Para esta exposición he seleccionado obras realizadas en un período que abarca desde 1972 hasta nuestros días. Al hacer esta selección he querido resaltar, muy especialmente en la parte dedicada a los óleos, una faceta que, aunque ha sido una constante en mi trayectoria artística, tal vez no sea la más conocida. Me refiero al papel que representa en mi obra la presencia de figuras.
Aunque pocas veces he tratado la figura en forma de retrato clásico, ésta aparece frecuentemente en mis cuadros, y aparece integrada en un ambiente con el cual establece una relación. Esta relación puede hacer que la figura asuma un papel protagonista o bien que, como sucede en otras ocasiones, llegue a perderse casi, a pasar desapercibida, sumergida en la imagen general.
La aparición de una figura no es casual. El cuadro cobra sentido gracias a ella, pues siempre existe una secreta relación entre los elementos que lo componen.
Estas figuras, los personajes que aparecen en mis cuadros, pertenecen a mi entorno familiar más próximo, son amigos o conocidos y casi siempre, aunque aparezcan de espaldas o a escala muy reducida, están tratados como retratos.
No me interesan las figuras impersonales o estereotipadas. Quiero que sean ellos mismos en cada caso.
Es cierto que a veces, especialmente en los últimos años, pueden aparecer en mis cuadros personajes anónimos, pero siempre están tratados con la misma atención. Es lo que sucede con las figuras de “La pareja del Bósforo”, o la que aparece en “La Latina”, una de mis últimas obras.
En esta utilización de la figura hay, también, una cierta ofrenda a las personas representadas, a las que intento captar en los aspectos y actitudes que más me atraen de ellas.
Y para ilustrarlo bastan tres ejemplos. En un cuadro del año 2000, el titulado “Bilbao”, la figura de Tere Hermana transmite seguridad y equilibrio frente al ambiente sombrío y caótico de la ciudad. En “Fernando en el enlosado” mi amigo se está haciendo preguntas sin posible respuesta en ese lugar místico y extraño de su Segovia natal del que tantas veces le he oído hablar. Por último, en el óleo “Glasgow”, la imagen recortada y en actitud contemplativa de Jesús sobre una azotea industrial contribuye a rememorar el aspecto más melancólico de la ciudad que le da título.
No acostumbro a dar pistas de este tipo sobre mis intenciones a la hora de plantearme un cuadro o de resolverlo. Creo que cuando se habla demasiado de algunas cuestiones hay muchos aspectos que se devalúan y pierden interés mientras que, si se reservan, pueden permanecer intactos.
Pero no siempre hay que buscar motivaciones trascendentales detrás de cada cuadro. Son muchas las veces en que afronta la obra de manera mecánica y a lo largo del periodo de ejecución, que en mi caso es largo, el autor se va encandilando y termina teniendo sentido algo que ni se sospechaba al principio. También hay momentos desafortunados, en los que no se consigue llegar a nada, y otros, en cambio, en los que, desde el inicio, se tiene una sensación casi de enamoramiento con el cuadro, y éste va surgiendo así sin grandes sobresaltos y su resultado no suele defraudar. Aunque estos últimos son mis favoritos, no reniego de los demás.
Tengo muy claro que es prácticamente imposible mantener siempre el tipo.
Pienso que en cualquier exposición, incluso en las de los más excelsos artistas, suele haber algo que flojea y que no es del todo extraño creer que un cuadro ha salido redondo y que, sin embargo, despierta poco interés.
Confío en que la presente exposición, en la que hay un buen número de obras tanto de mi colección privada como de las de familiares y amigos, dé una visión más íntima de la que es habitual. Y que ésta visión, complementada por la presencia de obra reciente, tanto en óleo como sobre papel, facilite la comprensión de una trayectoria que es ya larga, de más de treinta años.
Clara Gangutia