriedad, con una mirada acariciadora. Y es que, Luis Garrido es un pintor contemplativo de temas nada pretenciosos, que mira con ojos silentes, humildes, transparentes, cercanos, las tierras navarras. Es, sin saberlo, un gran pintor-ecólogo.

 

Edorta Kortadi Olano

Historiador y Crítico de Arte

Universidad de Deusto-San Sebastián