Carlos Ciriza

Carlos Ciriza

Carlos Ciriza. Exposiciones Museo Gustavo de Maeztu

Gracias a la mirada de Ciriza, a la capacidad de plasmar en sus obras lo apenas perceptible por los sentidos, o más bien, de elaborar la información, concentrarla y ser capaz de reproducirla en una obra nueva, sus piezas nos salvan. Aunque sólo sea durante el tiempo en que las contemplamos, éstas nos salvan de las modas, lo superfluo, los mensajes explosivos pero sin fondo, lo pasajero y la sensación de vacío que lo acompaña. Nuestros ojos descansan en la contemplación de sus formas sencillas y rotundas, acarician despacio la superficie de las piezas tratando de reconstruir mentalmente el volumen inicial, sin fisuras. Nos asomamos al interior de las piezas, a través de los huecos que han dejado libres los pedazos desplazados, y nos encontramos allí con la luz y el aire, que llegaron antes que nosotros y juegan ya al escondite como cuando éramos niños.

Y es que – al menos yo – no puedo evitar relacionar sus formas con placeres de la infancia. En el caso de las esculturas, los pedazos que se desprenden (que de hecho “acaban” de desprenderse, pues aún no han tocado el suelo y en algunos casos podemos todavía escuchar el sonido sordo y seco de la separación), me recuerdan a los pedazos que se me desprendían del helado de naranja o limón que tomábamos en verano, el clásico polo, o la sensación untuosa y suave de partir con las manos un trozo de turrón blando. Los perfiles irregulares y suaves de las piezas me devuelven los recuerdos de las clases de plástica, en las que jugábamos con arcilla y utilizábamos un hilo para separar las pedazos. Los perfiles que se creaban con aquel hilo al contacto con el barro eran parecidos.

A pesar de su sencillez, o precisamente gracias a ella, las piezas de Carlos Ciriza despiertan todo tipo de asociaciones y nos ayudan a descubrir nuestro propio imaginario interior. Si por el contrario, hubiera preferido trabajar formas figurativas, al enfrentarnos a ellas, irremediablemente nuestros ojos sólo verían un animal, una persona o cualquiera que hubiera sido el motivo elegido por el artista.

No, Carlos Ciriza nos invita a mirar con los ojos del corazón, de la memoria, del alma. Estos ojos “internos” tienen la cualidad de ver más allá. Con ellos nos apoyamos en la forma y la materia, pero sólo para tomar impulso y dar el salto a experiencias estéticas más profundas.

Dichas experiencias ganarán en profundidad y repercusión, en la medida en que aprendamos a reparar en lo sencillo. ¿Cuántas veces no alcanzamos a ver la belleza por encontrarse ésta demasiado cerca? ¿O por resultarnos muy evidente? En este sentido Ciriza no da nada por hecho ni por demasiado evidente, sino que por el contrario, parte de formas completamente elementales, despojadas de cualquier elemento accesorio o decorativo, y dedica todos sus esfuerzos a desentrañar la belleza que esconden en su simplicidad. Se podría decir que su obra constituye un ejercicio de “esencialización”.

Para ello, en esta etapa creativa que ahora atraviesa, el artista rompe la unidad de la masa. Pero no de forma aleatoria, sino que sus obras responden a diseños previos en los que estudia de antemano todas las posibilidades de la pieza. Por supuesto, estudiarlas todas supondría una labor infinita, así que plantea las más interesantes para él, y se recrea en cada transformación del bloque original: en el desplazamiento de cada fragmento, en los diferentes volúmenes, sus dimensiones y sus formas, en la textura de su superficie, los vacíos que crean los desplazamientos y los consiguientes juegos de luces y sombras. De esta forma, descubrimos de su mano, las infinitas posibilidades que albergan las formas básicas.

 

Alejandra Coello de Portugal Erhardt