La tierra Ibérica

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ITINERARIO ESENCIAL

 

La tierra ibérica

Nº de inventario: 567


Tema: Pintura heroica
Técnica: Óleo sobre lienzo
Clasificación: Objeto de arte
Fecha: 1916
Medidas: 225 X 600 cm

DESCRIPCIÓN

Depósito de la Cámara de Comercio de España en Gran Bretaña.

Gustavo de Maeztu realizó la obra en 1916. Se trata de una de las obras más representativas de la primera época de nuestro soñador de la pintura. El cuadro fue galardonado el mismo año de su realización con la tercera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes. La obra se enmarca dentro de la temática alegórica y simbólica que realizó sobre el pueblo de España. Su pretensión era representar una nueva raza, un nuevo pueblo, robusto y fuerte – física y espiritualmente – que fuese capaz de levantar el país. Los críticos de arte de la época dedicaron numerosos artículos de la obra.

Concebido como un tríptico genera en la obra un claro concepto de religiosidad. También hay en la idea del tríptico un juego de repetición invertida de un mismo tema recordando las figuras gemelas de los novios de Vozmediano.

Nos encontramos ante una escenografía ampulosa y barroca, profundamente emocional, determinada por su amplio sentido decorativo jugando con tonos intensos, brillantes, sorprendentes, donde la pintura al óleo casi llega a confundirse con el esmalte o adquiere la trasparencia del vidrio bellamente coloreado. Observamos una falta de rigor en el modelado de las figuras y en el contorno pero compensado por la riqueza del color.

Todos sus cuadros de composición están pintados sobre paisajes de los cuales el artista sabe servirse, están en armonía con la idea que sobre ellos tienen los personajes que los habitan o bien en oposición y contraste de la misma para que la obra resulte más dramática.

Busca la opulencia, la decoración y la sensibilidad (en el gesto) pero dentro de un movimiento único, sabio y definitivo. Se trata de gestos que eternizan ademanes antiguos y simbólicos. Así, vemos por ejemplo, a la mujer que extiende su brazo derecho mientras que con el izquierdo sujeta parte de su vestido donde porta las semillas que aventa sobre la tierra en un gesto ancestral de vida. La mujer siembra en el amplio sentido de la palabra ya que es dadora de vida. Son mujeres fuertes, envueltas en mantillas que las modelan hasta las caderas, dejando, a partir de allí, la misión de fingir bloques esmaltados a las vestiduras de tonos graves, profundos e iluminados por intensa luz.

Sus paisajes que exigen modificaciones importantes en los colores naturales y no permiten una representación rigurosamente realista. Maeztu se recrea en el uso libre de todas las formas y todos los colores posibles con el fin de alcanzar el máximo de expresividad disfrutando del uso de una paleta abundante y rica en calidades. En esta obra hay aspiración por parte del artista a rivalizar con la riqueza y esplendor luminoso de la vidriera, hasta el punto que las vidrieras de los interiores de iglesia que figuran en los paneles laterales palidecen ante la exuberancia del color del panel central.

Maeztu crea su propia luz, con independencia de la situación del sol o de cualquier otro foco luminoso, incidiendo en aquellas superficies que necesita reforzar por razones pictóricas, de tal manera que objetos y figuras en vez de recibir y reflejar la luz, la emiten desde su propio seno. De ahí que en Maeztu destaquemos el empleo personal de la luz para fines plásticos, dramáticos y de composición. Un sentido dramático que no se expresa en contorsiones o serpenteos de las figuras sino en reposo y amplitud de una nobleza clásica.

A partir de esta obra el arte de Gustavo de Maeztu fue formándose dentro del amplio propósito de las grandes decoraciones que culminarán con las obras realizadas para el Palacio de la Diputación de Navarra, en Pamplona, en 1935-1936.