José Miguel Corral

José Miguel Corral

José Miguel Corral. Raquel Arévalo. Encuentros conformados.

Al igual que el poema gana, si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho, como diría Jorge Luís Borges; el efecto impreciso, y por ello misterioso, que produce el lenguaje de la obra de José Miguel Corral, es superlativo en la medida que sospechamos el riesgo que este comporta. En sus distintas variantes estético-creativas (Autorretratos, Interiores, Bocaminas, Jardines), la sensación de discontinuidad, es más verdadera que el efecto de permanencia, desestabilizando todo tipo de miradas disciplinadas, refrenadas, firmes o inflexibles.

Las formas que Corral produce, parecen revivir, según los casos: lo informe en sus JARDINES, lo hirsuto en sus BOCAMINAS, lo subrepticio en sus INTERIORES y lo perverso de lo excusable en sus AUTORRETRATOS.

Los AUTORRETRATOS, INTERIORES, BOCAMINAS y JARDINES de José Miguel Corral, constituyen en su conjunto una labor de espionaje y pequeños hurtos hacia sí mismo; una postura vital que pone en evidencia un perverso ejercicio de autodominio; un intento por comunicarse con el exterior desde la visión de la pintura como masa, como organismo para organizar un nexo, sin olvidar el concepto de “contenedor”. De “contenedor” de sus distintas variantes estético-creativas, las cuales se redibujan en la soledad de una intrincada profundidad tectónica, dentro de la que ha anidado la sombra de una mirada. Pero, ¿quién mira a quién? Observemos sus AUTORRETRATOS y nos convertiremos en observados. Escrutemos en sus INTERIORES, BOCAMINAS y JARDINES… y nos convertiremos asimismo en elementos vivos pero inertes de éstos. Pues la obra de Corral no corresponde a “un mirar” que no dice, sino a “un mirar” que administra lo que se ve, quizá también el cómo se ve. Su inconsciente óptico reside en el ámbito de lo excedente, incitándonos a la compresión de las condiciones de visibilidad a partir de las condiciones de percepción producidas por él mismo en su proceso creativo. Las huellas que va dejando por sí solo en el agreste y áspero camino del arte, esclarecen su espontaneidad salvaje. En su trabajo no hay espacio para el cansino sentimentalismo y sí para la celebración de una visión humana e inhumana de lo imposible de los sentidos. Como apuntaría Samuel Beckett: “Imposible razonar sobre lo único (…). Imposible querer otra cosa que lo desconocido, lo finalmente visto, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”.

 

Lorena Amorós Blasco

2007