Fernando Pennetier

Fernando Pennetier

Fernando Pennetier. Exposiciones Museo Gustavo de Maeztu

La pintura nombrando morosamente todas las cosas, porque hay momentos en la vida en los que somos principalmente memoria. Cuando empezamos a atesorar, a acariciar nuestros recuerdos y sabemos que cuanto hemos hecho o hemos recibido nos constituye. Pintar con dedicación, sin prisa, buscando la forma más correcta de contárselo a los demás con la convicción de que la probidad en el oficio es la mejor forma de hacerlo.

Vasijas de loza blanca, sencillas y discretas. Hermosas vasijas que tienen dentro o a su lado fruta y pequeñas mesas o estantes donde se apoyan, fruta como placer que la naturaleza puede brindar pero que en los cuadros de Fernando Pennetier tiene más vocación de permanencia que de ser comida. A veces un trapo blanco apoyado solo de forma aparentemente descuidada aporta el calor de la tela, de los tejidos.

Todo ello en estancias en las que el paso del tiempo desgasta sin agresividad los paramentos. Evocación del buen vivir o de vivir sabiendo que las cosas que tenemos necesitan cierta atención, de cierto discreto afecto que las haga confortables.

Cuadros en los que vemos cúpulas y capiteles que hablan del ornamento en la arquitectura, motivos que no se refieren a los espacios en los que vivimos sino a los elementos que los adornan.

Hay también otros en los que esta presente el mar, un mar tan vasto que tiene un movimiento de olas apenas perceptible, casi solo un eco de su inmensidad.

En sus inapreciables movimientos ha dejado en la orilla los restos óseos de animales que parece haber deglutido y expulsado.

No es un mar que viene hacia nosotros, para saber de el quizás tendremos que ir en su busca, tendremos que atravesar los despojados parajes de los que se ha retirado; un mar que envía olas suaves y nos deja con la duda de si retrocede algo más de lo que avanza.

Los cuadros tanto del mar, como de los paisajes solitarios con árboles o en los que en primer plano hay una figura, son apaisados, hacen evidente la lejanía: no son lugares para cobijarse ni donde descansar. El hombre está allí solo con el infinito.

Hay una figura, un rostro que se repite en muchos cuadros. El gesto apenas varía de uno a otro y aun cuando la figura nos ofrece cosas distintas cada vez, no cambia ni su actitud ni su edad. Su mirada es ausente, no nos pide que la miremos, no parece estar en ninguna parte. Es solo el soporte para recordar un estado de ánimo del que ella es una imagen distanciada. Nos hace una indicación pero no nos invita.

Adorna su cabeza con pequeñas flores silvestres, no quiere exhibir más lujos. Es una mujer que viene desde siempre, no tiene edad y va a permanecer encarnándose constantemente porque es una idea, un deseo, una ausencia.

En los cuadros de Pennetier el motivo está siempre en el centro. Lo que sucede no nos hace pensar en lo que pueda quedar fuera, el núcleo está dentro y hacia él quiere absorber nuestra atención.

Todo lo que nos sugiere o nos oculta, todos los misterios que parecen flotar en sus pinturas tenemos que buscarlos dentro de ellas.

Colores suaves y calientes; lo que se cuenta dicho en tono mesurado y en tamaños pequeños que podríamos abrazar si quisiéramos. Hablar en voz baja de los placeres y las preocupaciones eternas. No querer imponerse al espectador, compartir delicadamente la intimidad.

Pedro Salaberri

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