Juan María Sukilbide. Tomomundografías

Juan María Sukilbide. Tomomundografías

Juan María Sukilbide. Tomomundografías. Exposiciones Museo Gustavo de Maeztu

Este aguacero es hoy lluvia reventando; el feroz encadenamiento de los rayos puede cegarte.
Bajo el cobertizo, Yol une los hierros y no se da cuenta de que el agua va a terminar mojando la soldadora y provocará un accidente.

Redactar el texto del catálogo es un reto, una oportunidad y una exigencia cada vez más perentoria según se acerca la fecha de entrega.

Recuerdo haber leído a alguien asegurar que únicamente es necesario sentir amor y creer verdaderamente en lo que haces.
Sé que hay mucho que decir y más que ha de permanecer sin desentrañar.

Éste era un comienzo:
Son muy numerosas y variadas las actividades que como trabajo habitual desarrolla el ser humano. Pueden distinguirse en función de su productividad, bondad, exigencia, trascendencia…
Hay quien vigila la deriva de los icebergs, quien tañe campanas; otros diseñan puertas, prueban helados en fase de experimentación, dan sepultura a sus convecinos, reparan grúas en los muelles.

Con líneas de pintura blanca hay quien confecciona castillos, fragmenta un mar de olas entreabiertas, une estrellas en constelaciones. Con cuerdas y nudos mágicos, los chamanes de las tierras de los renos entrelazan ríos y montañas para que no se disgreguen; también así retienen a los espíritus queridos y ellos mismos se ligan a lo que aprecian.

Y éste otro intento:
¿Cómo detiene la imagen la pintura? ¿Hasta qué punto consigue congelarla o es su propósito destacar en la permanencia el incesante flujo?
¿Y cómo atrapa la fotografía? Se trata de evaluar la manera como interviene cada técnica desde que se abandona la mímesis por el auge de lo creativo.

Primero la pintura, luego su fotografía, la elaboración de la toma, la inclusión de la subjetividad del espectador; más tarde la intromisión de las herramientas informáticas, por ejemplo retocando pictóricamente la fotografía a través del ordenador.

Buscamos las maneras de fotografiar la pintura, ella sola o en los entornos que le son comunes de paredes privadas, de galerías, de museos, acompañada de espectadores o sola. Combinarla en improbables magníficos contextos, desorbitarla.

Fotografía el pintor su obra para documentarla, el visitante, para apropiársela. Pintar sobre las fotos.

En estos dos últimos años he fotografiado personas dormidas con la evidencia de las conexiones entre pintura y sueño, creación y dimensiones oníricas.

Además he probado a reinterpretar, con la plasticidad de los colores y las texturas pictóricas, fotogramas de toda clase de películas, escenas y escenarios, personajes tan variados como rico es el alcance de épocas, temas, sucesos que ha llegado a cubrir el cine. Aquí importa el conocimiento que tenemos de según qué tramas.

Puedes ajustarte a una forma de expresión y explorarla, comprometiéndote con ella con el convencimiento de que la gramática es un colosal punto de partida; o puedes dejarte arrastrar por otras representaciones, embargado por el destello de la novedad, por el vértigo de las enormes posibilidades en su inmediato fulgor.

Hay mucho donde mirar: el marco de un cuadro o de una fotografía supone un imán para ojos taciturnos o miradas excitadas. Y un pozo, y un túnel, deslumbrantes.

Soñé que retrataba a un grupo de personas alrededor de una mesa bien surtida de alimentos y de bebidas. Una escena de pura alegría de vivir, un festín que he vivido y he visto en pinturas como las de las Bodas de Canaá (por ejemplo, las del Veronés) o un banquete nupcial de Brueghel, en cine, deleitándose en un tema plástico y hermoso como pocos.

Veía, tumbado en la hierba, las hojas de dos árboles entrecruzados, unas en los conmovedores matices del granate, otras en deslumbrantes inagotables verdes, y la luz del sol sobre cada porción de cada una de ellas resultaba espléndida, hipnótica, los deliciosos recortes de las formas contagiadas por el soberbio espacio cenital. El azul provoca el verde; el aire hueco y el aire henchido crean más verdes.

Aire de luz que deja escuchar su aliento rebotando de una hoja a otra, de la devoción de una hoja alta a la devoción de otra arropada. En el salto mortal, la luz se despoja de la luz y resulta una luminosa nada en el instante en que pretendes retenerla, por ejemplo para una pintura.

Ahora pensaba en un pintor que siempre expone los mismos cuadros —eso de que al final uno siempre pinta igual, escribe el mismo libro, cuenta una historia idéntica por mucho que truque lo accesorio—. Sólo que de una a otra ocasión cambia lo que él juzga estrictamente necesario variar. Bien porque ha mejorado su técnica —ahora sabe dibujar mejor los pliegues de ese vestido—, bien porque la imagen ha necesitado evolucionar por su propia dinámica interna, por las influencias de los tiempos nuevos, del avance de las artes.

Siempre las mismas obras, con elementos añadidos según un nuevo icono ha cobrado importancia en el mundo personal del pintor (el emblema del cordel enredado, la alegoría de la orilla oculta, su particular símbolo del vuelco vertiginoso).
Ha de distinguir —y esto no es nada sencillo— qué merece quedarse y qué ha de reconvertirse. Trata de calibrar el significado del paso del tiempo valorando lo que ha de ser permanente; busca reflejar cómo cambiamos.

Tozudo empeño.
Cambiar sólo lo estrictamente indispensable para evitar el estancamiento, la alienada detención, el atraso, la cansina repetición.
Un reto a su integridad, un compromiso con su centro más profundo, una búsqueda de sus creencias más inamovibles.
Sin importarle las críticas obvias.
Intemporal. Conservar el dinamismo o la quietud, la violencia, la rabia o la serenidad que originariamente aparecieran en la pintura.
Claro que un libro no necesita reescribirse, ponerse al día (a pesar de que sí se producen constantes reinterpretaciones), ni un cuadro de Hopper repintarse ni una pieza de Chopin alterarse…
Ya hay mucho hecho.

La tormenta es un violento lazo de fecundación entre el cielo y la tierra. La que está cayendo ahora es tan feroz que podría engendrar un diablo de espinosa armadura azul. Disuelve las formas sugiriendo metáforas que apuntan a un mundo sin sentido, sin propósito, siluetas indefinidas, aleatorias, banales, apoderándose de las telas pintadas.

Sabemos de los animales en peligro de extinción como los tapires, los gorilas, las vicuñas, los canguros, las ballenas; plantas como el diablito de tres cuernos, el higuero de sierra, el palo de rosa, la palma manaca.

Desaparecen palabras: tamangos, piola, noviar, bigotera. Otras han perdido su filo, su penetración, se convierten en expresiones manidas o retóricas —el término revolución se lo apropian con descaro un banco o un gobierno de más de cuarenta años—. Mueren lenguas enteras, oficios, culturas.

Pero los colores no se pierden. La calidad de la luz —salvo en zonas contaminadas o invadidas por la artificial luz eléctrica— no se degrada. A pesar de la polución o de la explotación agraria que consume la tierra, a pesar de la ya multimillonaria edad del sol.

Claro que en una planta enferma, en un paisaje corrompido, vemos reducido el esplendor del color. Un portón que se ha enfrentado erguido durante años al sol y al agua o unos zapatos gastados muestran otras cualidades no estelares del color. Los ojos cansados, el espíritu deprimido, eso también condiciona nuestra visión. Por el contrario, el entusiasmo, la alegría, las emociones positivas, sin duda, añaden claridad.

Los colores se degradan con el uso abusivo: omnipresentes señales rojas para alertarnos de innumerables —en ocasiones falsos, interesados— peligros; el blanco para designar una inocencia que muy a menudo resulta ser simplicidad o candor si no una afrenta a ese mismo ideal. La publicidad se adueña de colores concretos. Igual que hay palabras gastadas, hay colores maltratados. La economía, la política, la tecnología, el consumo marcan tendencias, favorecen a unos colores imponiéndolos frente a otros.
Coches, ropas, paredes en nuestras casas… ¿Qué elegimos? ¿Con qué margen más allá de prejuicios, convenciones, consignas escogemos nosotros los colores?
El uso masificado de objetos producidos industrialmente, las contundentes campañas propagandísticas condicionan nuestra percepción.
En este sentido una de las aspiraciones de la pintura sería contribuir a rescatar, a sanar, a conservar el color, reconocerle su vigoroso y alentador ser ayudándonos no sólo de él mismo sino de tantas herramientas del oficio que potencian o matizan sus cualidades. Más allá de la pintura que evoluciona con su tiempo y con las ideas que lo conforman, hay otra que reclama los valores intrínsecos, intemporales, del color, su expresividad esencial tan necesaria, irrenunciable.

Podría ser ésta la idea a desarrollar. Sin embargo, precisamente hoy, tras la cortina de agua no distingo a qué transitoria inquietud corresponde el amarillo de aquel rótulo.

 

Tomografía viene del griego tomos, que significa ‘corte’ o ‘sección’, y de grafía, que significa ‘representación gráfica’. Por tanto, tomografía es la obtención de imágenes de cortes o secciones de algún objeto. Así son algunos de mis cuadros: planos sin sombras ni perspectivas, ¿descarnados?, delgados como el corte de un tejido humano que, en una placa de cristal, ponemos bajo la lente del microscopio.

Ahora recuerdo que entre dos de los personajes del banquete surgía una fuerte atracción, también que por un momento uno de ellos desaparecía y todos se miraban extrañados, hasta que una ola de espigas acuosas barrió la mesa reemplazando las fuentes de fruta por dos piezas de ajedrez que flanqueaban a un hermoso tucán bajo la lluvia.