Épocas

El artista y sus épocas


GUSTAVO DE MAEZTU

Primeros años

Primeros años

El 30 de Agosto de 1887, a las siete y media de la mañana nacía en la casa nº 48, piso tercero de la calle de la Florida en Vitoria, Gustavo de Maeztu y Whitney. Su madre, doña Juana Whitney y Boné, natural de Niza, en Francia, era hija de don Juan Whitney, natural de Milán, Italia, comerciante y de doña Sara Boné, natural de Londres. Su padre, se llamaba don Manuel de Maeztu, propietario y natural de Cienfuegos, en Cuba. Era hijo de don Francisco Maeztu, natural de Alcanadre, provincia de La Rioja y su madre era doña Ana Rodríguez, natural de Cienfuegos, en Cuba.

El día 2 de Septiembre era bautizado en la parroquia de San Miguel Arcángel. Fueron sus padrinos sus hermanos Ramiro y Ángela. Recibió los nombres de Gustavo Jorge Pelayo.

Será Gustavo miembro de una familia cosmopolita. Este aspecto será importante en la formación de Gustavo, pues su espíritu, siempre inquieto no se satisfizo con la presencia continuada en ningún sitio, ya que su quehacer creativo se iba a inspirar en el continuo contacto con gentes y paisajes diversos, que le llevarán a recorrer parte de Europa y toda la península ibérica.

Es el último vástago de una familia compuesta por otros dos hermanos, Ramiro y Miguel Ángel y dos hermanas, María Ángela y María Ana. Se completaba la familia con la presencia de un personaje muy importante para la formación de todos ellos, Magdalena Echevarria, o Madalen, como era cariñosamente llamada.

Por estos años se vivía en Vitoria gran riqueza de manifestaciones culturales que se proyectaba en la sucesión de eventos culturales, científicos y de comunicación. Esto último lo podemos observar en la abundancia de periódicos y revistas como "El Porvenir Alavés", "El Fuerista", "El Norte de España", "La Trompeta", "La Guindilla", "La Gaita", "El Contrabajo", diarios, donde se alternaba la seriedad con la sátira y en los que se foguearon como ilustradores artistas de la talla de Díaz Olano, buen amigo de Gustavo de Maeztu. Sin embargo, por su edad y su pronta partida de la ciudad no pudo gozar de estas actividades culturales.

Cuando don Manuel y doña Juana se asentaron en Vitoria su estatus social era el de unos indianos adinerados que alternaban con lo más exquisito de la ciudad, llevando una vida espléndida, que permitió, sobre todo a Ramiro, vivir en un ambiente doméstico de comodidad y opulencia.

Este ambiente de abundancia, donde se alternaba el castellano con el inglés, las atenciones de las niñeras, los paseos gozosos en el coche familiar o la posesión de la primera bicicleta llegada de París, terminó en bancarrota familiar.

En 1894 muere en Cuba don Manuel Maeztu, a donde había acudido para poder salvar algo de su patrimonio. La familia se trasladó a Bilbao.

Abandonaba Gustavo una ciudad, que para él solo significó juego y diversión y partía hacia un Bilbao industrializado, donde aprendería sus primeras letras y por lo tanto sus primeros sacrificios.

Apenas llegada a Bilbao doña Juana, fundará un centro docente que llevará por nombre "Colegio de Señoritas Whitney de Maeztu. Academia Anglo Francesa". El colegio lo abrió gracias a la ayuda de un republicano rico, Horacio Echevarrieta.

Por este motivo, el colegio se vio pronto asediado por un agresivo clericalismo. ¿Cómo confiar la educación de niños a aquella inglesa, acaso protestante, quizás descreída, y cuyos hijos presumían de liberalotes y el mayor hasta se las daba de anarquista?

Pero doña Juana no se dejó vencer y su abnegación propició el triunfo. Abnegación que le llevará, a escribir en febrero de 1901, a sus 43 años, a don Miguel de Unamuno, Rector de la Universidad de Salamanca y amigo de su hijo Ramiro, solicitando las condiciones para presentarse a una cátedra de francés en esa Universidad.

Indalecio Prieto, que tuvo duras palabras para todos los miembros de la familia, excepto para Ángela, "la más inteligente, la más abnegada, la más modesta de los cinco hermanos, la única entre ellos refractaria al exhibicionismo", se deshacía, sin embargo, en elogios al hablar de doña Juana, destacando en ella, unos rasgos de singular belleza.

Entre tanto, probablemente ajeno a las penurias de su madre y a las inquietudes de sus hermanos mayores, Gustavo acudirá al Instituto de Bachillerato de Bilbao, y como un niño más de su edad, dedicará más tiempo a emborronar sus libros de dibujos (sobre todo con caricaturas de su hermana María) que a estudiar y, como no, a soñar.

Con el apoyo de su madre pasa a aprender dibujo en el taller del pintor tolosarra, afincado en Bilbao, Antonio María de Lecuona y Echániz, quien fue pintor de Cámara de la Corte de Carlos VII. Con él, Gustavo, aprendió los rudimentos del dibujo y de la pintura.

Como nos cuenta Unamuno, discípulo del mismo pintor, en su estudio se podían contemplar copias de Teniers, donde se refleja el ambiente populachero. Pero también se hablaba del Greco, aunque "no más que como un loco y un extravagante".

Tras este breve período, sus inquietudes le llevaron a frecuentar el estudio de Manuel Losada Pérez de Nenin, quien también, en sus principios había acudido al taller de Lecuona. Mientras alternaba su deseo de aprendizaje pictórico con los estudios mercantiles.

La tradición que suponía el estudio de Lecuona se veía ahora rota en el taller de Losada, pues éste había pasado una larga estancia, muy fructífera, en París, siendo asiduo de Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Ignacio Zuloaga, Pablo Uranga, Paco Durrio y James Mac Neill Whistler.

Las predilecciones de Losada se orientaron hacia la pintura de El Greco y de Velázquez y gracias a su magisterio, los pintores vascos, entre ellos Gustavo, comenzaron "a encontrar su camino completamente al margen de la académica pintura madrileña y romana de fines del pasado siglo, empalmando sus inquietudes con la herencia que habían dejado Goya, el Greco, Velázquez y Ribera".

El joven Maeztu, adquirió una clara impronta losadiana, pero no sólo porque su pintura, (sobre todo la de tipos), tuviese el aire casticista de su maestro, sino porque además "siente el añejo arte español con vehemencia que no es pegadiza, sino que radica en un temperamento cuyos gustos y tendencias tienen mucho de común con la pintura que realizaron los viejos maestros.

En este estudio se le despertó una inusitada afición a la lectura del Guzmán de Alfarache, pensando en retratar toda la sociedad que se describía en el libro de Mateo Alemán. En su mente, aún joven, se bosquejaban infinidad de cuadros en donde se representaban escenas de la "andante picaresca". Pero aún no disponía de la habilidad técnica que le permitiese trabajar sus sueños en el lienzo.

En 1905 participa en la Exposición de Bellas Artes de Bilbao celebrada en los locales de la Sociedad Filarmónica, inaugurada el 16 de mayo. Era su cuarta edición. Gustavo tenía 17 años. Otros artistas que participaban eran Losada, Alberto y José Arrúe, Regoyos, Larroque, Asarta, Saénz Venturini, Daniel e Ignacio Zuloaga, Iturrino, Pablo Uranga, Seguí, Araluce, Berrueta, Durrio, Basterra, Moisés Huerta, Guiard y Canals. Gustavo exponía tres obras tituladas: "Un estudio", "Bodegón", "Estudio para un retrato".

Al año siguiente se repite la misma exposición de Bellas Artes, también llamada de Arte Moderno en la Sociedad Filarmónica de Bilbao. Gustavo expone un total de cuatro cuadros: "Alcalde en traje antiguo", "Mujeres del Campo", "Aldeana" y "Bodegón".

PARIS 1907

París 1907

En este año tuvo lugar la primera salida de Maeztu a París. Esta marcará también el inicio de una vida caracterizada por la movilidad, que le llevará a recorrer toda la geografía española y diversos países europeos.

Su estancia en París durará tres meses, desde abril a junio. Allí conocerá a Picasso, quien por estas fechas ultimaba su famoso y emblemático cuadro "Les demoiselles d'Avignon".

Si bien, el conocimiento de las nuevas corrientes no pareció calar muy hondo en el jovencísimo Maeztu, la capital francesa le brindará la posibilidad de penetrar con mayor firmeza en la apreciación de la pintura española clásica, paradoja que ya se había producido en otros pintores españoles que, al igual que Gustavo, habían acudido a la capital gala con aspiraciones aperturistas.

En el mes de abril, se hallaba instalado en el hotel du Chevalier du Guet n° 112, rue de Rivoli: "el cuarto es pequeño y con muebles verdaderamente humorísticos, una cama de barco donde daría a luz o pariría la madre de Richelieu, una cómoda de caoba que en otro tiempo guardaría encajes y, hasta que llegué, mucho polvo y un reloj de bronce grave y sereno como el cojo del cinematógrafo... ".

También durante este mes de abril, Gustavo ya había contactado con Paco Durrio; este polifacético escultor, amigo de Gauguin, bohemio genial, era uno de los creadores más admirados y queridos por el resto de artistas vascos. El contacto con Durrio será impactante: "Me preguntó por todos vosotros muy amablemente y después me invitó a café. Lo tomamos en compañía de un Robinson, un hombre con un pelamen largo enmarañado, un gorro de pieles y traje de pana con botas de explorador y cara de cachondo. Después supe que era el tabernero de la esquina y muy amigo de Paco, simpatizamos mucho".

Gustavo acude al Louvre, y a otros museos como el de la Historia de las Religiones, siendo también fácil encontrarle dibujando los animales del Zoológico. Para Maeztu es muy importante la visita a todos los museos. Según sus palabras, para saber pintar no hace falta contemplar la naturaleza, considerando que la naturaleza no se nos revela nunca, ya que si lo hiciese estaríamos cerca de Dios, cosa que considera bastante difícil. Por eso y dentro de la concepción de Maeztu, para saber pintura, era preciso haber visto muchos cuadros y muchos museos. Esto es lo que le propició la ciudad de la Luz.

Maeztu vivirá con Meabe en París. Tomás Meabe será a lo largo de su corta vida uno de los mejores amigos de Gustavo. Escritor, comenzó su actividad política siendo delfín del nacionalista Sabino Arana, derivando posteriormente hacia unas concepciones de izquierda que le llevarían a fundar las Juventudes Socialistas.

Ambos personajes, jóvenes y ansiosos de lograr el reconocimiento en esta inquieta ciudad, compartirán aventuras, y cómo no, anécdotas, como las que nos narra Estanislao Mª de Aguirre, permitiéndonos entrever la precaria, pero divertida existencia de los incipientes creadores.

Un día Gustavo de Maeztu pintó un cuadro que dejó a secar por falta de espacio en la ventana del patio por donde unas vecinas asomaban la sana alegría de su juventud. Marchando después a una de sus visitas, Meabe, que trabajaba en una de sus traducciones para Garnier, escuchó unas carcajadas estrepitosas... y su sorpresa fue grande cuando encontró el suelo lleno de patatas, cebollas y otras hortalizas variadas". Las vecinas, al contemplar el cuadro de Gustavo, jugaban a acertarlo como en un juego de feria. Meabe ante este nuevo maná, sacaba a menudo el cuadro al patio, donde se repetía el "mismo milagro". Al fin, enterado Gustavo y armado en cólera, montó un fenomenal escándalo.

Gustavo arremete constantemente contra el Bilbao que, ahora con la distancia, se le antoja más anquilosado que nunca. Y así se lo manifiesta a sus amigos. "Os veo algo tristes, no me extraña, en Bilbao los locos no hacemos más que jugar a la gallina ciega, andamos a tientas y de vez en cuando nos dan un palo que nos joden".

"Tomás y yo ante las magnificencias de los griegos y los venecianos nos sentimos paganos de veras, odiamos el catolicismo de un modo muy espantoso, cuando seamos célebres organizaremos la gran comida universal, una cena que se celebrará en primavera a poder ser en Luxemburgo para protestar contra veinte siglos de tristeza. ¡Viva la Vida! ¡Viva la Esperanza!". Esta carta iba destinada a Ricardo Gutiérrez Abascal, que bajo el seudónimo de Juan de la Encina, será uno de los críticos más importantes de los primeros treinta años de este siglo, elevando a cotas de gran calidad los comentarios artísticos. Le invita Maeztu a que deje Bilbao y acuda a París donde "tiene casa cojonuda, cuartos, y si quieres te buscamos señora para los ratos de nervios".

Maeztu observa, contempla un mundo del que esperaba mucho y del que sale decepcionado por su mediocridad. Va a ser este mundo, o submundo, el que le interesa en un momento en el que más entrelazadas van a estar pintura y literatura. El espíritu de París le sirve para sus perfectas ambientaciones. Al igual que en la pintura, paisaje y figura, son un todo que unifican la lectura, eliminando el contraste, algo tan fundamental para el arte contemporáneo. Él se preocupa del París que chorrea humorismo e inteligencia. Le interesa como espectáculo. París se traduce en una experiencia de vida que le va a servir como argumento para sus obras literarias.

No obstante, no será baldía su estancia a nivel estético. Encuentra la tradición artística española en sus visitas al Louvre, y la complementa con el conocimiento de dos españoles que triunfan en Francia: Zuloaga, (ya conocido por Maeztu) y, sobre todo, Anglada Camarasa "el colorista del ritmo latino", que le ayudará a descubrir una pintura de carácter sensual y romántico.

Consecuencia de este contacto, es el afianzamiento que se produce en su obra, pintando unos cuadros que rebosan sentido decorativo, destacando en su paleta el azul, el verde y el rojo, centrando su obra en tres preocupaciones: el color, el volumen y el ritmo. Volumen que dará a las mismas un sentido escultórico. Maeztu manifiesta su gran asombro por el mundo griego a nivel escultórico. Entre los hombres y mujeres de Maeztu hay mucho de los Kurois y Kore griegos.

El Coitao. 1908

El Coitao. 1908

Tras esta agitada y fructífera estancia en París, se impuso el regreso a Bilbao. Aquí, se embarcará en la aventura literaria de crear un periódico de opinión, "El Coitao", cuyo primer número aparece el 26 de enero de 1908, tras un largo proceso de gestación.

Bilbao no había cambiado nada, era la misma ciudad provinciana y anticuada a la que llamará Hesperia, nombre que de antiguo se daba a la península Ibérica en su totalidad, por lo que su Bilbao se convierte en un símbolo de un país abandonado a su decadencia. El mito de Hesperia se traduce en uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad. Inmortalidad a la que aspira todo creador.

"En Hesperia, como en el resto de la península, no se desencadenaban las pasiones porque, en ese caso España, hubiese ido por el camino de su renunciación. Lo que se desencadenaba a menudo en Hesperia eran romanzas de gritos y berridos que los hesperios lanzaban a todo lo nuevo, a todo lo que significaba movimiento libertador del ruralismo y la barbarie".

Contaba Ramón Gómez de la Serna, que si hubiese una juventud digna habría pequeñas tertulias. En una de estas, la que se celebraba en el Café Arriaga, surgió el propósito de realizar El Coitao. La aportación económica para el mismo se inició con 800 pesetas que José de Arrúe tenía. Gustavo de Maeztu ponía "el alma", el seudónimo de don Tejón Vélez de Duero y su pluma ácida. Luis Mogrobejo, marino mercante y primo del escultor Nemesio Mogrobejo, dejaba su casa en la calle Santa María, de Bilbao.

Desde el principio, se trató de dar un aire de denuncia y agitación a la. adormilada ciudad, pero también, un fondo de calidad intelectual. Buscaron firmas como la de don Miguel de Unamuno, quien les envió a modo de primicia, un capítulo de su obra "Recuerdos de niñez y mocedad". Otros importantes colaboradores fueron: Pío Baroja, Ramón de Basterra, Ramiro de Maeztu, Juan de la Encina, Tomás Meabe y José Mª Salaverría. Había numerosos artículos de crítica a la sociedad bilbaína y de aliento a los jóvenes artistas en su empeño por luchar en pos de sus ideales.

Como declaración de principios sugieren la pretensión de hacer un periódico esencialmente bilbaíno, "no yendo en armonía lo que se dirá con su nombre, pues coitaos totalmente es difícil hallar en esta tierra de vivos".

Todos los participantes en el proyecto eran jóvenes con una edad situada entre los 20 y los 30 años. Todos, pues, trataban de abrirse camino en una ciudad que consideraban no sólo intolerable, sino que además no permitía prosperar al artista en su labor creativa, al no propiciar unos cauces de expresión. Como dice Maeztu en su novela "El Gato Azul" (en voz de Rufo), los hesperios (bilbaínos) "están arrugados espiritualmente como las ropas escondidas en los armarios; aquí hay miedo a todo, empezando por la capital, que es de una cobardía indocta". Debido a esto, a lo que consideraban un pueblo dormido que permanecía indiferente, sostendrán la necesidad de agitarlo "repartiendo hojas cuyo contenido sea como un látigo".

Como participación para el primer número, Unamuno envió un amplio artículo titulado: "Abajo la coitadez" donde atacaba a Antonio Trueba, escritor ya fallecido y máximo exponente de lo que llamaban aldeanismo. El “Coitao” atacaba al "bizkaitarrismo" y el jesuitismo. Este segundo frente, el más duro en cuanto a elementos satíricos, entraba dentro de un panorama más amplio que abarcaría todo el Estado y en especial a Cataluña, el otro foco regenerador del arte de la Península.

Es en esta época precisamente cuando el anticlericalismo presentó sus formas literarias más violentas, no siendo solamente anticlericales, sino también anticristianas, como tendremos oportunidad de percibir en las líneas que suscribe Maeztu en el libro: "Andanzas y episodios del Señor Doro". En su capítulo XIX titulado "Canto plañidero a la sociedad que se va", nos habla de una Arcadia feliz hasta que surgió la religión.

Estos jóvenes escritores veían en el cristianismo un enemigo del desarrollo de la personalidad humana, adoptando en contra, una posición fieramente individualista. Los movimientos regionalistas que surgieron, fueron la antítesis de este movimiento, poseyendo una amplia base católica y socialmente acomodada. Será en 1908, y dentro de este espíritu, cuando José Ferrándiz, "cura Ferrándiz", dirá que el separatismo catalán y el "bizkaitarrismo" se fraguaron en el colegio barcelonés de la calle de Caspe, en Loyola y en Deusto.

Unamuno se va a convertir en guía espiritual del grupo. No sólo compartían sus ideas, sino que, sabedores de su proyección universal como pensador, necesitarán de su colaboración para refrendar sus propuestas. Unamuno siempre inquietó a la anquilosada Bilbao. Su prestigio avalaba a unos jóvenes artistas que querían abrirse paso.

El día 26 de enero salía, ¡por fin!, el periódico, utilizando el método corriente de anunciantes humanos recorriendo el paseo del Arenal. El periódico tenía su redacción en la calle Ibáñez, de Bilbao, n° 12, y se vendía a 10 céntimos el número suelto. En primera página aparecía en efigie un señor rechoncho, calvo y con sombrero sostenido en las manos.

Fieles a su compromiso semanal, el 2 de febrero sale el segundo número y empezamos a ver cómo cada vez la ilustración adquiere más importancia.

El 9 de febrero se publicará la n° 3. En él aparecen dos dibujos realizados por Gustavo de Maeztu, uno del pintor Darío de Regoyos, el otro dibujo personifica a don Tejón Vélez de Duero como un hombre rechoncho, de pequeña cabeza, ojos cubiertos por gafas y amplio mostacho, todo ello rematado por un amplio bombín.

El idealismo de estos jóvenes artistas nada pudo hacer contra una ciudad reticente que los ignora. El periódico, cada vez se mostraba más enfrentado a la sociedad de Bilbao, alejada de sus innovadoras ideas, sobre todo por el dogmatismo de una ideología que estaba representada por el "Bizkaitarrismo", tan aceradamente criticado desde el periódico por las firmas de Unamuno y de Tomás Meabe. Contra este dogmatismo arremetía Unamuno en el n° 8 de la revista, en un artículo titulado: "¿Por qué se emborracha el Vasco?".

Pero en su ingenuidad, estaba la causa de su caída, estos adversarios y la apatía de la clase intelectual, acabaron con el proyecto.

Éste sólo durará hasta el 29 de marzo. Con el n° 8 se acaba una aventura tomada con gran ilusión por unos artistas desplazados, que habían saboreado las mieles de París y que contaron con la inicial colaboración de lo más granado de la intelectualidad.

El último número, casi íntegramente realizado por Gustavo, en una especie de canto de cisne, estará íntegramente dedicado a atacar a los jesuitas, considerándolos como feriantes y utilizando el siguiente chiste: "Una serpiente mordió a un jesuita. ¿Murió el jesuita? No, murió la serpiente".

Gustavo, siempre bajo el seudónimo de don Tejón, publicará en el último número un artículo titulado: "Para los que nos leen". Su oposición se ensaña con lo que dio en llamar los "beocios" y los "pispiritos".

Los "beocios odian todo aquello que representa elevación mental... todo es chocholo para ellos". Los "pispiritos, estos, arrogantes en su casa, que todo lo saben y aconsejan... enemigos de la guerra, de la guerra por ideas, de todo lo que sea pasional, joven y romántico". Contra todos éstos, don Tejón exclama: "Coitaos, siempre coitaos, pero con el cuchillo en la mano". Esto suponía el epitafio del periódico y es que como afirmará Estanislao María de Aguirre: "El Coitao era demasiado periódico para el Bilbao de aquella época".

Sevilla. 1908

Sevilla. 1908

Fracasada esta aventura, Gustavo y José Arrúe decidieron cambiar de aires, trasladándose en primavera, a la ciudad del Betis, a Sevilla, prolongando su estancia hasta el mes de junio. Aquí, junto con el pintor sudamericano Pablo Arriarán, se instalaron en el barrio con más solera de la ciudad, el de Triana, en la calle del Betis, frente a la Torre del Oro, junto al río Guadalquivir.

Tal y como nos cuenta Juan de la Encina, Sevilla deslumbra a Gustavo: "Al poner las plantas en las calles de Sevilla, asegura él con formidable seriedad, tuvo una revelación de su pasado ancestral, -¡Qué hermoso es esto! -vociferaba en incomparable arranque lírico anteponiendo una profunda interjección que no ponemos aquí. ¡Y pensar que existía tal oasis en el mundo, y que yo, Gustavo de Maeztu apenas si lo sabía! Mi mayor honra sería me nombraran hijo adoptivo de Triana y luego, poseído ya del furor dionisiaco: "No, no; yo nada tengo que ver por la sangre con ingleses -¡Qué horror! -ni con vascos: soy un pura sangre sevillano".

Durante su estancia en Sevilla, coincidieron con Ricardo Baroja y Gutiérrez Solana. Inquietos buscadores de ambientes, junto a ellos, compartirán buenos momentos, indagando en el conocimiento y la apreciación de esa zona española singular y vibrante. El resultado no será otro que la vivencia de abundantes anécdotas que se sumarían a sus recuerdos.

En la Sevilla de Don Juan se instalaron en una iglesia abandonada, convertida por su propietario en una carbonería y talleres con viviendas para artistas. Debido a la distribución realizada en su interior, Gustavo hubo de vivir sobre lo que en otro tiempo fue un altar. ¡Qué contento se sentiría el anticlerical y antirreligioso Gustavo viviendo sobre lo que más rechazaba! ¡Qué sensación de triunfo, tras su derrota bilbaína!.

Con el importe de la venta de un primer cuadro, compraron unas botas a Gustavo y después de cenar opíparamente se hicieron con tres butacas para el Teatro del Duque, donde se representaba: "Los intereses creados" de Jacinto Benavente, uno de los autores que Gustavo consideraba como miembro de la "Anticamorra". Gustavo, en estado de mal humor, ante las impertinencias de un sevillano cayó sobre él con un gran estruendo, motivando la suspensión de la función y sacando los conserjes a nuestro pintor en volandas con su presa aún entre las garras. La prensa sevillana del día siguiente recogía el suceso en lugar preferente, con titulares donde se decía: "El Registrador de la Propiedad de Sevilla, a punto de ser estrangulado por un loco furioso, en el Teatro del Duque".

Su espiritu emprendedor

Su espiritu emprendedor

De vuelta en Bilbao, durante el invierno, reanudaron las tertulias del Arriaga, donde junto a Gustavo y los Arrúe, se reunían diariamente Laureano Marcaida y algunos pocos más contertulios por la noche. Era su tertulia, una peña discreta que pasaba inadvertida en el mare mágnum del populoso establecimiento. Si algo anormal se producía en ella despertando la curiosidad de los demás, el culpable era Gustavo de Maeztu.

Gustavo era el alma de esta tertulia, vertiendo paradojas sorprendentes o proyectos extraordinarios. Y más de uno de estos proyectos estuvieron a punto de hacerse realidad. Otros no se llevaron a cabo por el inconveniente insuperable del dinero. Uno de los que prosperó, fue el de montar una fábrica de jabón movida a brazo. La especialidad de la casa sería el jabón ordinario. Conseguido un manual para fabricar jabón y con los ingredientes precisos para obtener la popular y cotidiana pasta, se trasladaron a un amplio y oscuro desván de una casa del Ensanche.

Gustavo de Maeztu, que se aprendió el manual, era el encargado de dirigir y terminar la operación. Los prolegómenos corrían a cargo de los contertulios. Cumplido todo a satisfacción, por la noche, alumbrados por un "antiquísimo candil que alguna bruja olvidó en sábado de aquelarre" iniciaron el particular ritual de elaboración del producto, Gustavo arremangado las mangas de la camisa hasta el antebrazo, terminó la elaboración con gran habilidad. Convencidos de la calidad extra que adquiriría el jabón, volvieron al día siguiente, también a la misma hora, llevándose una dolorosa decepción. Habían fracasado, aquello no era jabón y atreviéndose a paladearlo afirmaron que sabía a membrillo.

Tras este fracaso, otra vez el abatimiento, hasta el punto de llegar a languidecer las tertulias, porque el buen Gustavo ya no producía ni anécdotas, ni divertidas paradojas.

Vueltos a la normalidad, tras el inicial fracaso, se interesó el grupo por una carbonería, pero "nuestro crédito industrial era nulo desde lo del jabón".

En la monotonía de la tertulia, Marcaida introdujo a un amigo suyo llamado Miguel Pérez, un buhonero. Personaje que posteriormente Gustavo utilizará en su novela: "El Gato Azul".

Sin embargo, en la tertulia, este personaje tan pintoresco, destronó el protagonismo que hasta entonces ostentaba Gustavo. Este marchante, en terminología francesa, proyectaba establecerse en París, en la Rue du Temple, en un pequeño establecimiento que transformaría en almacén de juguetes.

La base del negocio contaba con unos juguetes originales, entre los que se hallaba un aeroplano. En Bilbao, se agenció unos duros consiguiendo fundir los moldes que requerían sus juguetes. Además del aeroplano, se añadían un cura que agitaba un incensario y un torero en ademán de poner las banderillas. Miguel Pérez encargó los troqueles en una casa de Bilbao, pero por una serie de circunstancias en las que intervino la policía, huyó a Francia quedando en avisar a sus nuevos socios cuando instalase la tienda en París, después de entregarles los troqueles.

De esta comisión se encargó una vez más Gustavo. Reunidos en el taller del artista contemplaron los troqueles, cada uno de los cuales se componía de dos cuerpos que encajaba en unas diminutas espigas. Hasta que llegó Gustavo, en la fundición no se atrevieron a acoplarlos. Maeztu dio las órdenes oportunas y se comenzó a verter por las aberturas de los moldes la pasta adecuada para construir los apetecidos "monicacos". Tras secarse y proceder a desunirlos, los asistentes, José Arrúe y Laureano Marcaida, rompieron en una estruendosa carcajada, al tiempo que Gustavo se daba de cabezadas contra un sofá: “El cura, en ristre, citaba a un toro imaginario, la montura terciada y la hopalanda cubriéndole medio cuerpo, el torero se mostraba tonsurado y alzaba solemne el incensario”.

Tras este tercer fracaso, el grupo hizo promesa de no reincidir. Pero Gustavo no había escarmentado ni escarmentaría. Consciente de que para vivir del arte sólo se le podía traicionar, convirtiéndose en inmoral ante sus principios, no dudará en buscar esos oficios alternativos, que le permitiesen dar continuidad, solventando su economía, a su proyecto pictórico sin necesidad de tergiversar sus aspiraciones plásticas y estéticas. Por este afán de pintar, de pintar honradamente, aceptará llevar una representación de bailarinas. Al café acudirá día tras día con cientos de postales de sus "poderdantes". Incluso poniendo a prueba toda su audacia y actividad, no pudo colocar una sola artista.

Biarritz. 1909

Biarritz. 1909

El año 1909 será especialmente conflictivo, social y económicamente para España. Los problemas derivados de la guerra que se mantenía en el protec-torado de Marruecos, agravada por los duros reveses que sufrirá el ejercito español, además de numerosos conflictos sociales, provocados por crisis y sus consiguientes miserias, acabarán con los hechos sangrientos acaecidos en Barcelona durante la tristemente conocida como: "Semana trágica".

Maeztu, en este ambiente exaltado, abandonó Bilbao. De su deserción polí-tica se defendió ante sus amigos aduciendo poseer un carácter impulsivo que le hacía temerse a sí mismo, como nos cuenta en tono jocoso Estanislao María: “Se fue a instalar (durante el verano), a Biarritz, lugar de veraneo de las cortes europeas y a donde acudían artistas de la categoría de Sorolla.

Tomás Meabe se encontraba desterrado de España en Saint Jean le Vieux, en los Bajos Pirineos franceses, y esto hace que Gustavo se traslade junto a su viejo amigo, alojándose en el caserío llamado Lutchienea, "casa propiedad de un indiano, el hombre más bruto que se puede decir ni pensar". De vez en cuando abandonaba la tranquilidad de la campiña vasco-francesa, trasladándose al café Farniere de Bayona. Aquí, Gustavo lleno de remordimientos por su huida, ante los refugiados venidos de España decía: “Yo he estado aquí conteniéndome a mí mismo, por ser este un sitio estratégico para acudir al lugar de más peligro, pero no he recibido ningún aviso".

Pero su estancia al otro lado de los Pirineos no será aciaga, Gustavo continuará pintando, acumulando obra y experiencia, deseoso de recibir el reconocimiento.

Gustavo ha sido y será muchas cosas: torero, comediante, escritor de folletines, comisionista, poeta, inventor de artilugios maravillosos; pero siempre, por encima de todo, pintor.

En esta época empieza a trabajar la litografía, haciendo partícipe de sus primeras pruebas, (de las que no ha quedado ninguna) a Zuloaga. También planteaba sus proyectos de llevar a la técnica de la decoración un procedi-miento de fresco sometido al fuego. Soñaba entonces con un arte ciclópeo para poder aplicarlo a la moderna construcción, estando preocupado durante mucho tiempo con la pintura sobre cemento. Su objetivo era el de conseguir cementos de color con que realizar "obras enormes e inmortales".

Gustavo alternó durante todo este tiempo sus estancias entre Francia y Bilbao, dedicando la mayor parte de su tiempo a la faceta literaria, dando a la imprenta entre los años 1910 y 1912 tres novelas que él gustaba denominar como disparatadas y folletinescas: "Andanzas y episodios del Señor Doro" en 1910, "El imperio del gato azul", que califica como novela de acción, en 1911, y "El vecino del tercero", en 1912. En sus obras mezclaba historia y fantasía, eutrapelia y erudición. Todo ello arropado por un estilo desenfadado y suelto, que nos hace situarnos ante un escritor de pluma fácil y pintoresca, capaz de dotar a sus obras de un recio ambiente.

Su novela, no sólo es una sucesión de relatos, sino un manifiesto de sus creencias y de sus fobias. Es una continua crítica contra todos los elementos de la sociedad. El espíritu de "El Coitao" volvía a renacer.

Juan de la Encina, en un artículo aparecido en 1908, comparaba a Goya y a Gustavo en la vertiente literaria.

Critica a los intelectuales: "¿Qué sería del hombre sin cabeza? Sencillamente, un caldero con patas, y eso vienen a ser casi todos los que empuñan la peñola en estos tiempos; calderos y nada más que calderos y, a menudo, calderos vacíos".

Es muy ácido con la clase burguesa, a la que acusa de: “haber maltratado los espectáculos y las artes. Los humos de vuestras fábricas ocultan la luz del sol. La alegría ha desaparecido".

A la clase política la desprecia considerando que: “Al político de hoy le basta hacer sonar unos duros para ser padres de la Patria, Consejero de Estado, parásito vitalicio. Y, cuando alguien pregunta: ¿Quién es don Fulano?, te contestan: un hombre de mucho peso que tiene 27 fábricas de alcohol.

No podía faltar en este texto el ataque al clero y al nacionalismo, sus dos bestias negras. A los primeros los compara con aves nocturnas: “rígidos sobre sus patitas de descanso". En su carga antirreligiosa considera a Dios como "un potero huraño lleno de odios y vanidades, que un día, por entretenerse, creó al hombre de una materia tan sucia como el barro".

Del nacionalismo asevera que es como una llaga que devora a España: "los vallisoletanos, los ovetenses, los bilbaínos, los barcelonís, se consideran también descendientes de la nalga más tierna de Júpiter... La conclusión de este dulce estado de cosas es que los españoles, sin conocernos, nos despreciamos".

El Pensamiento Crítico

El pensamiento crítico

El 10 de septiembre de 1910, a las once de la mañana, en el Salón de Fiestas de la Filarmónica, se inauguraba la exposición de obras del malogrado artista Nemesio Mogrobejo, con un discurso inicial pronunciado por don Miguel de Unamuno. Muchos fueron los intelectuales que se unieron al homenaje, recogiéndose en la prensa local numerosas intervenciones, entre las que destacamos las de Tomás Meabe y Juan de la Encina.

El texto de Tomás Meabe en el homenaje a Mogrobejo será muy duro, criticando a una sociedad: donde “corredores de fealdades" se enriquecen en el mismo pueblo en que los artistas "se nos mueren de lo que todos sabemos que se nos mueren".

Meabe sólo encuentra una esperanza: “que las lágrimas que hizo derramar Unamuno en su conferencia sean como un riego sobre tierra sembrada y que el dolor sirva para resucitar a nuestros artistas que los tenemos muertos". Plantea la socialización del arte, que permita hablar de él en las escuelas, en los hospitales, en los talleres, que lo aproxime a todos los ciudadanos, creando una aptitud proclive que haga factible la subsistencia de los artistas con el fruto de su creación.

Por otra parte, La biografía de Juan de la Encina será comentada por Gustavo de Maeztu en el periódico “El Liberal” de Bilbao, el 16 de octubre. Elogia Gustavo la figura del crítico Nemesio Mogrobejo, al cual le unió siempre una gran amistad. Aprovecha la ocasión para atacar la actitud hipócrita, que se genera en torno al artista y sobre todo, ironiza la figura del "crítico". Para la gente, dice Gustavo: "un crítico es un señor intelectualmente aplomado, como un elegante, generalmente graso y miope, que en la conversación dice ¡cáspita! y termina las palabras en ado, diciendo incomodado y resfriado".

Para Gustavo de Maeztu, Mogrobejo, poseía una silueta rotunda, trazada con buril, pero silueta roja, digna compañera de Courbert, capaz de arrojar la nueva columna de Vendome, que simboliza la tiranía y la poquedad de espíritu.

Gustavo envía dos cartas al periódico: "El Liberal", publicadas sucesivamente los días 14 y 15 de octubre. El artículo primero lleva por título" ¿A dónde vamos?", en él nos cuenta las tristezas y sufrimientos de los artistas vascos.

Estos son algunos de sus comentarios:

  • Cuando Alberto Arrúe creyó encontrar la solución de su vida artística y la de sus amigos, predicando en la mesa del Café Arriaga, la emigración a París y a Italia, Pepe Arrúe que le acompañaba, marcho a la capital francesa con la idea de hacerse tablajero, cortar piernas y partir riñones. Y como esto de rajar carne le tiraba mucho, al venir a España, y tras de previos ensayos, Pepe Arrúe debutó como torero.
  • Mogrobejo, si hubiera vivido más tiempo, según su pensamiento, habría ganado su pecunio empleándose como artífice en los grandes talleres de santería de todas coronas que hay en Alemania.
  • El pobre Araluce, cuando comenzaba a desarrollar su temperamento, por una ironía del destino, viose obligado en Torino a pintar sobre andamios la purpurina de las iglesias.
  • Guiard a su manera, ha querido incorporar a los artistas al cuerpo social. Y no a la manera de un amigo mío, que al vivir en Alemania, como le vacunaron con el virus civilizador, me dijo muy serio al contarle algunas apoteosis de amigos del arte.
  • ¿Sabes qué se pudiera hacer con los artistas en las ciudades modernas?
  • Hacerles rentistas -contesté humildemente.
  • No, hombre no, eso es imposible. Como la mayor parte de ellos están bastante educados y hasta algunos hablan el francés, creo que lo más práctico será colocarlos de guardias de orden público.
  • Guiard pretende que los artistas vivan de su trabajo, que las gentes miren los cuadros y acudan a las exposiciones, ¿Y sabes cómo? -me decía con el gesto amenazador que emplea en las grandes solemnidades -pues poniendo a la entrada de las exposiciones de arte un gran cartel que diga: "Se prohíbe la entrada".

Pero el cronista de estos peregrinos sucesos ha vislumbrado una forma modesta para que: “los artistas no sean unos animales raros en sus respectivos pueblos, y que no aumente la inmensa fauna zoológica confirmando aquello de que son camaleones con o sin guedejas”.

Más adelante dice: "La renovación en una vida como la española, agria, casi africana y envidiosa no puede ser otra más que la implantación del reino del arte”.

  • Queridos compadres, queremos implantar el arte, porque el arte dulcifica a las fieras. Se ha hablado muy a menudo del reino de Dios, pero nunca se ha hablado del reino del arte. En España ha reinado Dios algunas veces, particularmente cuando apareció su lugarteniente el apóstol Santiago en su caballo blanco que nos llevó a matar moros por toda la península.
  • El arte ha compartido con Dios, en ciertas ocasiones, el divino reinado, pero se puede decir que desde mediados del siglo XVII, en la Península Ibérica, Dios y el arte brillan por su ausencia.
  • Para que el arte recobre su influencia perdida y para fundar el predominio del arte en las regiones donde nunca ha existido, es necesario que los artistas de ahora como los del pasado se asocien.

Tenemos pues el origen, al menos en cuanto a planteamiento, de la futura Asociación de Artistas Vascos.

Maeztu se muestra crítico con la sociedad, de la que no espera nada, mantiene que han de ser los propios artistas, quienes eduquen a la sociedad, para que ésta pueda considerarlos como suyos, afirmando que hasta que esto no se produzca, no podrán considerarse libres. Acto seguido y tomada la decisión, se buscará un local, que sirviese de sede social para iniciar el ansiado proyecto.

Poco después de publicados los artículos de Gustavo, su compañero de Lutchienea, Tomás Meabe publicará también en "El Liberal" un artículo, a petición de su amigo Gustavo, titulado: "Artistas, millonarios y silfos". Para Meabe, nada en Bilbao estaba relacionado con el arte. Los ricos, "nuestros ricos", están pobres de la cabeza. Han destruido la unidad estética de la ciudad y han construido Neguri, "el lugar de la tierra más agraviado por el rastacuerismo internacional"; o han llenado las iglesias de lo que Mogrobejo llamaba "santos recién salidos de afeitar". Gentes incapaces de apreciar el arte de Nemesio, para quien el monumento que se había levantado a la Viuda de Epalza era un "mocordo".

Meabe participará en la formación del Círculo planteado por Maeztu. En el Círculo pondrá a discusión el siguiente tema: "Si la pulga (ceratophyllus fasciatus), que suelen tener las ratas del país (musdecumanus) y que pican al hombre (homos infestans), pican al artista (non homo), habrá que echar del Círculo a más de la mitad que quieran ser socios".

La idea propuesta irónicamente es la de crear un infierno artístico. Infierno dantesco donde mora un monstruo, condenado a estas sombras por haber comido un fruto que no estaba maduro, por robar tiempo al tiempo: "pero el Destino quiere que no esté aquí sino hasta la llegada de los artistas, esos otros seres completamente extemporáneos. Pero el monstruo ya ve su fin, el punto final de su condenación. Aquellos que pecaron por lo mismo, por no ser de su tiempo, pronto habitarán ese reino de sombras”.

“Junto a los artistas podrían entrar los snobs, a los que les pica el bicho (ceratophyllus fasciatus) del que vas a hablar dentro de pocos siglos en el Círculo de Bellas Artes que quiere fundar Maeztu".

“Los que sí quedan descartados desde un principio, son los Silfos: esos muertos atrasados, esos cadáveres recalcitrantes, esos que no son ni muertos pero que viven de los muertos una vida que no es vida".

Se revive el espíritu de El Coitao. Surge con acidez ese mundo basado en la fuerza de la palabra, tan propio de aquella revista. La sociedad está como hemos visto, viviendo una recesión. Los ricos burgueses no acuden a los espectáculos artísticos de ningún tipo. Las inquietudes de estos jóvenes son desaprovechadas por esos pobres millonarios, esos: "conservadores fétidos", por lo que la necesidad del asociacionismo, es la única salida en su autodefensa y búsqueda de lo que la sociedad no les da.

La Asociación de Artistas Vascos - 1910

La Asociación de Artistas Vascos. 1910

Vemos la importancia que el año 1910 tendrá en la historia del País Vasco. En abril muere Nemesio Mogrobejo. En julio, un nutrido grupo de artistas vascos envía sus obras a la exposición mexicana, dando a conocer el momento artístico vasco al otro lado del mar. En octubre y en noviembre tiene lugar la exposición homenaje a Mogrobejo y la 6ª Exposición de Bellas Artes. Siendo, durante la misma, cuando se empieza a gestar la Asociación de Artistas Vascos, con la que Maeztu mantendrá un gran compromiso, sobre todo en su difusión hacia el exterior.

El día 1 de noviembre, en el estudio de Quintín de Torre, se celebra una reunión con el objeto de tratar sobre la fundación del Círculo de Bellas Artes. Acuden a la convocatoria una amplia representación del arte en todas sus manifestaciones: escritores, pintores, escultores, arquitectos y músicos.

Entre los concurrentes se hallaban los señores: Carabias, Osorio, Arteta, Alcalá Galiano, Gustavo de Maeztu, los hermanos Guinea, don José María Pera, don Juan Echevarri, don Mario Losada, Goitia, Resurrección María Azcue, Guimón. Osarte, Guridi, Guezala, Ortega, don Alberto Arrúe, Miquelarena, García Verde, Gabirondo, Huidobro, Mintegni, Roda, Eloy Garay, Rivero, Mourlane Michelena. Al acto hay que añadir las adhesiones "incondicionales y entusiastas" de don Ramiro de Maeztu, Grandmontagne, don Tomás Meabe, Lazurtegui, don Santiago Meabe, Balparda, don Sabino Ruiz y don Vicente Torre.

En la reunión, el arquitecto Guimón tomó la palabra, expresando la necesidad de llegar a implantar en Bilbao un Círculo de Bellas Artes, que sirviese de lugar de reunión y de contacto "para los artistas todos que aquí residen... como demostración permanente de su labor colectiva".

Gustavo de Maeztu, alma de este proyecto, considerará lo realizado en esta reunión como un hecho histórico en el proceso del Arte Vasco. La prensa local se hizo eco de esta reunión y sabemos quiénes formaron las comisiones de Música, Escultura, Arquitectura y Literatura, pero no, las de Pintura.

Muchos de los elogios que recibe la idea de "La casa de todos", como denominó al proyecto Julio Carabias, se volcaron en la figura de Gustavo. El mismo Carabias, en un gesto de euforia exclama: "¡Alabado sea Dios y el egregio Sr. don Gustavo de Maeztu que ha puesto la primera piedra de tan magnífico edificio!".

Joaquín Adán, en un artículo publicado en "El Nervión", nos comenta cómo al leer la convocatoria, "a los artistas vascos", a más de cuatro les pudo provocar una sonrisa desdeñosa: "¿artistas bilbaínos?, ¿dónde están?. "Para estas mentes escépticas, los convocantes se encontrarían solos en la reunión, no habría colas. Y así fue. El estudio de Quintín de Torre no estuvo lleno, "pero a él asistieron más de cuatro gatos". A él fueron todos los que creyeron que había llegado la hora de que el ambiente artístico de Bilbao saliese de la quietud y la atonía, para este comentarista, al igual que para los artistas que acudieron, el arte que se venía realizando había alcanzado ya su madurez, por lo que consideraban vergonzoso que aún no existiese una entidad de este tipo.

Se detecta un creciente malestar entre el colectivo humanista, porque son conscientes de que se evidencia un gran desaprovechamiento de unos artistas, que ya no sabían como luchar contra la indiferencia institucional y el ostracismo al que les abocaba una sociedad donde, el espíritu, no tendrá cabida, prefiriendo que las obras se malogren:

Volviendo al proyecto asociacionista, la fundación del Círculo hubo de esperar casi otro año, hasta el 29 de octubre de 1911 y tras varias reuniones, otra vez en el estudio de Quintín de Torre, surgirá la Asociación de Artistas Vascos.

La desaparición de la documentación interna de esta Asociación impide conocer con exactitud los nombres de los fundadores. Pilar Mur Pastor, en su trabajo sobre la Asociación, nos informa de la composición de esta primera Junta Directiva integrada por Alberto Arrúe, como presidente, Quintín de Torre, Gustavo de Maeztu, Julián de Tellaeche, Aurelio Arteta, Pedro Guimón, Ángel Larroque y Antonio de Guezala.

Fueron estos iniciales años los de mayor actividad de Gustavo dentro de la Asociación. Sin embargo, este mismo año, en la primera Exposición de Arte Moderno organizada por la Asociación, que se celebró durante el mes de agosto en los salones de la Sociedad Filarmónica, Gustavo, no presentaba ninguna obra. Dicha exposición, por otro lado, contó con muy poca asistencia de público.

En el mes de marzo de 1913, la Junta Directiva de la Asociación, de la que aún era miembro Gustavo, enviaba un escrito a la Diputación planteando un nuevo proyecto: la celebración, todos los años, o bien con carácter de bienal, de una Exposición Internacional a celebrar en Bilbao durante el mes de agosto. Pero la Diputación no les concedió ninguna ayuda económica, pues la parte de presupuesto que podía haber dedicado para este proyecto estaba totalmente absorbida por la instalación del Museo de Bellas Artes.

El 3 de abril de 1913 los citados anteriormente, enviaron un escrito a la alcaldía de Bilbao. En el escrito la Asociación acordaba celebrar anualmente una Exposición de Bellas Artes, durante el mes de agosto, para lo que se invitaría no sólo a los artistas de la región, sino también a los más prestigiosos del resto de España y del extranjero.

En el mismo escrito se solicitaba la ayuda de la Corporación, pues sin su apoyo material y moral, era un reto muy difícil de lograr. También se hablaba de la necesidad de crear un museo, que debía de contener una sección de arte moderno. Aquí se contemplaba todo un proyecto con vistas a un futuro en el que Maeztu, en principio, será una parte importante del engranaje, pero del que poco a poco se irá distanciando en cuanto a participación activa.

El primer artículo del Reglamento de la Asociación asevera: "La Asociación de Artistas Vascos de Bilbao se crea para fomentar el desarrollo de las Bellas Artes, organizando exposiciones de arte antiguo y moderno, concursos, conferencias y cuantos actos, en fin, se relacionen con cuestiones artísticas exclusivamente, y para que, al mismo tiempo, los artistas que la formen puedan, ponerse en relación, por medio de la Asociación, con las entidades similares que existen en el resto de España y países extranjeros, y manifestarse, como una muestra de la cultura artística de Bilbao, concurriendo a las exposiciones que en otros países se organicen".

Se trataba, en definitiva, de una agrupación de carácter corporativo, donde la defensa de lo meramente profesional, sobre todo al principio, tuvo bastante importancia.

Fracasado el proyecto de Exposición Internacional, el 15 de agosto, quedó abierta en Bilbao, en los Salones de la Sociedad Filarmónica, la 11 Exposición de Arte Moderno, que organizaba la Asociación de Artistas Vascos. La sección de pintura era la más numerosa, con cuadros de Alberto, José y Ramiro Arrúe, Pablo Uranga, Marie Garay, Darío de Regoyos, Ángel Larroque, Aurelio Arteta, la pintora polaca Mela Muter, Julián Tellaeche, Rochelt, Ascensio Martiarena, Landajo, Urbina, Sena, Salazar, Sobrevilla, Guezala, Luisa Guinea. Gustavo de Maeztu, en esta ocasión participaba con cuatro cuadros. En la sección de escultura destacaba la obra titulada "Un gabarrero" de Quintín de Torre, y un busto de mujer, obra de Higinio Basterra.

La exposición duró hasta el 18 de septiembre, siendo clausurada mediante una velada artística, que trataba de ayudar a solucionar el déficit económico que había generado la exposición.

El Gato azul - 1911

El Gato Azul. 1911

Mientras los artistas seguían con sus planteamientos asociativos, Gustavo volvía a publicar la que sería su segunda novela. Escrita en la primera mitad de 1911 y con la tranquilidad que gozaba en su retiro de Lutchienea junto a Tomás Meabe, era publicada igualmente por la Librería de Francisco Beltrán de Madrid, esta vez contando con un prólogo escrito por su hermano Ramiro.

Gustavo la califica como novela de acción. En la introducción, Ramiro nos hace una certera presentación de Gustavo como una persona que no encuentra placentero, ni siquiera aceptable el mundo de las realidades: "pertenece a la tribu de los gitanos espirituales". Esos gitanos que son al mismo tiempo sumisos e insumisos a la vida social. Personajes que sometidos por fuerza guardan en el fondo del espíritu el anhelo de las cosas pintorescas, errantes e imposibles, y que debido a esa misma imposibilidad de realizarlas se afirman en desearlas y en soñarlas y algunos no contentos con soñarlas necesitan expresarlas en libros de este corte.

Al igual que en su novela anterior el recurso con el que inicia el relato es el de partir del presente para de esta manera introducirnos en un pasado que nos explique la realidad del presente. Sin embargo, nos encontramos ante una obra mucho mejor construida y elaborada, menos fantasiosa y alambicada, con unos objetivos más claros, pues el contenido social prima sobre el aventurero y la presencia de Bilbao, bajo el nombre de Hesperia, le obliga a concebir la obra como un objeto real. Los mismos personajes adquieren una mayor solidez, lo que contribuye a acentuar más el dramatismo y por lo tanto el valor de denuncia hacia una sociedad a la que se trata de regenerar a través de una catarsis purificadora mediante la violencia revolucionaria.

En la novela se narran las andanzas de Rufo Pasamonte, hijo de Alí Pasamonte, domador de animales, nigromante, droguero y mixtificador, fabricante de elixires, de maravillosas píldoras azules que sanan a las gentes desde el reumatismo hasta la artritis.

Gustavo, airado con la pintura, se consuela en una desenfrenada fuga imaginativa, pero que no sólo sea un escape, sino que también de salida a sus impulsos y a la incapacidad, de momento, de poder llevar al lienzo todos sus mundos interiores. Esta necesidad literaria de expresar su universo interior lo confirma la afirmación de Indalecio Prieto sobre que Gustavo era "mejor escritor que pintor".

Cataluña - 1914

Cataluña. 1914

En Bruselas, en el mes de marzo de 1914, se realizó una exposición-homenaje al pintor Darío de Regoyos, que había fallecido en Barcelona el 29 de octubre del año anterior. A la exposición acudieron muchos de los miembros de la Asociación de Artistas Vascos, ya que el mismo Regoyos había pertenecido a esta Asociación. Aunque desconocemos la lista completa de artistas presentes, creemos que Gustavo no faltó a esta cita, pues en ella se trataba de homenajear a un artista que había servido de ejemplo para las nuevas generaciones y hacia el cual, Maeztu, guardaba un sincero agradecimiento y admiración.

Gustavo de Maeztu, expondrá en las galerías Dalmau de la Ciudad Condal, situada en Puerta Ferrisa. Esta galería se había convertido en un foco de la vanguardia catalana, intentando desde sus comienzos, introducir en Cataluña los lenguajes artísticos más avanzados del panorama europeo.

Esta sala, dos años atrás, el 20 de abril de 1912, había inaugurado "la Exposició d'Art Cubista" con obras de Metzinger, Gleizer, Marie Laurencin, Juan Gris, Marcel Duchamp, Le Fauconnia y el escultor Agero.

Además de estos intentos de modernización, la galería difundía y promocionaba el arte de otros ámbitos culturales españoles. En marzo de 1914, precediendo a Maeztu, se expuso una muestra de la obra de Regoyos.

Para Maeztu esta exposición era muy importante, pues acudía a Barcelona como un total desconocido.

La prensa catalana enseguida se hizo eco del éxito obtenido por parte del público y de la crítica. Algunos de estos críticos se preocuparon por resaltar la procedencia del norte de España, "de las fuertes tierras... donde florecen una pléyade de artistas de los más interesantes de nuestra patria". Para los críticos catalanistas, era importante ponderar tanto las afinidades entre los artistas vascos y catalanes, como el elemento diferenciador del resto y la identificación de unas culturas distintas pero coincidentes en similares apreciaciones nacionalistas. Afinidad basada, no sólo en el carácter y en la visión, sino también, en la idealidad, en la devoción por la belleza, aunque buscada a través de diversos caminos.

Vascos y catalanes, habían iniciado el renacimiento artístico de España. De ahí que los críticos, gustarán de hacer paralelismos y convivencias artísticas: Zuloaga y Rusiñol, Casas y Durrio, Regoyos y Clará, Mogrovejo y Sert. Barcelona, a su vez, aceptaba la penetración de los artistas vascos y Regoyos serviría de trampolín para Zuloaga, Mogrobejo y, en esos momentos, también, para los hermanos Zubiaurre. En este clima de intercambios culturales entre dos situaciones parecidas, presentaba Maeztu su obra en la Ciudad Condal.

Obra que sorprendería por la impetuosidad de su espíritu, fuerte y personal, por la "audacia y brillantez" de su producción. Obras que asombrarán porque chocaban con la tendencia contemporánea de vuelta a las formas clásicas y abandono de los tonos sensuales del color.

Maeztu busca su propia síntesis. Trata de hallar la belleza en la simplicidad y en el sentimiento. Para J.M. Jordá "el arte de Gustavo de Maeztu, responde también a su propio ser, de hombre del Norte. Es más violento, es impetuoso como el mar de su tierra, es grandilocuente y es su tradición, la tradición atormentada de los mismos españoles que pesa sobre su espíritu inquieto y moderno".

Los críticos catalanes en su búsqueda de parentescos, situarán la obra de Maeztu junto a la de Zuloaga y Uranga, pero destacando (y esto lo consideran la cualidad más importante del artista) que siempre conserva una gran personalidad.

Maeztu es un sensual del color. Su color dentro de una armonía, destaca como "violentamente audaz". Como Zuloaga, hacia el que siempre guardara una gran admiración, los temas de carácter pintoresco son acogidos como elementos para determinar el carácter de la España del momento, pero buscando antes que nada, las brillantes y sorprendentes coloraciones que producen una extraordinaria impresión de originalidad.

La exposición se realizó desde el 15 de mayo al 15 de junio y en ella mostraba once pinturas, once dibujos y seis pasteles. Entre los óleos destacaban el retrato de su hermano Ramiro, “El canto andaluz”, “La Remedios", “La maja del mantón negro”, “Samaritan”, “La del matón rojo”, “La mujer que sonríe”, “Los tres poderes”, “Paso de disciplinantes”, “La Encarna y Rafaela”. Entre los dibujos figuraban: “El ahogado”, “La mujer que espera”, “Cuerda de presos en Monzón”, “El requiebro”, “Nocturno”, “El beso”, “Las tres amigas”, “Las artistas”, “Los versolaris”, “Castilla” y “La vuelta del marino”.

Maeztu presentaba un amplio abanico temático, destacando: la mujer, los tipos y las costumbres. Resulta revelador constatar cómo en la revista: "La Ilustración catalana" en su n° 576, aparecen como ilustración de un artículo dos obras de Gustavo: "Los tres poderes" y "Samaritana".

Maeztu, no tiene en su pintura un contenido de relato socializante, esto lo dejará para sus manifestaciones literarias. Su pintura siempre destila un carácter de exaltación, de búsqueda de valores. Sus tipos no denuncian una situación de abandono del país, más bien, serán el fiel reflejo de su regeneración. De ahí, ese valor escultórico con el que perfila sus imágenes. Son los titanes de la mitología, capaces de remover montañas.

Si observamos el cuadro "La Samaritana", advertiremos que nada tiene que ver con el tema bíblico, sino que nos encontramos con una de las mujeres de Maeztu, altiva y dominante, pero a la vez sensual. Es el nuevo tipo de mujer que empieza a tener control sobre sí misma, preludio de esa mujer fatal que culminará con su cuadro titulado "Eva".

El crítico Francés Pujols escribirá en la revista semanal: "Catalunya", publicada el 30 de mayo, en su n° 343, comparando la técnica pictórica de Gustavo con la de Zuloaga y Anglada Camarasa: "aquest pintor jove, tan jove com espontani, tan espontani como ingenu, tan ingenu como enginyos, ha nascut per fer avencar un pas de gegant la técnica pictórica... En Gustavo de Maeztu se presenta como a innovador del contorn accentuat que alguns venecians usaven per dar rellev a les figures; el l'usa per unir y separar enseus les figures del cos general de l'obra, invencion del seu geni tecnic que consiteix en resseguir el contorn de la figura amb una ratlla de dugues tintes; l'una que comunica amb el fons i l'altre amb la figura, obtenint aixi l'unio; la separación desit jades".

Todos los comentarios coincidirán en resaltar, como una de sus cualidades fundamentales, el uso que hace de unas formas fuertes, encaminadas a la obtención de la sensación que quiere producir en el espectador. Siempre teniendo en cuenta que, en la obra de Maeztu, no es la extracción esencial del carácter de las formas lo que vemos, sino las formas doblegadas a una idea preexistente, sojuzgadas a una voluntad.

San Sebastian - 1914

San Sebastián. 1914

Pasados unos meses, volvemos a tener noticias de otra exposición en la que aparece Gustavo. Esta es, durante el mes de septiembre y se celebra en el vestíbulo de la casa del diario: "El Pueblo Vasco", en San Sebastián.

Gustavo expondrá un conjunto de 37 obras. La exposición presentaba una división temática con cuatro apartados: "Dibujos de Celtiberia y de la Bética", "Dibujos de sombra" y "Oleos azul y plata". Gustavo, afrontando siempre retos, mostrará sus cuadros en un momento en el que el conflicto bélico arrasaba Europa y las exposiciones que se habían programado en Bayona y San Sebastián, para la temporada estival, tuvieron que ser suspendidas.

A San Sebastián acudirá avalado por los triunfos obtenidos en la exposición de Barcelona, donde si bien, no había vendido mucho, el propietario de la galería al hacerle la liquidación, le dijo: "No lleva usted mucho dinero; pero prensa como la suya no sé que se la haya llevado ningún artista castellano...". Los triunfos estribaban en poder exponer en una de las salas más importantes de España, donde ya exponían los fauves. Por eso la revista de San Sebastián "Novedades" resalta la sanción obtenida por los críticos barceloneses "menos benévolos en materia de arte puro".

De sus cuadros destacaba "Flora". Cuadro no sólo potente, sino también lleno de voluptuosidad. Lo podemos considerar como un precedente de "Eva". Más sensuales son sus figuras de "La Remedios" y "La mujer que sonríe", creaciones que ya estuvieron expuestas en la sala Dalmau. Figuras de brío y garbo picante, "legítimas descendientes de las chisperas y manolas de picaresco mirar, insinuantes y prometedoras".

A diferencia de los dibujos, en sus cuadros logrará un justo equilibrio entre la fantasía y la observación de la realidad, no ocupándose nunca de la simple imitación de las formas externas. Al valor que adquiere la forma como recurso decorativo, le añadirá la vivacidad de un sentimiento espontáneo y apasionado, confiriendo a su obra un ritmo de poema musical.

El colofón a la exposición lo podemos poner en boca de Gómez Izaguirre, quien en el diario el "Pueblo Vasco", dice: "Su pintura es la protesta contra los moldes estrechos que atan a la inspiración; y es la cálida y vibrante impresión del renacimiento que con imperiosas exigencias reclama el intelectualismo moderno".

Sin embargo, las opiniones de carácter nacionalista no se hicieron esperar. Se le achacaba, que a pesar de ser vasco, entre sus obras de arte no había ninguna que lo pregonara. "¿Será que Maeztu no ve en el País Vasco rostros como los de la Celtiberia y de la Bética que se presten a un dibujo audaz y fuerte".

Maeztu finalizaba 1914 con la fuerte convicción de un empeño que florece: la semilla larvada, empezaba a arrojar los frutos de una obra segura, sustentada por la convicción interior. Una gran satisfacción invade a nuestro artista: con sus veintisiete años había cosechado sus primeros triunfos.

Madrid - 1915

Madrid. 1915

El año 1915 vendrá marcado por la abundancia de exposiciones individuales y colectivas en las que participa, sobre todo en Madrid y Barcelona. También por el escándalo que produjo en Bilbao la exposición de su cuadro titulado: "Eva".

Tras el éxito obtenido en la exposición de Barcelona el año anterior, no podía dejar de exponer en Madrid, ciudad denostada en cuanto a ambiente artístico, pero aún fundamental para el triunfo de los artistas. Frente a la vanguardia catalana, el panorama madrileño seguía siendo decimonónico. El intento de internacionalización de las Exposiciones Nacionales, había fracasado a causa de las dificultades impuestas por la guerra.

En este contexto, Gustavo cuelga sus potentes obras en los amplios salones acristalados del Palace Hotel, durante los meses de abril y mayo. En este céntrico marco, Gustavo, se convierte en punto de referencia de un público severo y algo encorsetado que, sin embargo, se siente condescendiente ante la sólida muestra con que el joven pintor vasco les recrea. Los comentarios avalan su progresión.

Maeztu va afianzándose en la técnica del dibujo, haciéndose cada vez más firme, pero como dice Manuel Abril: “aún sigue mandando al diablo, la corrección". En el color, consigue las transparencias, riqueza y cohesión que aún no poseía, orientándose por caminos de sobriedad y depuración.

Un elemento que tenemos que definir en la obra de Maeztu es el concepto de Realismo y de Naturalismo. El Realismo se dedica a retratar, pura y simplemente, el paisaje y las figuras humanas tal y como de ordinario se nos muestran en la vida. El Naturalismo, por contra, estudia las cosas para recoger de ellas las formas exteriores más en armonía con las sensaciones que pretende dar. Maeztu, opta por una representación poético-plástica; capta ese punto en el que la plástica y la profundidad de idea (o de sentimiento) se unen e identifican.

En el catálogo de la exposición incluye gran parte de las obras expuestas en el mes de noviembre de 1914 en San Sebastián, dividiendo la obra en dos grupos bajo los epígrafes de "Dibujos de la Bética" y "Dibujos de Celtiberia". Estos últimos, como ya vimos, estaban ejecutados con trazo fuerte de carbón y secamente coloreados, con tierras, acres rojizos, pardos y algún verde aceitunado. En cambio, los de la Bética, no tienen carbón, y algunos dibujos, ni colores, "tan solo azul y blanco, un azul de cielo claro y un blanco plata".

La mano de Maeztu y su espíritu, quieren buscar en las fisonomías el alma dispersa de los pueblos. Las gentes de Celtiberia habitan una tierra envejecida, seca y áspera: sus caracteres son secos y reconcentrados. A las gentes de la Bética las tornea: alegres, lozanas, opulentas. Frente al vigor de los trazos de los primeros, en los segundos, predomina la luminosidad clara.

Para Manuel Abril, Maeztu como pintor, parte de la raza exaltada que él ha sentido y por la que suspira. Maeztu, parece decirnos: "Hay un número determinado de rasgos esenciales en la Historia, en el arte patrio y en la psicología nacional, que han de aportarnos los datos para reconstruir la fisonomía ideal de nuestra raza; tal expresión será, al tiempo mismo que reconstrucción y síntesis histórica, ideal futuro, hito al que caminar; de tal modo que si la raza no fue tal como nos la figuramos, será en el porvenir conforme debiera haber sido en el pasado".

Aparecen en sus lienzos todos los elementos netamente españoles y populares: la mantilla, el matón, el zapato. Los rasgos típicos: ojos negros, gitanos, apostura garbosa, pero integrando la majeza popular en el espíritu aristocrático como podemos apreciar en el cuadro: "La maja galante". Para estos cuadros, Gustavo de Maeztu, escoge apariencias de cerámica, abrillantando los reflejos de su paleta. Exterioriza su idea sobre el lienzo con espléndida riqueza colorista, repartiendo las masas con arquitectónica fortaleza y bella gracia. Estos óleos vienen a ser el ideal, compuesto a base de los caracteres constatados en los dibujos.

Otro cuadro destacado por la crítica es el de "La sembradora", mujer de cuerpo musculoso y de contextura de cariátide. Sus brillos y la calidez del ropaje llevan a representarla como ejecutada en cerámica. Se compara a esta figura con la "Dama de Elche" en todo lo que esta imagen significa de ideal español, en cuanto que aúna la elegancia con la fortaleza. Es todo en ella vigor, maciza pesantez, fortaleza enérgica; pero hay algo de austeridad moral en el gesto y en la ocupación que la inviste de civismo solemne: eso ya es romano; y hay algo de euritmia y equilibrio y quieto aplomo en su marcha: eso es ya clásico".

Frente a los reflejos de cerámica popular de "La sembradora", los cuadros como el de "La maja galante", adquieren luces y finura de metales preciosos, de esmaltes de calidades lechosas. Si en el fondo de "La sembradora" observamos influencias de Zuloaga, en éste, sobrecogen los seductores ensueños de parques nobiliarios, de bosques suntuosos, llenos de nebulosidades azulescas, turquesas, verde mar y atmósferas brumosas que rodean arquitecturas renacentistas. Es una España de majas marquesas que han incorporado la aristocracia y el ambiente de las majas al mundo y al cosmopolitismo, pero sin perder su carácter patrio.

El "Año Artístico", publicación donde José Francés recopilaba parte de sus escritos a lo largo de todo el año, destaca en 1915 a Maeztu como un artista inquieto y trotamundos, pero tanto por la vida que hace, como por las manifestaciones de su personalidad: "sus cuadros hoy, sus novelas ayer, podrían ser capítulos de una obra admirable que titulara: "Viaje alrededor de mi espíritu".

José Francés, defensor de Maeztu en numerosas ocasiones, observa cómo los dibujos de Maeztu forman parte de estudios para futuros lienzos del pintor. Se convierten en bocetos, pero que por su técnica y concepción, dotados de las mismas masas y líneas que sus lienzos, pasan a ser obras acabadas en sí mismas.

La presencia de Anglada Camarasa es manifiesta en la obra de estos años. Gustavo utiliza con predilección el color azul, le otorga tal protagonismo que en su esencia poética acabará plateándolo "como si en los pinceles hubiera robado la luz de la luna".

Arturo Mori, en el periódico: "El País", de Madrid, alabará su calidad dibujística, considerando a su paleta como un auxiliar más de su arte. No compartirá esta opinión Gabriel García Maroto, quien en las páginas de "La Tribuna", elogiará los óleos, aunque, asumiendo que eran los dibujos los que presentaban un notable interés.

Dibujos que consideraba como los primeros escalones, siendo los óleos la meta final. Para este crítico lo importante de estos cuadros no sólo será el bello contorno, el ritmo armonioso, la entonación general o aquello que afirman en el momento actual, "valen por lo que aseguran en un mañana, próximo y gentil".

Si algo atrae a la crítica especializada y se convierte en referencia común, es la diferencia entre la factura de sus dibujos: firmes, duros, realistas y la de sus óleos: poseedores de un carácter más decorativo, irreales, sacrificando todo al bello contorno y al ritmo armonioso que motiva la entonación general. Maeztu, en su constante quehacer, se basa en el natural como presencia del objeto, pero luego lo abandonará, mostrándonos una naturaleza depurada, lejana, reducida a pura concepción.

Estos dibujos, tan apreciados en cuanto a calidades, obras en sí mismas, le servirán como primeros escalones para sus lienzos. Son dibujos producto de sus anotaciones de viajero incansable; pero no son borradores apresurados, sino perfectamente meditados. Maeztu no recorre el país con prisas, sino como cualquier viajero decimonónico; su viaje forma parte de un necesario aprendizaje de las gentes y paisajes que lo pueblan.

Terminada su exposición del Hotel Palace, Gustavo acudió con sus obras a una nueva cita en Barcelona. Hacía un año que Gustavo había expuesto en la Sala Dalmau. Ahora lo hacía en la sala Can Parés, durante el mes de junio. Entre los cuadros seleccionados destacará el de "La sembradora", que ya había estado en la exposición de Madrid.

El 4 de noviembre, en la ciudad de Madrid, fallece uno de los fundadores de la Asociación de Artistas Vascos y gran amigo de Gustavo, Tomás Meabe. El golpe para Gustavo fue muy duro. Con ser su vida muy diáfana, su vida de aventurero estaba rodeada de un extraño e impenetrable misterio que parecía hurtarse a la curiosidad de las gentes. Cuando vivían en Lutchienea, ambos en solitaria compañía, Gustavo gozó de uno de sus momentos de mayor creación, desarrollando con lucidez su faceta literaria e ideológica en el mundo del arte. Falto de la compañía de Meabe, Gustavo "no vive en ninguna parte". Es como si hubiese perdido un rumbo que le fue alejando de sus intereses anteriores, buscando una vía solitaria en su propia formación.

Eva - 1915

Eva. 1915

El 22 de noviembre se inauguraba en la Sala de la Filarmónica una nueva exposición de la Asociación de Artistas Vascos. Esta muestra artística se vio sacudida por el escándalo suscitado por el cuadro de Gustavo de Maeztu titulado "Eva". Además de este cuadro, Maeztu expuso: "Los novios de Vozmediano", "Antonia" y "Flora".

Para José Francés, en el fondo de esta cuestión palpitaba un asunto de ámbito nacional: el odio al desnudo, que impedía que un semanario eminentemente artístico como: "La Esfera" no pudiera publicar cuadros de desnudos, porque recibió miles de protestas cuando se reprodujeron "La Venus del espejo" de Velázquez y "La maja desnuda" de Goya. Era una sociedad que marcaba con lápiz rojo en los catálogos, los sitios en los que figuraban desnudos

Ese mismo año y en la Exposición Nacional de Madrid, fue rechazado un cuadro tachado de inmoral, obra del pintor catalán Federico Beltrán. El cuadro en cuestión llevaba por título: "La maja marquesa".

Sin embargo, en la misma Exposición se prodigaron los desnudos, como el titulado: "Mirabella", del propio Federico Beltrán, un desnudo de niña pintado por Leandro Oroz, un cuadro de Ramírez Montesinos, un cuadro de Tuset y, sobre todo, los desnudos de "El pecado" y "La gracia" que presentaba Julio Romero de Torres. Tampoco faltaban en escultura desnudos, como el enviado por Mateo Inurria. Se evidencia que el asunto no era tanto el desnudo en sí, sino lo que este representaba de inmediatez. Por lo tanto, era la sugerencia de una realidad sexual lo que vetaba el jurado.

El desnudo seguía siendo considerado por la mayoría de los españoles como algo nefando o simplemente erótico, propio nada más que para excitar los bajos instintos y para: "inspirar esa vergonzosa suma de procacidades gráficas que empuercan los quioscos y tendaleras de periódicos, o el exhibicionismo vivo de playas, piscinas y teatros".

Los tiempos cambiaban y la belleza femenina perfecta ya no se veía estática, idealmente plasmada en la pintura como un ícono eterno. La mujer era representada con su sexo, lo que suponía el afirmar que poseía, una sede de deseo y de placer, independiente del hombre y que podía usar con él y sin él. La mujer desnuda se mostraba en poses sugerentes: podían ser poses sensuales, de impúdica libertad, de ojos ardientes, labios entreabiertos y húmedos, y los dedos de las manos situados insidiosamente cerca del sexo. El desnudo, además, se completaba con miradas de perversión fría, lúcida en el fondo y un gesto o pose de ambigua lascivia. Esta soberbia mujer de vientre apetitoso podía sugerir muchas tentaciones.

La "Eva" de Maeztu, estaba planteada como un símbolo del mundo pagano, del reino de la naturaleza y los sentidos. Concebida su mujer como una fuerza primigenia que, junto al imperativo del deseo sexual, dominará al primer hombre. Y lo domina por la mirada, con esos ojos sibilinos, insuperables, dotados de misterio, en penumbra, dando la luz al resto de la cara. Detrás de la cabeza, en lugar de la banal pared, pintará lo indefinido.

La rubia y luminosa cabeza se presentará sobre un rico fondo azul, lleno de ocultaciones. Se convierte más en un ídolo que en un ser humano, por lo que en su aspecto físico podían encarnarse todos los vicios, todas las voluptuosidades y todas las seducciones.

La mujer se ofrecía impúdicamente al espectador, mostrándose como fuente de placer. El descaro de la figura quedaba acentuado por el color de la piel, poniéndose el acento en su blancura nacarada. Maeztu convierte a la primera mujer en una: "Femme Fatale" que atemoriza a una sociedad pacata, consiguiendo una reacción en esa sociedad hipócrita, y como nos cuenta Estanislao María de Aguirre, "los ojos del bilbainismo sietecallejero pasaban como sobre ascuas, ante las desnudeces carnosas de "Eva", pero dejando clavado el rabillo del ojo en sus carnes palpitantes".

Sociedad pacata que queda reflejada en un artículo publicado por G. Mendive bajo el título de "La Lozana Andaluza en Bilbao". Contará el articulista cómo en Bilbao el problema sexual se remediaba sin estrépito, sin escándalo, generalmente de día, para no faltar en casa por la noche, y el que en ese arrebato de despreocupación sostenía una querida, se hacía pronto popular y su nombre estaba anotado en las listas verdes de todas las congregaciones de damas.

Los bilbaínos, nos cuenta, se entregaban al vicio con verdadero desenfreno como el hambriento al que ofrecen un festín. Incluso uno de los andenes del paseo del Arenal se convirtió en bolsa de contratación y el humorismo local enseguida le puso el significativo nombre de "pulódromo".

El cuadro fue adquirido por Mr. Stoop cuando Maeztu los expuso en las Grafton Galleries de Londres en 1919 por la cantidad de 9.000 pesetas. No sabemos cuándo el cuadro pudo volver a manos de Maeztu, pero nuevamente tras fallecer y legar a Estella su producción, volvió otra vez al cuarto oscuro, donde solo los adultos podían contemplar su casto desnudo. No hay mejor epitafio para esta obra que el de Estanislao María de Aguirre: "¡Pobre Eva! ¡Después de cinco mil novecientos diez y nueve años, aún no te han perdonado tu único pecado!".

Eva - 1915

El ciego de Calatañazor. 1916

En este año, Maeztu, casi olvidada su faceta de escritor se va a lanzar a una frenética actividad pictórica, que le va a llevar a recorrer el país en busca de nuevos modelos y a frecuentar las salas de exposiciones para enseñar su producLción, bien sea con la Asociación de Artistas Vascos o en solitario.

Viajero curioso y distraído, de espíritu bohemio y trashumante, presentía a través de los vientos, en su perfil janícipe, donde la mesa de la amistad está servida, guiado sin duda por una estrella errante, que llega siempre a esta mesa a la hora de las íntimas confidencias. Estanislao María de Aguirre nos habla de un Maeztu de temperamento afectuoso, pero descariñado, no dejando jamás raíces su amistad, "aunque su cordialidad jocunda se derrama con largueza por los caminos que su espíritu errabundo le va señalando imperiosamente".

Con sus maletas y carpetas debajo del brazo irá recorriendo España como un viajero decimonónico a la búsqueda de la esencia de su país. Colocándose, como aconsejaba Ciro Bayo, "bajo la santa protección de la curiosidad" recorrió una geografía que fue vital, no sólo para su arte, sino también, para su espíritu.

Como miembro de la Asociación de Artistas Vascos, Gustavo participará en una colectiva en su salón de la Gran Vía, inaugurada el 28 de febrero; en esta ocasión presentará tres telas centradas en la temática femenina, las tres concebidas con arreglo a su preocupación por el relieve de la forma y su fascinación por el color. La prensa bilbaína felicitó efusivamente a Gustavo.

En esta muestra, junto al cuadro de Alberto Arrúe "Vuelta de la romería", aparecía el cuadro de Gustavo "El ciego de Calatañazor", ilustrando en los diarios la exposición.

Acabada esta muestra, Maeztu acudirá nuevamente a la capital española durante el mes de abril. Esta vez colgará sus creaciones en el salón del periódico de la capital, "La Tribuna", sito en la plaza de Canalejas. El éxito que obtuvo la muestra de su obra provoco que la clausura, programada para el día 15, se prolongara hasta el día 20 del mismo mes.

Gil Fillol, periodista de "La Tribuna" de Madrid y seguidor de la obra de Maeztu a lo largo de su vida, elogiaba una pintura que consideraba inquietante y perturbadora, algo que revolucionará los espíritus no asequibles a las novedades demasiado violentas. Ante los cuadros de Maeztu se sentirá sobrecogido: "como ante un vate que nos habla de cosas superiores. ¿Qué nos dicen aquellos colores calientes, sólo comparables en intensidad a la policromía vigorosa de la cerámica árabe? ¿Qué colores nos recuerdan esos tipos duros, rígidos y recios, a la manera de los celtas del Norte?”.

La exposición mostraba un total de 18 cuadros, la mayoría de ellos de grandes dimensiones. Entre éstos, destacaba su controvertida "Eva". Lo que en Bilbao convulsiona y escandaliza, en Madrid se asume como una obra de arte que descuella por la novedad de su procedimiento, la originalidad del estilo y su realismo "sin exageraciones fotográficas". Llamó también la atención por la jugosidad de su colorido y por dos características plenamente definidas en la estética de Maeztu: la fuerza expresiva y la soltura del dibujo.

Maeztu va centrando su producción en cuadros donde predomina la pintura de carácter simbólico, que no onírico, con reproducción de objetos tangibles que destacan por su fuerza. Su pintura va adquiriendo paulatinamente connotaciones poéticas, románticas, de ahí la espiritualidad que reina en sus figuras. Son imágenes escultóricas que entroncan con la tradición de la imaginería española, sobre todo, con la estética de Berruguete, del que Maeztu fue gran admirador.

El crítico de "El País", Arturo Mari, afirmaba, que el autor de "Los Raros", Rubén Dario, podía ver en Gustavo de Maeztu a un competidor espiritual. "Rubén fue un profeta del Ritmo. Maeztu es un profeta del Color".

Juan de la Encina vio a Maeztu como un decorador excelente, pero que aún no llegaba a la madurez, por lo que le pedía que reflexionase un poco más sobre el estudio de la forma, esto es: "no dar por resuelto lo que en realidad no está más que medianamente calculado". Para este crítico, en todas las obras expuestas no había una sola donde no saltase enseguida a la vista algún defecto de forma, que podría haber sido corregido de haberse tomado un poco más de sosiego para terminarla". Defectos que, por otro lado, quedaban compensados por la riqueza del color. Llegados a este punto, es preciso considerar la entidad intrínseca de estos "fallos de forma"; ya que la pintura que practicaba Maeztu no permitía la realidad del detalle, que habría acabado con su contenido simbólico. Maeztu, gran dibujante, no falla en las formas más que de manera consciente, para poder conseguir una integridad de conjunto, imposible desde la perspectiva del detalle.

Otros dos cuadros presentados fueron "Gitana bailando", con casi medio cuerpo desnudo, en el que buscará la forma escultural insistiendo en la obsesión del color. Esta misma tendencia escultural es la que refleja "El ciego de Calatañazor", del que Juan de la Encina destacaba el pueblecillo que aparece detrás de las figuras como una fiesta para las ojos. Otros cuadros que descollaron fueron "Los novios de Vozmediano", "Flora", "Encarnación" y "La Serrana".

José Francés observó tres personajes que confluyen en uno sólo. La primera impresión que Maeztu le ofreció fue la de un perfecto gentleman, al conocerlo en el Palace Hotel de Madrid; vestía de smoking, el pelo escrupulosamen-te peinado "y ofrecía las palabras con la misma mesura que sus manos rosadas y abrillantadas en las uñas por el pulidor".

El segundo encuentro fue en Barcelona, vestía traje peludo, con un pañuelo de seda al cuello y una gorrilla "plebeya y picaresca en la cabeza". Maeztu era todo un arrebato, sus ojos chispeaban de malicia, su charla tenía turbulencias y tartamudeos de tan congestionado como estaba de ideas impacientes por escapar. Le hizo de guía a José Francés por el barrio de las Atarazanas, mostrándole todas "las concupiscencias y todas las audacias" que en él existían. Era el Maeztu bohemio que encontraremos en Londres, interesado por un nuevo tipo de personaje, más humano, más real, menos alegórico.

El tercer encuentro fue en un concierto íntimo, donde encontró a un nuevo Gustavo, "pálido como el Pierrot, cojitabundo como un Hamlet, que decía palabras impregnadas de alma con la voz temblorosa y las pupilas encristadas de lágrimas".

Terminada su exposición en "La Tribuna", su estrella, le lleva a Murcia. Aquí se repone de su mala vida pasada, en palabras de Estanislao, tomando café con un grupo de murcianos adinerados en el Casino burgués.

En palabras de Estanislao: "Juega al chamelo con el presidente de la Audiencia. Con un coronel barrigudo juega al billar a las tardes. Sus ojos de besugo sabio, se detienen en unos paneles vacíos del Casino. Viendo la necesidad de llenarlos, surgió el proyecto del tríptico "La ofrenda del Levante".

Espíritu inquieto, recorrió media España a pie y su periplo se llenó de aventuras. Junto al pintor Hermenegildo García Verdes, sevillano, viajó por tierras de Soria. También estuvo en Córdoba, en Hornachuelos. Durante este viaje, pinta sus cuadros "Gitana con caballo" y "Moro sentado". En Lesaca, Navarra, un sargento de la Guardia Civil lo detuvo, creyendo, al igual que todo el pueblo, que se trataba de un espía rubio y, por lo tanto, alemán. En San Vicente de la Sonsierra, en La Rioja, un alguacil que le contempló dibujando un puente, lo encerró por el mismo motivo que el anterior. Todo el pueblo acudirá en procesión para contemplar al espía rubio.

La Asociación de artistas vascos. - Madrid - 1916

La Asociación de Artistas Vascos. Madrid. 1916

En Madrid y a instancias de Ramón Gómez de la Serna se celebró la Exposición de Pintores íntegros, que sirvió como introducción a las novedades que aportaba la pintura vasca.

El encargado de toda la selección y montaje será Gustavo de Maeztu; en representación de la Asociación de Artistas Vascos. Llevará a cabo todo el entramado de la exposición. Empaquetará los cuadros, los buscará en casa de unos y otros logrando conseguir todos los permisos necesarios.

Si peleó para el surgimiento de la Asociación, no menos lo iba a hacer para su difusión. Con un martillo en la mano y el chaleco fue clavando los cuadros en su sitio.

Gracias a su entusiasmo y a su actitud incansable, con su "alegría epiléptica y contagiosa", haciendo los honores de la casa, instruyendo a los visitantes, "atendiendo a las señoras y dando la voz de alarma a los camareros", consiguió un éxito pleno.

Logró reunir cerca de 250 obras, no faltando ningún aspecto del arte vasco contemporáneo. Se expusieron cuadros, esculturas, metalistería, vidriería, esmaltado y cerámica, dibujos, aguafuertes, proyectos arquitectónicos, etc. Sirvió, en definitiva, para mostrar el espíritu renovador que en esos momentos caracterizaba al arte que se realizaba en el País Vasco.

Como Asociación que era abierta a todas las tendencias del siglo y a las diversas manifestaciones del arte, se pudieron contemplar en esta muestra pictórica obras de toque neoclásico, con reminiscencias goyescas o velazqueñas, influjos cezanianos, enseñanzas del arte sintético y decorativo, impresionismo clásico y puntillismo, a la vez que artistas preocupados por los viejos pintores flamencos y alemanes o por la moderna concepción de la decoración en grandes masas sometidas a un ritmo monumental.

En esta exposición, una sala estaba reservada a mostrar los cuadros de Gustavo de Maeztu: "Las mujeres en el mar" y "La tierra española". Para José Francés lo reseñable de estos cuadros estaba en el tratamiento del color, tal como un escultor que trabaja los bloques de mármol, siempre resaltando la sensación de gigantescas esculturas pictóricas. Esta concepción de un arte suntuoso, amplio, en el que las figuras son tratadas como grandes bloques pictóricos y donde la materia adquiere calidad de "pompa", es lo que le lleva a José Francés a aplicarle el calificativo de "El Magnífico".

Maeztu se sentirá preocupado por el color, procurando al trabajarlo, darle el mayor destello posible. Consiguiéndolo a costa de cierta merma en la delicadeza de las gamas, acercándose (por que lo tiene como referencia), al mundo de Anglada Camarasa.

Por otro lado, la evolución lógica que siguió Maeztu, fue la de una obra madura, en la que el color, apagado algo de su robusto acento, se mostraba más armonioso, con una dependencia de tonos más intima y donde la forma aparecía más razonada en su trabazón.

Como era de esperar en este tipo de eventos, el rey Alfonso XIII acudió a contemplar la exposición de artistas belgas y la de artistas vascos, acompañado de su secretario particular, el Sr. Torres, y del pintor don Joaquín Sorolla. El rey, durante su visita, prestó especial atención al cuadro "La Tierra Ibérica", obra de Maeztu.

Con motivo de la exposición de Madrid, don Ramón del Valle Inclán pronunció una conferencia realizando un estudio sobre el mundo castellano, el levantino y el vasco (aunque entendiendo éste como una unidad étnica que abarca todo el Cantábrico). De estos últimos, destacaba su primitivismo, porque aún no se habían desenvuelto, "aún no pueden mirar atrás, a una época anterior, ni tienen tampoco una ciencia aprendida de ajenos. Y por esto son primitivos... tienen todavía un sentido juvenil, miran adelante y son impulsados por el logos espermático, por la razón generadora".

Barcelona - 1917

Barcelona. 1917

La Gran Guerra estaba asolando los campos de Europa y despertando las conciencias en un país declarado neutral, pero donde algunos estamentos sociales se estaban enriqueciendo a costa del derramamiento de sangre europea. Gran parte de la intelectualidad española estaba por la participación en el conflicto apoyando al bando aliado.

En el mes de abril, un grupo de intelectuales, políticos e industriales, poetas y artistas también, firmaron un manifiesto aliadófilo, creando un ambiente que culminaría con la exposición barcelonesa de Arte Francés que se celebraría en 1917.

Una vez que la Asociación de Artistas Vascos hubo expuesto en Madrid, su siguiente salida no podía ser otra que Barcelona. Si Madrid era importante por ser la capital de España, Barcelona era el centro de las vanguardias artísticas de la península, opuesta precisamente a Madrid, centro del clasicismo.

En la ciudad Condal expusieron en las Galerías Layetanas, sede del grupo catalán "Les Arts i els Artistes", durante los meses de diciembre de 1916 y enero de 1917. Mostraron un total de 182 obras. La exposición se convirtió en una manifestación de contenido político, y no podía ser menos, ya que en ambas zonas latía un nacionalismo que aprovechaba toda seña artística como hito diferenciador.

Tanto el País Vasco, como Cataluña se apropiaron de las formas modernas de hacer pintura, pero adaptándolas a su peculiar idiosincrasia. Como decía Valle Inclán, para que una personalidad artística se desenvuelva, ha de sumar en si múltiples y ajenas personalidades, pero sumándolas, no conservándolas disgregadas; esto servía tanto para los artistas catalanes como para los vascos. De ahí también, las afinidades de estas dos "escuelas".

Tras la visita a Barcelona de Maeztu y sus amigos, y en una grata correspondencia, el pintor catalán Santiago Rusiñol, exponía en el salón de la Asociación de Artistas Vascos del 24 de marzo al 14 de abril. Era ésta una de las exposiciones más esperadas por el público bilbaíno. Con motivo de la muestra, un grupo de amigos le tributaron un homenaje en un chacolí de Archanda. Entre los participantes no podía faltar Gustavo, quien leyó unas cuartillas "ingeniosas", donde hablaba de las nieblas norteñas. La fiesta fue criticada, motejando a los participantes de "aldeanos", ya que se quiso apurar en la fiesta la nota del vasquismo rural, "que huele a establo". Algo que contrasta con las opiniones de Maeztu sobre estos temas.

La evolución lógica de Maeztu a partir de aquí, será la de sacar el cuadro del lienzo para trasladarlo a la pared, pero tendremos que esperar hasta finales de la década de los veinte para que este sueño suyo se haga realidad. Traslado a la pared que poseerá dos connotaciones: una de carácter social (en cuanto acercamiento del arte al pueblo) y otra de carácter histórico, casi diríamos arqueológico, en tanto que buscará devolver la pintura a lo que pensaba su soporte original, la pared.

Maeztu expondrá otra vez en Barcelona. Esta vez en las galerías Layetanas, donde a principios de año había arribado con una colectiva organizada por la Asociación de Artistas Vascos. En Barcelona se alojará, como sería corriente en sus numerosos viajes, en el Hotel Oriente, frecuentando también el Café Gran Continental.

Exponía un total de 14 óleos y 11 dibujos, centrados en el retrato y realizados al carbón. La exposición se inauguró el día 15 de junio, compartiendo galería con obras del pintor Guardiola. Gustavo acudía a Barcelona en un momento de plena ebullición expositiva. El 23 de abril, se inauguraba la "Exposición d'Arts Francais", en la que se mostraban 1.458 obras, recopilándose la mayor parte de las tendencias desarrolladas desde las últimas décadas del siglo XIX.

En Barcelona se convierte en un personaje asiduo del Café Continental, donde alternará con burgueses e intelectuales, introducido por don Miguel Utrillo, mecenas de las artes e "inventor" de Sitges, hermosa población, donde aglutinó a pintores y escritores de su tiempo, sobre todo a Rusiñol y a Casas. Don Miguel Utrillo poseyó una importante colección de pintura que fue expuesta al público barcelonés entre 1933 y 1934 en la Sala Parés.

Entre los artistas figuraban nombres como los de Nonell, Casas, Clará, Opisso, Sunyer, Dalí, Bagaría, Pasqual, Cabanyes, Mir, Picasso y Maeztu.

En Barcelona, por las noches, y con Francisco Iribarne, director jefe del periódico "La Lucha", y Marcelino Domingo, acudía al Café Español, situado en el Paralelo, donde predominaba el ambiente lerrouxista propicio a las conspiraciones antimonárquicas. En este ambiente, es donde dice Maeztu que conoció al "Noy del Sucre", apodo de Salvador Seguí, anarcosindicalista español que participó activamente en los sucesos de la "Semana Trágica" en julio de 1909, siendo uno de los primeros organizadores y propagandista de la C.N.T. Maeztu lo consideraba un hombre extraordinario, un personaje novelesco. Murió asesinado en la guerra de pistoleros que asoló Barcelona al principio de los años veinte.

En los amaneceres, acompañado de Santiago Rusiñol, Gustavo bebía y reía "empachado de sofisticación y de optimismo", mientras Rusiñol cantaba una sardana y mascaba un puro rebelde, sentado junto a su pernod.

Dos grandes pintores se encontraban en estos momentos en Barcelona. Uno era Francisco Iturrino, de quien se exponían varias obras y que siempre gozó del favor de la crítica de esta ciudad. El otro era Picasso, a quien se le aplicó el mote de "el diabólico" y cuya escenografía para el ballet "Parade" empezaba su periplo por España. Aprovechando esta grata coincidencia, de dos espíritus afines, se les ofreció un banquete en el que el tercer homenajeado fue Gustavo, quien, con su exposición obtuvo un "franco éxito" en palabras de Estanislao María.

De vuelta a Bilbao, en el mes de agosto, corren aires revolucionarios y Maeztu "vuelve a sacar del armario y envuelta en una hoja de El Motín, su vieja pistola". En su taller de la calle Orueta, un grupo de amigos allí reunidos y tras calentar el cuerpo con la bebida, deciden tomar el cuartel de San Francisco. En "el comité secreto" participaron Massip, Ramón López Chico, Murciano (representante de la publicidad de "El Sol ") y otros personajes, de los que Estanislao no nos da referencias. Mientras acudían en comité revolucionario al asalto, "Gustavo nos seguía escurriendo el bulto, como el que pretende dar esquinazo".

Maeztu se nos muestra cada vez más elevado y sutil en ideas pero más vacilante, inseguro y temeroso en la acción, con todo el bochorno y la amargura íntima que acompaña a este contradictorio desdoblamiento. Estamos ante un Gustavo que se nos descubre como Tartarín, el personaje de Alfonso Daudet, mitad Sancho, mitad Quijote, personalidad que no dejará de simbolizar, por otro lado, al hombre moderno.

Londres - (1918 - 1922)

Londres (1918 - 1922)

A nuestro artista Bilbao le produce paulatinamente una gran decepción, llevándole ésta a afirmar su creencia en todo menos en su ciudad, reconociendo que en ella no podía vender sus cuadros porque "este no es mi reino, aquí se entiende poco de arte".

Maeztu no participa en la Exposición de Arte Español que se inauguraba el 12 de abril en el Petit Palais de París, donde sí estaba invitada la Asociación de Artistas Vascos. Ni tampoco acudió a la exposición que se celebró en Zaragoza entre el 20 de mayo y el 22 de junio.

Maeztu se hallaba embarcado en una nueva aventura, en un nuevo viaje, esta vez, un viaje significativo para su quehacer artístico. Cansado de Bilbao, coge sus bártulos y gran parte de sus obras y parte hacia Londres, ciudad con la que se identifica plenamente. Si de París fue poco lo aprendido, no ocurrirá lo mismo con Londres, ciudad a la que acudía en plena madurez y con lúcida conciencia de lo que buscaba.

Gustavo parte para Inglaterra con entusiasmo y en sintonía con un pueblo que considera encantador, al que acude tras hallarse en un peligroso periodo de desánimo y tristeza. Los tipos que allí encontrará, como el tasquero, el cafetero, el borracho, serán tipos como los de aquí, "ingenuos en el desarrollo de su brutalidad". Sin embargo, no opinará lo mismo de los políticos a los que considerará de lo más detestable.

En Londres Gustavo vivirá en el barrio de Chelsea, en la calle Cheyne Walk, n° 62, lugar en el que instala su casa y estudio. El éxito de ventas obtenido le permitirá disfrutar de una vida ciertamente agradable, introduciéndose en la filosofía tradicional del buen vivir.

Si en París recorría los museos, en Londres frecuentará las tabernas, aunque sin olvidar las Pinacotecas, donde realizará copias de dos de sus descubrimientos, Reynols y Van Dyck. Si en París trataba de buscar una ayuda, una referencia para su incipiente criterio artístico, en Londres decide volcarse más en el conocimiento de la vida y en la búsqueda de un cosmopolitismo necesario para un nuevo tipo de pintura.

Expone en las Grafton Galleries del 6 al 30 de diciembre de 1919, un total de 147 obras, entre óleos y dibujos. En la exposición mostraba un amplio recorrido por los paisajes y las gentes de la península. Desde Andalucía al País Vasco, de Extremadura hasta Aragón. Destacaban por su presencia, obras tan conocidas como "Flora", "Las Samaritanas", "Los novios de Vozmediano", "Sibila del amor", "Eva" y el tríptico "Iberia", que se quedaría junto con otros dos cuadros de tipos femeninos, en el Centro Español de Londres, en Cavendish Square.

En Chelsea, barrio de artistas, Gustavo apagará sus añoranzas en las tardes tristonas con whisky, acudiendo a Picadilly, Hyde Park o pasando las noches en Ciro's Club, (cuyo ambiente reflejará en un cuadro), en Covent Garden, Hydemarket o Savoy; lugares destinados a las clases elegantes y acomodadas.

No estaba aislado en Londres, recibía frecuentes visitas de sus amistades de España, como la de Alejandro de la Sota o la de Félix Ortíz. Cenando en el Café Royal con Alejandro de la Sota, entre confesiones, Maeztu, le reconoció estar enamorado. Gustavo brinda "por su última gorda, por su amor" y en un arrebato de sinceridad confiesa que está enamorado y llora desconsolado mientras unos "lagrimones enormes caen en su copa, siempre vacía".

A pesar de los sinsabores amorosos, Maeztu pinta y trabaja incansablemente, consiguiendo hacer más delicada su visión, empezando a modificar las gamas de su pintura. Si en París hablábamos de Anglada Camarasa, ahora en Londres es preciso reparar en Wistler, el pintor americano. Pero no es la forma la que le influye, sino sus principios atmosféricos, insuflados a su propia sensibilidad. Wistler posee (en su obra) un aspecto poético, musical, el color no dependerá de impresiones visuales, sino que adquirirá un valor arbitrario, que capta el instante de armonía entre el individuo y el mundo. El color en Wistler no es visual, sino poético, alusivo, lleno de significados espirituales y vagamente simbólico. La otra afinidad con el pintor estará en la admiración que sienten por la pintura de Turner: su lirismo colorista y su musicalidad cromática. Para Maeztu, con Turner empieza la pintura moderna.

Uno de los críticos más distinguidos de Gran Bretaña, P. G. Konody escribía en el periódico dominical "The Observer", el más influyente de Inglaterra, una crítica sobre la exposición de Maeztu en la Grafton Galleries. Sus observaciones las centrará en los elementos étnicos que manifiestan sus cuadros, algo que le impedirá realizar una pintura universal que pueda "llegar a conmover los corazones más humildes del mundo. Esta crítica, que recalcaba términos como "basque painter", "castillaine" iba en contra de su aspiración artística, ahora centrada en la convicción de que quien sigue sólo la tradición de su país, mata el lenguaje de su sensibilidad.

Es en Picadilly, en la casa alemana de Hapenrodd, lugar donde se podía comer muy barato, donde aprecia el misterio de los orientales, observando sobre todo el movimiento de sus ojos que transmiten un lenguaje pleno de matices, indicio de una vida interior. La temática, de los chinos, personajes sugerentes, situados en los márgenes de la realidad y el ensueño, dejarán honda huella en el arrebatado espíritu de nuestro pintor. Personajes de los que a costa de profundizar, divagar y observar, llegará a apropiarse.

Los chinos de Maeztu son los cargadores del puerto de Liverpool, de barcos aventureros de muchas velas; los trashumantes de Picadilly; los jongleurs chinos de larga coleta, que se exhiben en los escenarios; los chinos hieráticos de los sórdidos fumaderos de opio. Chinos errabundos y misteriosos que comparten con los judíos y los gitanos, el enigma de las razas dispersas, sin cuna ni patria.

Del 2 al 17 de febrero de 1920, expondrá en la Walker's Galleries, en el n° 118 de New Bond Street, de Londres. Mostraba una colección de pinturas, pasteles y dibujos, en un total de 57. Entre los óleos aparece por primera vez su cuadro "Pierrot en la taberna" y una de sus obras emblemáticas: "La musa nocturna". Lo que resulta importante en la exposición es que estamos ante cuadros con temática española, con predominio de los paisajes. Algo que, al contrario, no ocurre en sus pasteles o dibujos, donde son más los retratos realizados a sus amigos residentes en Londres o estudios de desnudos, paisajes u otras figuras, todo ello con una fuerte presencia de motivos españoles.

El triunfo obtenido en Londres, le llevará a exponer por otros puntos de la geografía de Gran Bretaña. En el mes de febrero de 1920 instaló sus cuadros en el Museo Municipal de Sheffield, en la "Mappin Art Gallery", invitado por el conservador del museo. Durante el mes de marzo, los mismos cuadros fueron expuestos en el Museo Municipal de Leed, donde fue invitado por el director de dicho museo. Y en abril, accedía a la misma invitación del director del museo Municipal de Hull.

La prensa y gran parte de la crítica, detuvo su atención en su obra, dedicándole lisonjeros comentarios, especialmente The Outlook, The Observer y The Challenger, reproduciendo este periódico el cuadro "La fuerza", en el que se concentró el interés de la crítica.

En Londres recogerá nuevos tipos y nuevos paisajes, para luego, posteriormente y en la placidez de su estudio, pasarlo al lienzo y recrear todo aquello captado en los primeros trazos. En su álbum de dibujos anotaba los colores que correspondían a cada parte, los efectos de luces que tenía que aplicar dependiendo del día, amanecer, plena luz, ocaso. Luego en su estudio se dejaba guiar de su fantasía y creaba bellos colores superando la realidad. Trabajaba sus cuadros como novelista, anotando ideas que luego necesitaba desarrollar, adornar para construir un relato. Maeztu terminó muchos de aquellos primeros trabajos en la lejanía de su estudio de Bilbao. Es como si tuviese una necesidad de distanciarse del motivo para volver a perfilar las sensaciones obtenidas y producir una nueva obra.

Maeztu vuelve de Londres más estabilizado, con una técnica más serena y una sensibilidad más aguzada. Para Alejandro de la Sota, Gustavo ha alcanzado su cumbre, incluso considera su pintura con más fuerza que la de Zuloaga, superando superficialidades, ahondando en el carácter de los personajes. Empieza ahora para nuestro artista un periodo de esplendor, de reconocimiento a su calidad y a su prestigio, sobre todo fuera del País Vasco.

París, Guernica, Madrid, Amsterdam (1922-1925)

París, Guernica, Madrid, Amsterdam (1922 - 1925)

Tras su estancia londinense, Gustavo se traslada en el mes de mayo de 1922 a París para mostrar sus obras. El lugar elegido son las Galerías Devambez, sitas en el nº 43 del Boulevard Malesherves.

Acudía con un voluminoso catálogo realizado en los talleres tipográficos de la Editorial Vasca, en Bilbao. En él se recoge una selección de sus cuadros acompañados con numerosos textos, con la peculiaridad de que salvo un texto escrito por Valle Inclán (de la exposición en Madrid de la A.A.V. de 1916), traducido al francés, todos los demás son extractos en inglés de las críticas recibidas durante su periplo londinense.

La exposición se dividía en secciones formadas por paisajes, retratos y cuadros de composición, con un total de 33 pinturas y 38 dibujos. Mostraba, entre otros, sus cuadros "La fuerza" y "El orden", los cuales recibieron los mayores elogios por su cualidad intelectual y su fina rebeldía.

También estaban, su reciente "Pierrot en la taberna", "Evening party" , "Figuras de club", "Mujer oriental", "Andalucía", "Los novios de Vozmediano", "Pasión", "Figuras de circo", "Pareja de apaches".

La prensa especializada alabará sus paisajes considerando a Gustavo como un admirable intérprete tanto del mundo exterior y estático, como de su propio mundo interior. Y es que como dirá José Francés, todos sus cuadros de composición están pintados sobre paisajes, de los cuales Gustavo sabe servirse. "Van en armonía con la idea que sobre ellos hayan de representarse los personajes vivientes, ya en oposición y contraste de la misma para que la obra resulte más dramática".

La exposición, que duró veinticinco días, adoleció desde un principio de falta de preparación y sobre todo de propaganda, motivo por el que no se le dio la importancia a la que se había hecho acreedor. La falta de publicidad hizo que los artículos de prensa que hacían referencia a la muestra saliesen en los diarios parisinos cuando esta ya había concluido.

La prensa de Madrid se hizo eco del evento y del fracaso del mismo pero no por la obra del artista como hemos visto, alabada por el público de París, sino por la falta de apoyo de los organismos oficiales españoles en la capital del Sena y por la ausencia de publicidad española en el extranjero.

Una vez más está en la ciudad luz y una vez más poco obtiene de ella. Tal vez lo único que le motivó fuese la Exposición de Arte Colonial Francés que se estaba celebrando en estas mismas fechas. Las máscaras Cabagny y las esculturas Dogon, su arcaísmo y su espiritualidad le atraparán, adquiriendo varias de estas obras que colgarán en su estudio sirviendo de complemento a sus farolillos chinos.

El 10 de septiembre de 1922 se inauguraba en Guernica el III congreso de la Sociedad de Estudios Vascos. Los dos anteriores se habían celebrado en Oñate en 1918 y en Pamplona en 1920. Este tercer congreso estuvo bajo la dirección de Julio Urquijo y Ángel Apraiz, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona.

Con motivo del mismo se realizó una exposición de trajes del País y otra de Bellas Artes que incluía pintura, escultura y grabado, celebrándose del 10 al 17 de septiembre en la residencia de los Padres Agustinos de la villa de Guernica. Como era lógico por su prestigio, en la exposición y en su organización, participó la Asociación de Artistas Vascos, en colaboración también con la junta del Museo de Bellas Artes.

Gustavo de Maeztu aportaba a la exposición de Guernica 6 cuadros, entre ellos su más que reciente obra "Tierra Vasca", tal como aparecía ahora titulada por la prensa. Maeztu, dentro de su camino de investigación de nuevas técnicas, quiso asociar esta obra a un hombre conocedor de un oficio secular un tanto olvidado. Se trataba de aunar toda la obra, lienzo y marco dentro de una unidad simbólica. Para ello recurrió al uso del dorado y del repujado del cuero, a la técnica del guadamecí cordobés, "que la mano indolente del Omeya fogueó en arabescos". Esta obra pensada a modo de retablo (la prensa de Madrid que recogió en sus páginas el evento hablaba de un retablo "que representa el espíritu religioso del País"), se acabó de componer en el estudio de Gustavo en los primeros días del mes de septiembre de 1922, con lo que fue presentado como primicia en el Congreso.

Podemos considerar el tríptico de Gustavo como la pintura más codiciosa de la exposición. En palabras de Zuazagoitia había que celebrar la vuelta de la pintura al muro para que las alegorías pudieran tener anchura y resonancia, algo que necesitaba Gustavo en sus pinturas. Ahora se evidencia su clara tendencia en pos del gran arte, saltando del caballete al muro, acercándonos cada vez más a su ansiado sueño de la pintura mural.

El espíritu creador, ambicioso y pujante de Maeztu, necesitaba abarcar rumbos inéditos. Cada día le atraía un nuevo afán, que a lo largo de este verano se manifestó en el retablo. ¡Qué cerca está Maeztu de sacar sus obras al exterior, de dotar a su arte de contenido social y por lo tanto, dejarlo preñado de significaciones!. Por eso, esta obra al igual que otras anteriores, tiene algo de cartel de ciego, aunque más depurado y ennoblecido.

Concebido el tríptico en tres paneles, el central eterniza a unos remeros, flanqueado por otros dos paneles menores, "que son dos teorías de suplicantes", ascendiendo por las faldas de dos colinas coronadas por sendas iglesias o ermitas.

Gustavo solía comentar una frase del filósofo alemán Niezsche que decía: "El sol, al ocultarse en el confín del mar, hace que el más humilde pescador reme con remos de oro". En esta frase se encierra la filosofía del cuadro.

El lienzo central está compuesto por unos marineros remeros, tripulando una lancha. En palabras de Basterra, "es uno de los trozos de pintura euskalduna, en el que se acusan más valientemente las características de la pintura nórdica. Está pintado a golpazos rítmicos de corazón apasionado. La energía en que superabundan aquellos hombres del remo se exhala en miradas magnéticas y un raudal desbordante de cantos vigorosos.

Es, sin duda este tríptico, uno de los productos más considerables de la escuela euskalduna".

Posteriormente, el tríptico, fue expuesto al público de Bilbao en el salón de actos de la Filarmónica durante el mes de noviembre, ya con el título de "Tierra Vasca, lírica y religión".

El tríptico fue comprado por la Junta de Cultura Vasca. El 25 de junio la obra quedaba ubicada en el palacio de la Diputación de Vizcaya, en una de las galerías del segundo piso.

Tras unos años de ausencia, Gustavo de Maeztu volvía a exponer en Madrid. Esta vez lo hacía en el museo de Arte Moderno, durante los meses de junio y julio. Ilustrando la exposición, Gustavo dio una conferencia en la sala de exposiciones del museo bajo el título de "Fantasía sobre los chinos".

Maeztu se autorretrataba pesimista respecto al porvenir literario y artístico de España. Echaba de menos la inquietud, imaginación, la lucha, considerando que en el país había muy poca gente capaz de morirse de hambre por una idea estética. Echaba en falta, en Madrid, un periódico que aportase nuevos bríos, que intentase imponer un credo novedoso frente a un panorama pobre y abatido. Al final de su discurso nos muestra un rayo de esperanza: "Trabajemos, soñemos y vivamos nuestra vida tal y como está trazada, un poco vagabunda, a ratos alegre, a ratos melancólica".

Una de las ilusiones de Gustavo al acudir a Londres había sido alcanzar y asirse a una nueva pintura, alejada de conceptos intelectuales y más abierta a concepciones, donde primase la emoción. Así, desde esta perspectiva, la técnica se convertía en un medio para buscar una finalidad. Es indudable que para lograr la emoción en la pintura, se precisa del alarde técnico y es innegable que esta condición la poseía Maeztu. Así se apreciará en el conjunto de obras que presentaba en Madrid, henchidas de técnica y emoción, si bien la primera, se ocultaba cuidadosamente, para dejar el puesto a la segunda. El mejor ejemplo nos lo ofrece su cuadro "Pierrot en la taberna" pintado el año anterior en Londres, cuadro emotivo y de una técnica evidente.

Maeztu exponía ahora las pinturas sobre los chinos, que tan poderosamente llamaron su atención. Con porfía científica exploró a sus amigos orientales hasta penetrar en su carácter, y con paciencia de sabio venció la resistencia de unas gentes refractarias a cualquier suerte de intimidad. Los chinos pintados por Maeztu son posiblemente los más difíciles de ser retratados. Chinos que manifiestan en su rostro la dureza, la crueldad, la sapiencia que, según Ramón Gómez de la Serna, dan los proverbios de su país.

En esta exposición presentó sus paisajes: "Llanura de Castrojeriz", "Anochecer en Labastida" y "Rincón de Oñate", ofreciendo la visión de Castilla tal y como la entendía Maeztu. En estos cuadros se imponía la placidez de los fondos, esa serenidad de los segundos términos tan característica en su obra. Otra obra que descollaba por su configuración descriptiva llevará por título: "Un alto en Sierra Morena". A los anteriores cabe unir "Amor en la taberna", "Figuras de circo" y "Cafetín nocturno”.

Junto a la colección de óleos mostraba un amplio repertorio de dibujos, donde sintetizaba las mismas características de sus cuadros: lo arquitectónico y lo decorativo, dando al conjunto una extraña mezcla de vigor y de serenidad, de academicismo y hasta de incorporaciones cubistas. Entre sus dibujos destacaban: "Pierrot", "Horror a la guerra", "La mujer del mar", "La dama de blanco", "La maja y el deseo", "Poetas", "Musa nocturna", "Don Juan" y "Potros".

El 9 de febrero de 1924 inauguraba una nueva exposición en Madrid en el Salón Nancy, situado en el n° 40 de la Carrera de San Jerónimo. Presentaba un total de 18 obras, de las que seis eran retratos y el resto paisajes de la provincia de Santander, entre los que sobresalían "Un desembarco en la niebla" y lo que denominará la prensa, "sus fantasías cromáticas", como por ejemplo, el cuadro "Fantasía sobre mi gato". Pocos días antes de la clausura añadió otra obra titulada "Retrato de arquitecto". Al acto de inauguración acudieron numerosas personalidades, entre las que se encontraban el embajador de Holanda, don Indalecio Prieto, Margarita Nelken, Alcántara, Vegué, José Francés, Méndez Casal, Vázquez Díaz y diversos críticos y artistas.

Nuevamente en Bilbao, del 27 de agosto al 15 de septiembre, Gustavo de Maeztu expondrá en la sala de la Asociación de Artistas Vascos una muestra de paisajes vascos, catalanes y castellanos, pintados durante la reciente primavera, además de una colección de figuras de personajes chinos.

Poco después, el 25 de octubre, en la capital de Vizcaya se hacia realidad un largo proyecto acariciado por Gustavo y todos los miembros de la Asociación: la inauguración del museo de Arte Moderno de Bilbao. El museo disponía de tres salas, no muy espaciosas y de un despacho para su director, el pintor Aurelio Arteta.

Este museo, que nacía con vocación de contemporaneidad, tenía como reto mantener una decidida preferencia por las escuelas de vanguardia y atención prioritaria a los artistas del país., de quienes procuraría tener colecciones lo más completas posibles. Así, en las paredes de sus salas, colgaban los cuadros de Regoyos, Iturrino, Arrúe, Maeztu, ("El ciego de Calatañazor"), Uzelai, Tellaeche, Echevarria, Arrúe y en sus vitrinas, se expusieron esmaltes de Ricardo Arrúe y trabajos de orfebrería de Paco Durrio. La escultura estaba representada por un busto de Nemesio Mogrovejo.

Apenas comenzado el año 1925, a Maeztu le encontramos ocupado en otra de sus aventuras europeas. Invitado por el director del Museo Municipal de Amsterdam, el señor Beard, expone una colección de cuadros y de dibujos, 60 piezas, en su sala de honor. En palabras de Gustavo éste era "uno de los museos municipales más hermosos del mundo".

La exposición obtuvo éxito de crítica y de ventas. Para la galería particular del Sr. Mensing, gerente de la Casa Muller, la casa de las grandes transacciones de cuadros de la época, fueron adquiridos los cuadros "Caballos en el Mediterráneo", "Niebla en la Barquera" y "Crepúsculo en la Escala". Además, tras su clausura el 8 de febrero, fue invitado a exponer en el mes de abril, por el Museo Municipal de Arnhen, pequeño pueblo situado a las orillas del Rhin.

Si Gustavo sentía Londres como una extensión de su personalidad, la ciudad holandesa le fascinará. En esta encrucijada del mundo por la que circu-laban personas con todo tipo de fisionomías, llenas de tipismo, fue donde estuvo verdaderamente obsesionado con la "Sonrisa estereotipada del chino y la movilidad de sus ojos. ¿Qué sentido tiene la sonrisa de un chino? ¿Se ríe, desprecia, odia o disimula?".

De vuelta a casa, en el mes de septiembre, será invitado junto con un amplio número de artistas, a exponer en las Fiestas Eúskaras de Fuenterrabía, organizadas por el Ayuntamiento de esta ciudad.

La Exposición de Bellas Artes quedó instalada en siete salas de la escuela de Viteri, acogieron un total de setenta y ocho cuadros, diecinueve caricaturas, treinta y ocho fotografías, doce esculturas, treinta y dos planos y alzados de arquitectura y varias caricaturas de madera. Participaban en la exposición los hermanos Zubiaurre, Ignacio Zuloaga, Ricardo Baroja, Errazquin, Zabala, Tellechea, Beobide, Olasagasti, Vázquez Díaz, Bienabe Artía, Uranga, Rojas, Bueno, Kaperotxipi, Montes Utirrioz, Landy, Zamorano, "Krito" y otros.

Gustavo de Maeztu presentó una sola obra al certamen que llevaba por título: "El molino de Harlem", obra que nos evoca los trabajos iniciados en Holanda. La crítica no recibió con agrado esta pieza por el hecho de no considerar el cuadro como de lo más característico del artista.

En la sala n° 4 se exponían las obras de los caricaturistas aficionados a la fotografía. El caricaturista Krito presentaba varias imágenes de personajes importantes, una de ellas, reflejaba su visión particular de Gustavo.

Salamanca - 1926

Salamanca. 1926

Gracias a la amistad que mantenía con el salmantino Manuel Angoso y su familia y a su relación con Villalobos, al que conoció en Madrid, Gustavo de Maeztu, expondrá durante el mes de enero de 1926 en el Casino de Salamanca.

En la ciudad del Lazarillo, la exposición se instaló en el salón noble del piso principal del Casino. El salón se había adornado con bargueños, telas charras, viejas alfombras de Cantalapiedra, cómodas sillas de cuero de Córdoba y maceteros antiguos, cedidos por don Manuel Angoso, don Angel Vázquez de Parga y don Alberto Losada, entre otros. En este ambiente expuso un total de 24 cuadros, entre óleos y dibujos, en donde recogía casi como en una retrospectiva una gran parte de su producción.

Además, la exposición mostraba de manera casi didáctica su trayectoria y sus influencias. La de Anglada Camarasa era patente en el cuadro "Encarna". La influencia italiana se podía apreciar en la justeza y sobriedad de los fondos. Sus aptitudes como dibujante, en los apuntes "Juan García" y el de "Andrés García Angoso".

En la muestra figuraban obras ya conocidas del público español, como "Los dos amigos hacia el Strand", "Encarna", "Los tres amigos", "Remedios", "Vicente", "Estudio para retrato", "Estudio decorativo", "Elizabeth Queen", una copia del pintor Van Dyck, "El hombre de Castilla", "La del mantón blanco", "Joshe Mari" un marinero vasco, "Ciudad Rodriga, barrio de las tenerías", "Parejas africanas", "Alegría en la taberna", "Juan Carlos", "Viejo procurador", que era un estudio para el cuadro "Horror de la guerra", "Los novios de Vozmediano", "Retrato de don Juan García" y "Retrato de don Andrés García Angoso". La presencia de todas estas obras y la escasez de manifestaciones artísticas de calidad en la ciudad universitaria motivó, el que un periódico salmantino, "la Gaceta Regional", iniciase en sus páginas una ronda de opiniones en la que participaron diversas personalidades de sus círculos culturales.

Gustavo era presentado en Salamanca por la prensa como una especie de "Glober Trotter”. Es de la piel del diablo este hombre tan comprensivo y tan bueno. Una especie de hombre fantástico que pinta un cuadro, escribe un drama y desaparece de la terraza del Café Regina de Madrid o del Boulevard de Bilbao. Dos, tres meses nos preguntamos todos por el querido Gustavo. Una postal, nerviosamente escrita en la cubierta de un barco, o en una ciudad rusa, alemana o flamenca, nos cuenta al fin sus andanzas, trotes y retrates.

Para el arquitecto municipal, Ricardo Pérez Fernández, Gustavo de Maeztu, era un pintor de modernas tendencias, que se enfrenta a la Naturaleza para interpretarla a su modo, tal y como queda grabada en la sensibilidad de su espíritu. De ahí su interés por la interpretación que hace del natural, al que considera de valor eminentemente decorativo. Como ejemplo de esto, sus cuadros "Pareja africana" y "Los tres amigos"; obras donde las figuras quedan en primer término dibujadas casi en plano y recortadas en tonos oscuros, sobre el recuadro luminosamente uniforme del fondo. Estos contrastes bruscos del color en los dos términos del cuadro, es lo que producirá para Pérez Fernández el efecto decorativo.

Esta exposición supuso un revulsivo para la ciudad, convirtiéndose en la primera fiesta artística de alguna importancia celebrada en Salamanca. Ciudad que, por otro lado, sólo contaba en estos años con el pintor Celso Lagar, pero debido a su inclinación por las formas artísticas más vanguardistas carecía de predicamento en los ambientes intelectuales de la ciudad.

Superado este periodo viajero, donde muestra sus obras por la geografía española, pasará el verano de 1926, en la bella ciudad francesa de Anglet, en la hermosa finca que tenía por nombre "Etete Maríe". Aquí terminó de pintar sus cuadros "El cazador de Baigorri" y "Merienda de funeral", celebrando el barnizaje de los mismos mediante la organización de una fiesta a la que asistieron los cónsules de España en Bayona y Hendaya junto a otras personalidades de la colonia española.

Finalizado el año, en diciembre, Gustavo llevará a cabo una exposición en su estudio de la calle Orueta, donde enseña, pero más a los amigos que al público, el conjunto de casi toda su obra.

La Camorra Dormida - 1927

La Camorra Dormida. 1927

Dos acontecimientos van a involucrar a Gustavo durante 1927. Uno será la dimisión de Aurelio Arteta como director del museo de Arte Moderno de Bilbao. El otro, el homenaje que se le rindió al pintor Adolfo Guiard.

En el primero participó (aunque sólo con su asistencia), en el tributo y desagravio que le rindieron los artistas y otros personajes de la sociedad bilbaína. En el segundo, sin embargo, fue parte activa en la realización de la fiesta mediante la elaboración de los decorados que ornaron los salones del hotel Carlton de Bilbao.

En carta fechada el 3 de febrero, Aurelio Arteta dimitía de su puesto de director, debido a las quejas planteadas por diversas autoridades municipales en los debates de los presupuestos, afectando al funcionamiento del museo y dejando en entredicho la labor de Arteta como director y su criterio artístico en la compra de fondos, ya que se le acusaba no tanto de la calidad de las obras adquiridas, sino de favorecer a sus amistades.

Esta dimisión acarreó la retirada de Gregorio Ibarra, Alejandro de la Sota, Ricardo de Gortazar y Joaquín de Zuazagoitia, vocales representantes del Ayuntamiento en la Junta del Patronato del museo. A estas renuncias se añadieron las de Antonio de Guezala, Antonio de Larrea y José Félix de Lequerica, vocales de la Diputación en la Junta del museo.

El pintor, en su disertación defendió los dos valores que él consideraba agraviados. Uno el entusiasmo, el amor a Bilbao de las personas que habían representado a las Corporaciones en la Junta del museo. El otro valor, que consideraba despreciado y ofendido era el de los artistas vascos. Artistas que con su "fuerte personalidad han conseguido que el nombre de Bilbao se registre también en las altas zonas del arte".

Unos días más tarde, y en el mismo escenario, tenía lugar el homenaje al pintor Adolfo Guiard, que servía además para apoyar la dimisión de Aurelio Arteta. El 21 de febrero, el hall del hotel se vio transformado por los decorados realizados por un grupo de pintores: Guezala, Urrutia, Uzelai, Gustavo de Maeztu y el músico Jesús Guridi, todos miembros de la Asociación de Artistas Vascos.

Pero el elegante festejo fue criticado por no ajustarse al modesto espíritu de Guiard. La fiesta, al fin y al cabo, se convirtió en una reunión de la alta sociedad bilbaína.

El éxito de la fiesta motivaría un homenaje a la misma Asociación de Artistas Vascos, que se celebró el 31 de mayo, teniendo como escenario, otra vez, el hotel Carlton. Se repetiría la actuación del "Kakewalk" y Gustavo de Maeztu pronunciaría una conferencia musical bajo el título "De la habanera al Black Botton".

Maeztu no trataba de reírse del público o de hacer a éste una broma con la complicidad del mismo. Tras la posguerra, el continente europeo fue invadido por una continua corriente de canciones, ritmos y bailes procedentes del continente americano. Del otro lado del Atlántico llegaron el jazz, el Fox Trot, el Are-Stop, el Two y también la "excitante percusión" del bolero y la rumba. Ritmos que venían a sustituir lo que aun dominaba en España: el vals lento, la polka y el cuplé que aún sobrervivirán. Eran ritmos latinoamericanos y afro-americanos, que vía París, conservaron adeptos, como el Fox Trot, hasta los tiempos de la República.

Durante estos años veinte, en que Maeztu ambienta su conferencia, el charlestón y el Shimny competían en España con la rumba y el provocativo bolero.

Tras el periodo estival, en el mes de octubre, Gustavo volvía a enseñar las sugerencias e impresiones de su último viaje a través de una exposición de sus lienzos. La muestra de los mismos se inauguró el día 28, formando parte del ciclo de exposiciones invernales organizadas por la Asociación de Artistas Vascos. Maeztu, había estado en Venecia y posteriormente en tierras gallegas aunque mostrando nada más que los paisajes y tipos de gallegos. Todo lo que vio con sus ojos fue trasladado al lienzo, pero en este caso, alejado de las mistificaciones de lo que considerábamos su época anterior.

De la treintena de obras expuestas, Fernando de Murga destacaba el cuadro "Nocturno en el Miño", de una realidad algo desvaída "junto al azul que semeja diluirse y que da una sensación acabada de plasticidad, brilla el colorido del río y los álamos que circundan sus riberas con huellas indelebles". Gustavo había volcado en estos cuadros todo su entusiasmo, lo que a juicio del crítico, le había llevado a rozar la originalidad.

Otros cuadros de la exposición llevaban por título "Anochecer en la catedral de Tuy" y "Fuenterrabía desde el Bidasoa" que, alejado de la temática anterior ya había figurado en otras exposiciones de Maeztu. De temática figurativa destacaban los cuadros "Mujer del Miño", un estudio de cabeza titulado "Remedios" y "Gaiteros de Pontevedra".

Enlazando con la temática de su conferencia de mayo y su vertiente cosmopolita, en la sala se exponía el cuadro "Idilio negro". El, nos recuerda a un músico de jazz, ella a Josefina Baker, aquella estrella afro-americana que con su "Revue Nègre" conmocionó al París de 1925. Una bailarina de cuerpo asexual que recorría las calles de la capital francesa en un coche Voisin del color de su piel, con el interior forrado con piel de serpiente, siempre acompañada de su perro esquimal blanco, que llevaba la huella de su beso en la cabeza.

En un año tan activo como éste, Gustavo va a publicar, tras un largo paréntesis, un nuevo libro, con bastantes connotaciones biográficas, que llevará por título "La Camorra dormida", editado en Madrid por la Editorial Calpe, el 21 de noviembre.

En las cubiertas del libro aparece una relación de obras escritas por el autor. Obras raramente encontrables en las bibliotecas y salvo algunas, ni tan siquiera mencionadas por el propio Maeztu en las diversas entrevistas realizadas durante estos años.

Tal cantidad de títulos nos hacen pensar en una complementariedad en las facetas de pintor y literato. Pero creemos más bien que parte de estos libros quedaron en proyectos, o bien en obras terminadas que probablemente no fueron llevadas a la imprenta por insatisfacción del propio artista o bien fueron rechazadas por las editoriales, algo no difícil de creer, teniendo en cuenta la calidad de la literatura que en estos años se practicaba.

Volviendo unas páginas atrás de este libro, durante su exposición de Salamanca, Gustavo se quejaba al entrevistador de cómo sus dramas "Rembrandt" y "Cagliostro" lo único que le habían reportado era perder gran parte del dinero que ganaba con la pintura.

No tuvo la fortuna a la que podía aspirar siguiendo el ejemplo de su amigo Ricardo Baroja, gran pintor y premio Cervantes de literatura. Si en pintura se le achacaba su monumentalidad, no tanto de concepción como de interpretación, lo mismo le ocurrirá con sus dramas, irrepresentables por su misma extensión y complejidad. Esta crítica y el conocer un nuevo mundo, al que inevitablemente le veíamos abocado por su manera de contar en pintura, es lo que le llevó a escribir este panfleto donde arremete contra el mundo de los actores, autores, empresarios y decoradores a los que define como "camorra dormida", mundo pintoresco y divertido cuyo estudio, no todo lo analítico ni profundo que debiera, "ha distraído mis afanes de estos últimos tiempos en que por diversas causas he permaneciendo alejado del mundo literario".

Cuenta Gustavo en el prefacio del libro, cómo su intención era la de que el prólogo fuese la inclusión del drama "Cagliostro", gracias al cual descubrió el mundo de la camorra, palabra que traducida del italiano al castellano significa intriga. Y dormida, porque el móvil del pequeño camorrista, al que desprecia Maeztu (no así a la heroína), es siempre el económico.

"La camorra dormida es, en las aguas espirituales del teatro, un monstruoso banco con más partículas de aserrín que de arena, pero al fin, densa muralla, que todo lo pulveriza con su choque".

Este libro de comentarios, como lo denomina Gustavo, fue iniciado a lo largo de su estancia en Venecia y terminado en Tuy, a la sombra del castillo de doña Urraca. La prensa de Madrid enseguida se hizo eco de su aparición y el diario "El Liberal" lo recibirá con el contundente título de "¡Bomba va!", fiel respuesta a la explosiva imagen que del artista se tenía. Recibía el libro con los calificativos de curioso, ameno, regocijante, compuesto por la "colaboración de la ingenuidad con la genialidad del espíritu”.

En Bilbao, en las páginas de "El Pueblo Vasco", se recogía la opinión del periódico madrileño, ya que la novela aún no la habían recibido.

La Camorra Dormida - 1927

Las encáusticas 1928 - 1929

1928 va a ser un año especialmente intenso en el nada anodino existir del pintor. Nada más comenzar, el 4 de enero, la Asociación de Artistas Vascos celebraba su 2ª Fiesta Social en los locales del hotel Carlton bilbaíno. Debido al éxito obtenido, el 2 de enero se obsequió a Alejandro de la Sota en el hotel Torróntegui en agradecimiento a las fiestas que organizó y al apoyo manifestado. El banquete fue ofrecido por Gustavo de Maeztu, en representación de la Asociación y por Mario Ugarte del grupo "Oriente".

El 12 de enero, en Vitoria, su Ayuntamiento rendía homenaje a Ramiro de Maeztu, en el hotel Frontón, como tributo de sus paisanos al recientemente nombrado embajador en Argentina. Al mismo acudieron su madre, su hermana María y Gustavo. Para Gustavo, este festejo supuso el reencuentro con los primeros días de su vida. Cambiando impresiones con un íntimo amigo le contaba que su ausencia "no era olvido de su cuna, sino necesidad imperiosa de la vida y el arte".

Como testimonio de esto decía estar pintando un cuadro de asunto vitoriano, en cuyo fondo estaba la vieja catedral y cuyo destino era el salón de un rico propietario bilbaíno. Gustavo prometía para dentro de poco reunir sus cuadros mejores y ofrecerlos para una exposición en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria.

El sábado, 17 de marzo, en el hall de la Escuela de Artes y Oficios, a las doce del mediodía se inauguraba la exposición con asistencia de un nutrido grupo de amigos. Los dos días previos, en el "Heraldo Alavés" se habían publicado sendos artículos de Ramiro de Maeztu enviados desde Buenos Aires. Tal vez éste fuese el motivo de que el mismo periódico anunciase la muestra como "Exposición Ramiro de Maeztu".

En una carta que escribe a su hermana María le comunica su próximo paso por la capital camino de Sevilla haciéndole partícipe de su gran sueño conseguido: "He resucitado y aplicado la pintura a la encáustica, la que hicieron los griegos, los egipcios y los romanos, de gran utilidad para el decorado en las grandes superficies de cemento".

Su objetivo en Sevilla, al igual que después en Madrid y San Sebastián, era mostrar su nueva técnica a los arquitectos, buscando una colaboración que después planteará en sus conferencias y escritos en busca de un arte social influido por las opiniones de Aurelio Arteta.

Después de Sevilla, no parará Gustavo de viajar. El 8 de junio, volvía a escribir a su hermana María. Esta vez lo hace desde Ávila, desde el café La Amistad, en la Plaza de Santa Teresa. En la misma, bromea sobre la foto aparecida en la revista "Estampa", donde "el fotógrafo te ha quitado algunos meses, no me atrevo a decir años". Previamente a su estancia en la ciudad de las murallas había realizado durante el mes de mayo una larga excursión por tierras de Extremadura donde elaboró diversos dibujos y acuarelas de tipos y paisajes. Esta intensidad viajera le había dejado una vez más sin un céntimo: "Esta noche salgo para el nido materno donde estaré varios meses, pues de esta lucha ni Voronof arregla mi verano. Tal es mi estado de balance". Balance del que en cierta medida le salvaría la decisión definitiva tomada por el Ayuntamiento de Vitoria de comprarle un cuadro.

Pero lo importante y novedoso de este año, es que en el mes de septiembre recibió la más alta recompensa del Certamen del Trabajo y la Exposición Industrial que organizada por el Ayuntamiento y bajo los auspicios de la Caja de Ahorros Municipal, se celebró en Bilbao.

El premio obtenido por Gustavo llevaba añadida la nota simpática dada por su condición de pintor. Se debía a su invento de pintura para fachadas y superficies al aire libre, inalterable bajo los efectos del calor, fruto de largas investigaciones y pruebas, que ya había presentado anteriormente, en el mes de marzo, en el Palacio de Bellas Artes Antiguas de Sevilla.

Desde su estancia parisina ya entreveíamos que Maeztu estaba abocado hacia la técnica del mural, pero evidentemente y dadas sus inquietudes, tenía que buscar una nueva fórmula que garantizase su supervivencia.

Con afán inquisitivo se preguntaba por qué las pinturas prehistóricas habían resistido a la acción destructora del tiempo o bien por qué los siglos no borraron las ornamentaciones de la Puerta de Oro de Constantinopla.

Parece como si Gustavo lo supiese y quisiera revelárnoslo por medio de sus experimentos con la técnica de la encaústica, arte que ya no tenía misterios para él. Gustavo no sólo se preocupaba por la pintura en la pared, sino también por su estudio, y las necesidades de conocer las virtudes del fuego, al que dotaba de carácter religioso al considerarlo como el elemento creador y eterno, revolucionario, sintiendo especial atracción por las técnicas de la cerámica. Atracción que le venía de sus años juveniles, influido por las labores de su gran amigo Paco Durrio.

Gracias a sus pacientes investigaciones, en las que el fuego es parte fundamental, consiguió que se pudiese pintar sobre la piedra sin que los elementos lograsen borrarla jamás. Gustavo nos dice que "frente a la química del horno, está la vía húmeda para la experimentación. Existía una formula mágica que el brujo y el nigromante en vez de divulgar, ocultaban cuidadosamente, porque la cultura requiere jerarquía y gradación. La transmisión del secreto se interrumpía a veces, porque el brujo, quemado se lo llevaba al otro mundo". Como si fuese fiel a esta tradición, tal vez para traspasárselas a algún discípulo favorito, no dejó constancia escrita de sus investigaciones.

Arderius, el ceramista de su novela "El señor Doro" decía que cada cerámico moría con sus secretos y en cada época el hombre que amaba la fiesta del color, tenía que crearse la industria entera solo para él: "Cuantos darían gustosos la vida para leer este memorial. La mitad del libro son fórmulas de química, combinaciones de la nitroglicerina y del tulminato de mercurio; el resto son acotaciones sobre las temperaturas del horno; ya no me faltan más que los rojos de cobre".

Hablar de la cerámica en la obra de Gustavo no es algo descaminado. Hubiera podido ser, si juzgamos por sus óleos, un gran ceramista; se adivinaba en los óleos una afición reprimida por las coloraciones ardientes interiores, que deja el foco en las tierras que pasaron por la llama. Parece, efectivamente, en no pocas cerámicas, que la llama quedó en parte allí, cuajada, flameando en diversos momentos, lanzando desde lo interno de su color otra fulguración distinta y encendida. En los óleos de Maeztu ocurre que: sus figuras refulgen en la sombra y dentro de un verde o de un morado, destella un resplandor ígneo del alfarero que, al pintar, estuviera pensando en su horno.

A partir de ahora Gustavo dedicará parte de su tiempo no solo a realizar proyectos con su nueva técnica, sino también, a difundirla mediante conferencias que le permitan exponer sus investigaciones. Una de estas sesiones divulgativas tuvo lugar en la Asociación de Arquitectos de Madrid, sita en la calle Príncipe Pío, n° 1610. Pero Gustavo no se limitará a exponer sus ideas, durante la conferencia se realizaron diversas muestras de la técnica de las encaústicas.

Si el mural, sobre todo desde la pintura de los grandes artistas mexicanos, Siqueiros y Orozco, adquirió un matiz social, este elemento no se halla en las preocupaciones de Maeztu, deseoso de manifestar algo que latía en su pintura y que le obligaba a buscar los grandes espacios. Esto nos lleva a pensar que si su concepto no era socializante sí llevaba implícita la idea, (por otra parte presente en los manifiestos de la tan mentada Sociedad de Artistas Vascos), de embellecimiento de la ciudad. También se veía obligado a modificar su concepto del cuadro. Aquí, en el muro, perdía su entidad como elemento aislado y se convertía en parte de un entramado urbano, por lo que su lectura perdía valor literario y simbólico para convertirse en parte de un escenario más amplio, en un objeto de carácter puramente decorativo.

Su espíritu inquieto, ese que hemos calificado de humanista, llega aquí a su culminación: "está siempre dispuesto a las cabalgadas imaginativas y las aventuras estéticas. Le quita sosiego lo que acaba de presentir y se despide sin pesar ni nostalgia de lo que ha conseguido". Como un alquimista de los que ilustran sus folletines, descubrió una fórmula, un procedimiento pictórico de decoración sobre planchas de piedra artificial, sea cual fuese su composición: uralita, cemento, mármol, incluso hierro. Pero esto ya se había realizado anteriormente. Su éxito, su piedra filosofal, radicará en haber conseguido que los agentes nocivos que podían existir en el muro y por lo tanto, atentar contra la conservación de la pintura, quedarán totalmente aislados de la plancha en que estaba trabajada la misma. La ventaja, de carácter práctico, hacía que fuesen insensibles al fuego, al agua y al polvo.

En la conferencia dada ante los arquitectos el día 26 de octubre efectuó diversas experiencias prácticas, utilizando un soplete de tres presiones, alcanzando temperaturas desde 800° hasta 12.000°, sobre planchas de piedra, hierro y cemento pintadas; pudiendo demostrar, como los colores se incrustaban en la materia de tal forma que, quedaban inalterables y permanentes a la acción del aire, el agua, el polvo y todos cuantos agentes pudiesen ser nocivos, evitando el cuarteado y otras alteraciones que pudiesen sufrir las pinturas.

El 14 de mayo de 1929 inauguraba en la sala del Ateneo Guipuzcoano, en San Sebastián, una exposición de acuarelas, dibujos, proyectos de encaústicas, figurando un total de treinta obras. Entre los proyectos presentados se encontraba el de "San Sebastián a su reina", de concepción bella y acertadamente trazada. Proyecto para ser realizado a la encaústica, y que se añadía a otros que la ciudad de San Sebastián, mediante colecta, quería erigir a la reina María Cristina.

Pero más importante que la exposición fueron las dos conferencias de carácter didáctico que dio en el mismo salón. El 11 de mayo, y presentado como escritor y pintor por el director del Ateneo, don Fermín Vega de Seoane, pronunció su primera disertación. Antes de entrar en materia, se permitió un pequeño exordio titulado "Negosios", de tipo humorístico, tras el cual procedió al estudio histórico de la encáustica. Se proponía hablar de algo considerado envuelto en las brumas del pasado. En su continuo deambular por el mundo había obtenido resultados prácticos, penetrando por intuición en el secreto de los antiguos "ensueños no líricos, sino más bien de contratista".

Según el planteamiento de Gustavo, los griegos fueron los primeros en utilizar las ceras en sus naves multicolores para dar a éstas y a la madera brillantez y defensa contra los elementos extraños. La cera, que preserva a las materias de todas las alteraciones, es muy sensible al agua, y, sin embargo, la verdadera pintura a la encáustica es resistente al fuego, al agua y al polvo.

Continuaba su disertación histórica hablando de la escuela de Alejandría, de su simbolismo, de las pinturas murales del palacio de los Betis, en Pompeya, cuyos componentes eran glicerina, cera y una sustancia misteriosa diluida en el sílice del muro. También habló de la pintura mural española que había visto en sus viajes por la geografía española, sobre todo, de las iglesias románicas de Soria y Burgos. Esto, sin olvidarse de hacer referencia a las pinturas rupestres de Altamira y Francia. Añadía Gustavo que en este país se inició la encáustica durante el año 1848, para pasar posteriormente a España en 1890, conviniendo todos en que la pintura mural por excelencia era la encáustica. Pintura que además carecía de grandes secretos, pues consiste en un fraguado de las capas de color que se va realizando "precisa, fatalmente, a lo largo de minuciosas operaciones".

Tras trabajar con el cemento (materia ingrata que arroja constantemente un polvillo de cal), tuvo la sospecha de que el secreto de la resistencia de la encáustica, en contra de lo escrito antigua y modernamente, estribaba principalmente en la porosidad del muro, y esto fue lo que centró sus trabajos. Antes de pasar a la parte práctica de la conferencia, Gustavo terminaba por decir que, desde hacía treinta años que manejaba la paleta, su preocupación había sido siempre la misma: "aquello que puede ser bello puede también ser eterno". La exposición que debía de ser clausurada el 21 de mayo, tuvo tanto éxito, que hubo de ser prorrogada un día más y Gustavo se vio obligado a hacer una nueva prueba el día 22, ante un público compuesto por numerosos arquitectos, entre los que se encontraban Pavía y Aguirre, maestros de obras.

También estaba presente en la sala el Alcalde de San Sebastián, el señor Beguiristáin. Esta vez, basó su conferencia en dar explicaciones técnicas y detalles acerca del fundamento de su descubrimiento. Añadió a lo anterior, que sólo podía haber demostrado la inalterabilidad de sus encáusticas al fuego; pero como eran también inatacables a la humedad, quería comprobarlo prácticamente, y para ello, prometió enviar al señor Beguiristáin unas encáusticas hechas sobre piedra para que las mandase colocar y las dejase a la intemperie a fin de probar como, ni el aire ni la lluvia, ni el calor, las cambiaba ni las atacaba lo más mínimo. Ofrecimiento que fue aceptado por el Alcalde y con el que Gustavo pretendía demostrar las excelencias de sus obras, ya que en caso afirmativo tendría indudables aplicaciones en la edificación y artísticamente, en el adorno de las fachadas, monumentos, etc. Planteamientos que serán la base de sus ideas en la década de los treinta.

Los años 1930 - 1931

Los años 1930 - 1931

Los años 1930 y 1931, significarán un extraño paréntesis en el discurso creativo de Gustavo. Si bien, seguirá produciendo con intensidad, lo hará en la sombra de su estudio y obviando todo aquello que a su alrededor acontecía, impasible ante los actos y exposiciones. Más preocupado por sus propios retos que por la opinión que en los demás éstos pudiesen provocar.

Sin embargo, dada la imagen literaria que de Gustavo tenemos, no estaría de más pensar que este hombre tan propenso a las fantasías, "redondo como un abate, cordial y de ojos interrogadores que parecen dibujados por Bagaría”, hubiese emprendido viaje a Shanghai, en la lejana China para conseguir, que alguna china "me haga el amor".

Como le decía en Londres la bailarina Vaiolet: "solamente los ojos de una china levantarían el musgo de tu corazón. Debes irte a Shanghai".

Pero no todo es literatura. Trabajo en el cine. Durante 1930 interviene como asesor ambiental de la película "La Canción del día" primera película sonora española rodada en estudios ingleses, producida por el arquitecto don Saturnino Ulargui, conocido de Gustavo y a quien retrató en 1924, película dirigida por G.B. Samuelson.

Esta labor cinematográfica la compartirá con el estudio de la técnica del grabado, su nueva empresa artística. Con esta finalidad, creará en Tolosa una empresa de ediciones artísticas que llevará por nombre Gustavo David con el objeto de editar dibujos originales de Gustavo pero grabados por el artista tolosarra David Álvarez. Su primer trabajo fue la realización de dos estampas trabajadas sobre planchas de cinc y tiradas bajo el procedimiento de la punta seca, y en máquinas especiales, a todo color, en una edición limitada y al precio cada una de 35 pesetas. Los motivos, llevarán por título "Villa de Ibarra" y " Anochecer de Ibarra".

Los dos grabados estaban realizados sobre papel inglés especial y serían distribuidos para España y América por la Sociedad Editora "Sección Artística Pedro Doussinague" de Tolosa.

En 1931, la familia abandonará la casa de la calle Orueta, n° 4. La vivienda, de tres plantas, estaba dividida en tres espacios. El primer piso acogía la Academia, el segundo servía de vivienda y en el tercero tenía Gustavo su estudio. Además de utilizar este último piso, en vacaciones hacía uso del patio (donde en período lectivo jugaban las alumnas), para pintar sus obras de gran formato. En la puerta de la calle figuraba una placa dorada con el nombre de Maeztu. Una vez traspasado el portal, había varios cuadros y en las escaleras muchos más. El motivo para el desalojo de la vivienda fueron los problemas con Indalecio Prieto, a la sazón, director de "El Liberal", cuyo domicilio social le hacía vecino de la familia Maeztu.

El dueño de la casa don Horacio Echevarrieta, quería tirarla, por lo que tuvieron que trasladarse a un piso de la calle General Concha, situado en el n° 18. Este piso seguía siendo de grandes dimensiones, contabilizando un total de 15 habitaciones.

En él seguía doña Juana impartiendo sus clases y Gustavo, pintando. El colegio siempre fue una necesidad económica para doña Juana. Gustavo, aunque vendía de vez en cuando, enseguida se quedaba sin dinero, generoso como era con sus amigos, por lo que recurría a su madre para seguir cubriendo sus gastos.

Toda la organización de Gustavo será doña Juana, con la cual siempre se mostró muy cariñoso y zalamero. En palabras de Venancio del Val, doña Juana "fue un ejemplo de mujer fuerte y de madre que hizo frente con valentía a la situación de la familia cuando le llegó el contratiempo económico". Con su actitud y su denodado trabajo, consiguió que todos los hijos le debieran el desarrollo de sus vocaciones, "la libertad de elegir, el poder seguir el impulso vital que le llevaba a cada uno por un sendero distinto y siempre personalísimo".

En esta nueva casa, Gustavo disponía de una habitación que recibía el nombre de "italiana", en la que instaló su estudio. Como libros de cabecera, en su mesilla tendrá el llamado catecismo "Ascete" y la novela "La Buena Juanita". Aquel revolucionario y anticlerical de sus primeros años, seguirá ahora los pasos de su hermano Ramiro, convirtiéndose en un monárquico convencido.

En junio de 1931 expone catorce obras en el Palacio de los Tilos de Granada, obras relacionadas con sus nuevos procedimientos de la encáustica y la litografía.

Estella. 1936 - 1947

Estella. 1936 - 1947

En mayo de 1936 daba por concluida la obra del Salón de Sesiones de la Diputación Foral de Navarra.

En junio de ese año, Gustavo recalaba nuevamente en Madrid, participando en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Presentaba tres cuadros: "Costas vascas", "Pescadores" y "Jota Navarra, Roncal". Este último, de reciente factura. Era producto de sus viajes por Navarra, en cuya ciudad de Estella se asentaría desde el mes de mayo, tras finalizar sus paneles para la Diputación en Pamplona.

En Estella, junto a doña Juana, madre de la saga, y doña Julia Landa quien les cuidaría durante sus últimos años, vivirán en la llamada "casa blanca", sita en el paraje denominado Los Llanos, a orillas del río Ega, rincón que descubrió mientras buscaba motivos para los paneles de Diputación.

Para contemplar estos paneles ya terminados, se traslada a Pamplona Ramiro de Maeztu, de quién la prensa Navarra publicaba diariamente crónicas y artículos. Tras conocer las obras, pasó en Estella unos días junto a su madre y hermano. El día 12 de julio partía Ramiro a Pamplona acompañado de su madre para comer en casa del conde de Rodezno.

El mismo día salía para Madrid. Poco después, escribía a la familia indignado por la muerte de Calvo Sotelo, presagiando el triste destino que le esperaba al país. Unos días más tarde y tras el alzamiento, será hecho prisionero y trasladado a la cárcel de mujeres de Madrid, de donde saldría para ser ejecutado el día 11 de noviembre. Se inician para la familia Maeztu años de gran amargura. Ramiro asesinado y todos sus enseres en Bilbao. Moría de manera trágica quien había sido un referente vital en el pensamiento de Gustavo.

En la "casa blanca" permanecieron hasta junio de 1937, cuando por problemas de salud de la vital pero anciana madre (que no podía soportar tanta humedad), se trasladan a la calle Mayor. Aún siguió utilizando durante un tiempo la "casa blanca" como almacén de sus obras. Pero pronto trasladó su estudio definitivo a la calle Astería. En este nuevo emplazamiento, mostrará sus obras tanto a sus amigos como a los clientes y también celebrará fiestas y reuniones distendidas. Las obras de Gustavo, como no podía ser menos por su inclinación a favor del bando alzado, empezaron a adquirir un contenido político, retratando a los personajes más significativos del alzamiento. El 14 de septiembre de 1936 y en primera pagina, el "Diario de Navarra" publicaba un dibujo del General Mola, salido de la mano de Gustavo. Servía para ilustrar la noticia de la toma por los requetés y los falangistas de la ciudad de San Sebastián. Poco más tarde, en diciembre, otro dibujo suyo aparecía en el mismo periódico. En esta ocasión, el retratado era del organista, compositor y pedagogo Miguel Echebeste, quien iba a realizar un concierto de órgano en beneficio del Aguinaldo del Combatiente en la iglesia de San Lorenzo de Pamplona.

El mismo escudo que había plasmado en el Salón de Sesiones de la Diputación, se convertía en referente de Navarra, sirviendo de representación para acoger el título de "Navarra por España: nuestra Diputación Foral ante el movimiento salvador". El general Franco y José Antonio Primo de Rivera, pasaron a engrosar su carpeta de autolitografías.

Durante el verano de 1937, Gustavo se trasladará, casi a diario, hasta el cercano monasterio de Irache para realizar la obra "El General Zumalacárregui", primera obra realizada a través de la plancha, luego abocetado al óleo y definitivamente trasladado a un lienzo de grandes dimensiones. Dadas las proporciones de la obra, necesitaba disponer de un amplio espacio. Debido a esta circunstancia, los padres escolapios (quienes regentaban el edificio), le cedieron la sala capitular para poder trabajar en tan importante obra. Hacía solo tres años que se había celebrado el centenario de la muerte del General.

Transcurrido este año de 1937 en la placidez de su retiro estellés, no expuso hasta el año siguiente. Múltiples serían las anécdotas a contar de su vida cotidiana, ya que su imagen en la ciudad del Ega no podía pasar desapercibida.

Al igual que la de su madre, quien con cerca de 80 años, volvió a dar clases de inglés a pesar de la oposición de sus hijos, para poder sanear la maltrecha economía doméstica.

Entre los días 1 y 9 de septiembre, Gustavo expuso una nueva colección de sus obras en la Galería Singer de San Sebastián, que estaba situada en la Avenida de España. Estos locales, destinados a la venta de máquinas de coser recibían en estos momentos el pomposo nombre de Galería.

Enseñaba un total de 19 acuarelas, 15 óleos y su obra completa de autolitografías. Entre los títulos menudeaban las referencias a Navarra: Valle de Salazar, Mañeru, Cirauqui, Lumbier, Pamplona, destacando las imágenes de Estella con "Puente de Estella", "Noche en San Miguel. Estella", "La cruz de los castillos desde el Ega", "Fruteras valencianas en Estella". También mostraba cuadros ya de sobra conocidos del público aficionado, como "Los siete niños de Écija" o "Fantasía romántica". La exposición tuvo tal éxito que debió de ser prorrogada.

Terminada la exposición, Gustavo partía para los baños de Cestona con el fin de pasar unos días del mes de octubre descansando. Desde allí, envió a su amigo Anastasio Martínez (comerciante y dueño de la entrañable tienda de marcos y cuadros de la calle Estafeta de Pamplona), varias obras.

La tienda de la calle Estafeta se convirtió para Gustavo (tan amante de las tertulias), en un lugar de reunión con sus amigos, una especie de tertulia artística a la que acudirán artistas y amigos del pintor. Pero no sólo servía el local para intercambiar opiniones, en él, Gustavo solía echar la siesta, convirtiendo el espacio en un autentico salón casero.

Finalizada la fraticida contienda, dos años después de la caída de Bilbao en manos de las tropas alzadas, se inauguraba el día 20 de abril de 1939 una exposición de Bellas Artes en la capital de Vizcaya.

La muestra, organizada por la Jefatura Provincial de Propaganda y bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Bilbao, contó con la asistencia del Ministro de Industria y Comercio, señor Suances, el Subsecretario del Ministerio de Educación Nacional y autoridades civiles, militares y del Movimiento.

El número de obras, entre pintura, escultura y la sección de artes decorativas, ascendía a 144.

Una de las salas estaba íntegramente dedicada al triunfador de la última Bienal de Venecia, celebrada en 1938, el pintor eibarrés Ignacio Zuloaga. Gustavo de Maeztu, que también había acudido a la Bienal veneciana (colgó un total de cinco cuadros), exponía en la sala segunda su exitoso cuadro sobre el "General Zumalacárregui" y "Los novios de Vozmediano". En la misma sala se mostraban esculturas de Moisés de Huerta y de Julio Beobide, pinturas de Ángel Larroque, Ángel Garavilla, Enma García Iturri, "Joma" y Javier Cortés.

Con esta exposición, en palabras del jefe interino de Propaganda de Vizcaya, don Julián Valle, se quería demostrar ante el mundo "la fuerza creadora de los españoles, que en plena guerra, siguieron en la retaguardia el ritmo de los combatientes, cuidando de la cultura, base del engrandecimiento de los pueblos".

El 1 de mayo de 1940, la parroquia de San Francisco Javier de Pamplona se trasladó a una lonja que se había habilitado en la avenida del general Franco, por el arquitecto navarro y gran amigo de nuestro artista, Víctor Eusa, quien en estos momentos ostentaba el cargo de Arquitecto Municipal.

Dentro del nuevo local, se colocó el cuadro que recientemente había terminado Gustavo, representando al titular de la iglesia, "San Francisco Javier".

Gustavo de Maeztu vivía cada vez más integrado en la ciudad del Ega. Retoma el mundo de juventud, en el que la necesidad de realizar proyectos le desbordarán a él y a sus amistades. Hombre fantástico, mezcla de ingenuidad y de alegría, de ilusión y de excentricidad, como le definió José María de Iribarren, se embarca en ideas como la de instalar en el alto del Puy, un hotel "estupendo" al que acudirían cazadores de todo el mundo a matar la paloma desde la choza en la época de pasa.

Anhelaba instalar su estudio en la explanada de San Miguel, en lo más elevado de Estella: "Será todo de cristal. Estella, abajo, a mis pies. Yo encima, como un rey: viendo a todos. A mi no me verán. Y yo dentro, pintando".

Quienes todavía viven en la ciudad del Ega le recuerdan como un hombre bueno y afable que hacía partícipe de sus alegrías a todos aquellos que le rodeaban.

Y la prueba de este cariño fue que consideró a la ciudad de Estella como la depositaria del trabajo de toda su vida. Regaló su obra a la ciudad que tanto quiso y que con tanta simpatía supo captar.

Quien mejor que su gran amigo José María Iribarren, para valorar lo que fue Estella para Gustavo: "Decía que, en todo el mundo no había encontrado más que tres tipos interesantes para sus cuadros y dos ciudades en las que merecía la pena vivir. Los tipos: el chino, el marino de Amsterdam y el labriego estellés. Las dos ciudades: Londres y Estella".

Volviendo al mundo de las exposiciones, en 1941 y del 15 al 28 de noviembre, mostrará de nuevo su obra en Barcelona. El escenario, esta vez será la Galería Pallarés, situada en la calle del Consejo del Ciento, siendo en esta ocasión las obras expuestas, un reflejo de los trabajos de sus últimos años. En el catálogo de la exposición, junto a la sucinta biografía del artista, aparecían recogidas la totalidad de las obras colgadas. La muestra se dividía en cinco apartados, dando una coherencia al conjunto expositivo. Destacaban, una serie de óleos agrupados bajo el título "Composición".

Se contemplaban obras ya conocidas como "Pierrot en la taberna", cuadro tan emblemático en la oEl cazador de Baigorri", "Eva", junto a otras obras más recientes como "Vuelta de la Guerra", "Zumalacárregui, estudio" o "Julio César en Tarragona". Por la disposición y las características estético-cronológicas, se adivinaba un deseo claro por parte de Maeztu, de ofrecer una visión panorámica de su ya larga trayectoria.

El tema amoroso, poseedor en sus cuadros de un carácter romántico, quedaba reflejado en su óleo "Los novios de Vozmediano" y de una forma más acentuada y menos escultórica, en obras más recientes como "Nocturno de Guipúzcoa" y "Beethoven y el poeta", de más ricas tonalidades cromáticas y llenos de imágenes fantásticas ambientadas en adornados estanques decorados con la presencia de cisnes. Todo ello envuelto en una mágica luz azul-verdosa, que también utilizó para algunos de sus paisajes urbanos. Paisajes siempre concebidos en su obra como la traslación de un estado del alma.

Y aunque partía de una realidad, el paisaje no se hallaba en la naturaleza, estaba en su sentimiento y esto en Maeztu significaba ensoñación, por lo que creó ámbitos llenos de poesía y de imaginación decorativa. Estos valores eminentemente expresivos son los que le llevaran a presentar la luz y el color de las maneras más originales y contrapuestas. Junto a matices delicadísimos nos encontramos con violentos tonos, junto a formas bien construidas, meras impresiones de dibujo, junto a gradaciones luminosas de gran belleza, simples efectos de luz. El mejor ejemplo de esta forma de laborar lo podía contemplar el público madrileño en dos cuadros emblemáticos: "Pierrot en la taberna" y en el más reciente titulado "Cocina vasca" ambos pletóricos de efectos atmosféricos.

Además de estas exposiciones, Gustavo seguía utilizando la tienda de cuadros de su amigo Anastasio Martínez como centro de venta de sus obras. Pero no exponía solo, junto a sus creaciones compartían espacio las de los pintores navarros Ciga y Basiano, continuando con sus tertulias cada vez que se desplazaba de Estella a Pamplona. Tertulias a las que también acudirán jóvenes con aspiraciones creativas como Jesús Lasterra.

Su última Exposición Nacional fue en 1945, con un cuadro de grandes pretensiones, titulado "El toro Ibérico". La obra dio origen a numerosos comentarios todos muy negativos para Gustavo, lo que le produjo una fuerte decepción y tristeza. Al fracaso del cuadro se vino a unir la tristeza por la muerte de su madre.

Con el tiempo, la relación entre Gustavo y su madre se había convertido en una situación de mutua interdependencia, pero sobre todo del hijo hacia la madre. Para Gustavo no había nada más que su madre y ésta sentía debilidad por su hijo. Toda la organización del hijo era doña Juana, con la que siempre fue muy cariñoso y zalamero. El Jueves Santo, el día 28 de marzo y a la edad de 89 años, fallecía doña Juana, mujer de carácter, gran luchadora, infatigable y enormemente querida por todos aquellos que la trataron y que nunca dejaron de llamarla Señora.

Gustavo ya no levantó cabeza. Prácticamente dejó de pintar. Su salud se fue deteriorando progresivamente, bebía cada vez más (dos botellas de vino sin comer). Dejó de ser aquel gran gourmet y comedor al que le gustaba que le repitiesen aquellos platos con que se había deleitado en los restaurantes. Y perdió la alegría de vivir.

Las Amescoas, eran para Gustavo, la entraña y la esencia de Estella. Y sobre estos parajes versaron sus últimos trabajos literarios. Comenzaba su disertación histórica con la recreación de un hecho que situado en el tiempo del general Pompeyo deriva en la fundación de Pamplona, para terminar con el origen "amescotarra" fundada por un oscuro y misterioso personaje llamado Lupo o Lope en el año 182 de la era de Cristo. Centrándose en los textos del Príncipe de Viana y en los "Anales" del Padre Moret, pretende demostrar que "Tierra Estella" es el lugar originario del termino "Navarris", mientras que en la vertiente de Pamplona el término era de los "pompelones".

Terminaba una serie de artículos, trabajados con seriedad, tratando de aportar unos datos que él consideraba verdaderos. Pero creemos que el valor estriba en un intento de Gustavo de retomar la vertiente literaria de su producción artística, sintiéndose incapaz de retomar la obra pictórica. Ante una realidad adversa, cargada de soledad y frustración, se recoge, refugiándose en una actividad casi literaria, que no pone freno a sus sueños. Situación semejante a la que pasara allá por 1909 cuando, desanimado de la pintura, se instaló al abrigo de la pluma de su amigo Meabe.

El contacto con estos pastores le permite conocer nuevos paisajes. Desde Eraul realiza una excursión hasta las ruinas del monasterio de Irache, acompañado por dos amigos y, al contemplarlo desde la distancia "triste y quieto", le surge la comparación con una pirámide egipcia. El paisaje que encierra al monasterio le subyuga y, lo considera uno de los rincones más bellos de la península, sólo comparable con lo que el había visto en las estribaciones de Sierra Morena, en la provincia de Córdoba: "Es la montaña, pero una montaña llena de luz, casi el Paraíso". Y a esta aseveración volvía cuando repetía que el cielo de Estella era el más transparente de Navarra.

La enfermedad progresó iracunda y despiadada, acabando apresuradamente con su vida.

Estella, ciudad en la que llevaba viviendo once años y a la que con el tiempo Gustavo convirtió en su plácido refugio, respondió al artista con cariño y afecto ante el amor que este le había demostrado y así el 4 de febrero de 1947, a instancias de su buen amigo y secretario del Ayuntamiento don Francisco Beruete, le nombró en sesión plenaria del Ayuntamiento, Hijo Adoptivo de la ciudad tras aprobar el pleno municipal la moción presentada por la alcaldía.

Gustavo se encontraba cada vez más enfermo, un día antes del nombramiento, el día 3 de febrero, recibía los Santos Sacramentos, encontrándose en esos momentos sus familiares, entre ellos su hermana María recientemente llegada de Buenos Aires y Ángela.

El día 9 de febrero a las nueve y media de la mañana, con 58 años de edad, fallecía en su domicilio de la calle Mayor, Gustavo de Maeztu. Estaban presentes en sus últimos momentos sus hermanos Ángela, Miguel y María, Mabel Hill (viuda de Ramiro), Ana Cortina y sus sobrinos, María Rosales de Lastagaray y Juan Manuel Maeztu Hill.

El duelo fue grande y la noticia se recogió de manera sentida en la prensa nacional. En el diario "Arriba" de Madrid, se reproducía un fragmento del tríptico "la tierra Ibérica" acompañando a un texto escrito por Eduardo Lloset, director del Museo Moderno. En el texto se hacía una semblanza sentida del amor de Gustavo por Estella "me he ido a vivir a Estella -nos decía Gustavo a poco de avecindarse en la noble ciudad para desquitarme de los años de vida española que perdí" y recalcaba "Mira como será de heroica y de firme que en vascuence se le llama Lizarra" .

Al margen de toda referencia concreta sobre el dolor que la muerte de Gustavo provocó en todos aquellos que le conocieron, sirva el texto que a continuación cierra esta primera parte, salido de la pluma y el sentimiento de su buen amigo José María Iribarren para glosar el dolor que este hecho provocó en la ciudad que compartió con el pintor sus últimos años: "Si hubierais visto Estella el día de su entierro: el cielo gris, las calles mudas y el paisaje invernizo daban a la mañana una impresión silente y funeral. Doblaban las campanas en el aire pasmado y friolento, y las gentes de la ciudad, las que iban hacia el campo en sus caballerías, las que hacían sus compras en las tiendas de la calle Mayor, marchaban con el gesto adolecido y tácito de quien siente en el alma la muerte de un paisano queridísimo.

¡Pocas veces se dará el caso de un homenaje póstumo tan cordial y sincero, tan hondo y comunal, de un pueblo hacia un artista!.

Era el pago en moneda Navarra de cariño y dolor hecho al pintor bohemio y trotamundos que en el otoño de su vida andariega sintió en el alma la atracción de Navarra y eligió a Estella como sitio ideal de retiro y trabajo, de vi-da y muerte.

Allí quedó, junto a los restos de su madre, bajo esa tierra mollar y roja, clásica y foral, donde arraigan la vid y el olivo, en medio de ese paisaje maravilloso que él amó tanto; sobre un cerro bermejo que mira al Ega reluciente, orillado de chopos, ya los montes de encinas con crestas de granito que ondulan grises en la lejanía y al fondo de los cuales Montejurra, como un Olimpo fanfarrón, alza su mole malva, de violentas aristas.

El sol había entibiado la mañana, y por el cielo alto y azul bogaban unas nubes de acuarela. El fino cierzo de la Améscoa despeinaba la testa de un fotógrafo y hacía cabecear las copas de los mustios cipreses. Tenía el aire esa divina transparencia, esa radiante luminosidad que exalta los colores del paisaje y nos acerca las distancias en sus más íntimos detalles.

Los que le acompañamos hasta la tumba sentimos en el alma la congoja entrañable de haber dejado en ella un pedazo del alma, un amigo cordial y un hombre insigne que pasó por el mundo pintando cosas bellas y repartiendo abrazos".

Estella. 1936 - 1947

Estella. 1936 - 1947

En mayo de 1936 daba por concluida la obra del Salón de Sesiones de la Diputación Foral de Navarra.

En junio de ese año, Gustavo recalaba nuevamente en Madrid, participando en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Presentaba tres cuadros: "Costas vascas", "Pescadores" y "Jota Navarra, Roncal". Este último, de reciente factura. Era producto de sus viajes por Navarra, en cuya ciudad de Estella se asentaría desde el mes de mayo, tras finalizar sus paneles para la Diputación en Pamplona.

En Estella, junto a doña Juana, madre de la saga, y doña Julia Landa quien les cuidaría durante sus últimos años, vivirán en la llamada "casa blanca", sita en el paraje denominado Los Llanos, a orillas del río Ega, rincón que descubrió mientras buscaba motivos para los paneles de Diputación.

Para contemplar estos paneles ya terminados, se traslada a Pamplona Ramiro de Maeztu, de quién la prensa Navarra publicaba diariamente crónicas y artículos. Tras conocer las obras, pasó en Estella unos días junto a su madre y hermano. El día 12 de julio partía Ramiro a Pamplona acompañado de su madre para comer en casa del conde de Rodezno.

El mismo día salía para Madrid. Poco después, escribía a la familia indignado por la muerte de Calvo Sotelo, presagiando el triste destino que le esperaba al país. Unos días más tarde y tras el alzamiento, será hecho prisionero y trasladado a la cárcel de mujeres de Madrid, de donde saldría para ser ejecutado el día 11 de noviembre. Se inician para la familia Maeztu años de gran amargura. Ramiro asesinado y todos sus enseres en Bilbao. Moría de manera trágica quien había sido un referente vital en el pensamiento de Gustavo.

En la "casa blanca" permanecieron hasta junio de 1937, cuando por problemas de salud de la vital pero anciana madre (que no podía soportar tanta humedad), se trasladan a la calle Mayor. Aún siguió utilizando durante un tiempo la "casa blanca" como almacén de sus obras. Pero pronto trasladó su estudio definitivo a la calle Astería. En este nuevo emplazamiento, mostrará sus obras tanto a sus amigos como a los clientes y también celebrará fiestas y reuniones distendidas. Las obras de Gustavo, como no podía ser menos por su inclinación a favor del bando alzado, empezaron a adquirir un contenido político, retratando a los personajes más significativos del alzamiento. El 14 de septiembre de 1936 y en primera pagina, el "Diario de Navarra" publicaba un dibujo del General Mola, salido de la mano de Gustavo. Servía para ilustrar la noticia de la toma por los requetés y los falangistas de la ciudad de San Sebastián. Poco más tarde, en diciembre, otro dibujo suyo aparecía en el mismo periódico. En esta ocasión, el retratado era del organista, compositor y pedagogo Miguel Echebeste, quien iba a realizar un concierto de órgano en beneficio del Aguinaldo del Combatiente en la iglesia de San Lorenzo de Pamplona.

El mismo escudo que había plasmado en el Salón de Sesiones de la Diputación, se convertía en referente de Navarra, sirviendo de representación para acoger el título de "Navarra por España: nuestra Diputación Foral ante el movimiento salvador". El general Franco y José Antonio Primo de Rivera, pasaron a engrosar su carpeta de autolitografías.

Durante el verano de 1937, Gustavo se trasladará, casi a diario, hasta el cercano monasterio de Irache para realizar la obra "El General Zumalacárregui", primera obra realizada a través de la plancha, luego abocetado al óleo y definitivamente trasladado a un lienzo de grandes dimensiones. Dadas las proporciones de la obra, necesitaba disponer de un amplio espacio. Debido a esta circunstancia, los padres escolapios (quienes regentaban el edificio), le cedieron la sala capitular para poder trabajar en tan importante obra. Hacía solo tres años que se había celebrado el centenario de la muerte del General.

Transcurrido este año de 1937 en la placidez de su retiro estellés, no expuso hasta el año siguiente. Múltiples serían las anécdotas a contar de su vida cotidiana, ya que su imagen en la ciudad del Ega no podía pasar desapercibida.

Al igual que la de su madre, quien con cerca de 80 años, volvió a dar clases de inglés a pesar de la oposición de sus hijos, para poder sanear la maltrecha economía doméstica.

Entre los días 1 y 9 de septiembre, Gustavo expuso una nueva colección de sus obras en la Galería Singer de San Sebastián, que estaba situada en la Avenida de España. Estos locales, destinados a la venta de máquinas de coser recibían en estos momentos el pomposo nombre de Galería.

Enseñaba un total de 19 acuarelas, 15 óleos y su obra completa de autolitografías. Entre los títulos menudeaban las referencias a Navarra: Valle de Salazar, Mañeru, Cirauqui, Lumbier, Pamplona, destacando las imágenes de Estella con "Puente de Estella", "Noche en San Miguel. Estella", "La cruz de los castillos desde el Ega", "Fruteras valencianas en Estella". También mostraba cuadros ya de sobra conocidos del público aficionado, como "Los siete niños de Écija" o "Fantasía romántica". La exposición tuvo tal éxito que debió de ser prorrogada.

Terminada la exposición, Gustavo partía para los baños de Cestona con el fin de pasar unos días del mes de octubre descansando. Desde allí, envió a su amigo Anastasio Martínez (comerciante y dueño de la entrañable tienda de marcos y cuadros de la calle Estafeta de Pamplona), varias obras.

La tienda de la calle Estafeta se convirtió para Gustavo (tan amante de las tertulias), en un lugar de reunión con sus amigos, una especie de tertulia artística a la que acudirán artistas y amigos del pintor. Pero no sólo servía el local para intercambiar opiniones, en él, Gustavo solía echar la siesta, convirtiendo el espacio en un autentico salón casero.

Finalizada la fraticida contienda, dos años después de la caída de Bilbao en manos de las tropas alzadas, se inauguraba el día 20 de abril de 1939 una exposición de Bellas Artes en la capital de Vizcaya.

La muestra, organizada por la Jefatura Provincial de Propaganda y bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Bilbao, contó con la asistencia del Ministro de Industria y Comercio, señor Suances, el Subsecretario del Ministerio de Educación Nacional y autoridades civiles, militares y del Movimiento.

El número de obras, entre pintura, escultura y la sección de artes decorativas, ascendía a 144.

Una de las salas estaba íntegramente dedicada al triunfador de la última Bienal de Venecia, celebrada en 1938, el pintor eibarrés Ignacio Zuloaga. Gustavo de Maeztu, que también había acudido a la Bienal veneciana (colgó un total de cinco cuadros), exponía en la sala segunda su exitoso cuadro sobre el "General Zumalacárregui" y "Los novios de Vozmediano". En la misma sala se mostraban esculturas de Moisés de Huerta y de Julio Beobide, pinturas de Ángel Larroque, Ángel Garavilla, Enma García Iturri, "Joma" y Javier Cortés.

Con esta exposición, en palabras del jefe interino de Propaganda de Vizcaya, don Julián Valle, se quería demostrar ante el mundo "la fuerza creadora de los españoles, que en plena guerra, siguieron en la retaguardia el ritmo de los combatientes, cuidando de la cultura, base del engrandecimiento de los pueblos".

El 1 de mayo de 1940, la parroquia de San Francisco Javier de Pamplona se trasladó a una lonja que se había habilitado en la avenida del general Franco, por el arquitecto navarro y gran amigo de nuestro artista, Víctor Eusa, quien en estos momentos ostentaba el cargo de Arquitecto Municipal.

Dentro del nuevo local, se colocó el cuadro que recientemente había terminado Gustavo, representando al titular de la iglesia, "San Francisco Javier".

Gustavo de Maeztu vivía cada vez más integrado en la ciudad del Ega. Retoma el mundo de juventud, en el que la necesidad de realizar proyectos le desbordarán a él y a sus amistades. Hombre fantástico, mezcla de ingenuidad y de alegría, de ilusión y de excentricidad, como le definió José María de Iribarren, se embarca en ideas como la de instalar en el alto del Puy, un hotel "estupendo" al que acudirían cazadores de todo el mundo a matar la paloma desde la choza en la época de pasa.

Anhelaba instalar su estudio en la explanada de San Miguel, en lo más elevado de Estella: "Será todo de cristal. Estella, abajo, a mis pies. Yo encima, como un rey: viendo a todos. A mi no me verán. Y yo dentro, pintando".

Quienes todavía viven en la ciudad del Ega le recuerdan como un hombre bueno y afable que hacía partícipe de sus alegrías a todos aquellos que le rodeaban.

Y la prueba de este cariño fue que consideró a la ciudad de Estella como la depositaria del trabajo de toda su vida. Regaló su obra a la ciudad que tanto quiso y que con tanta simpatía supo captar.

Quien mejor que su gran amigo José María Iribarren, para valorar lo que fue Estella para Gustavo: "Decía que, en todo el mundo no había encontrado más que tres tipos interesantes para sus cuadros y dos ciudades en las que merecía la pena vivir. Los tipos: el chino, el marino de Amsterdam y el labriego estellés. Las dos ciudades: Londres y Estella".

Volviendo al mundo de las exposiciones, en 1941 y del 15 al 28 de noviembre, mostrará de nuevo su obra en Barcelona. El escenario, esta vez será la Galería Pallarés, situada en la calle del Consejo del Ciento, siendo en esta ocasión las obras expuestas, un reflejo de los trabajos de sus últimos años. En el catálogo de la exposición, junto a la sucinta biografía del artista, aparecían recogidas la totalidad de las obras colgadas. La muestra se dividía en cinco apartados, dando una coherencia al conjunto expositivo. Destacaban, una serie de óleos agrupados bajo el título "Composición".

Se contemplaban obras ya conocidas como "Pierrot en la taberna", cuadro tan emblemático en la oEl cazador de Baigorri", "Eva", junto a otras obras más recientes como "Vuelta de la Guerra", "Zumalacárregui, estudio" o "Julio César en Tarragona". Por la disposición y las características estético-cronológicas, se adivinaba un deseo claro por parte de Maeztu, de ofrecer una visión panorámica de su ya larga trayectoria.

El tema amoroso, poseedor en sus cuadros de un carácter romántico, quedaba reflejado en su óleo "Los novios de Vozmediano" y de una forma más acentuada y menos escultórica, en obras más recientes como "Nocturno de Guipúzcoa" y "Beethoven y el poeta", de más ricas tonalidades cromáticas y llenos de imágenes fantásticas ambientadas en adornados estanques decorados con la presencia de cisnes. Todo ello envuelto en una mágica luz azul-verdosa, que también utilizó para algunos de sus paisajes urbanos. Paisajes siempre concebidos en su obra como la traslación de un estado del alma.

Y aunque partía de una realidad, el paisaje no se hallaba en la naturaleza, estaba en su sentimiento y esto en Maeztu significaba ensoñación, por lo que creó ámbitos llenos de poesía y de imaginación decorativa. Estos valores eminentemente expresivos son los que le llevaran a presentar la luz y el color de las maneras más originales y contrapuestas. Junto a matices delicadísimos nos encontramos con violentos tonos, junto a formas bien construidas, meras impresiones de dibujo, junto a gradaciones luminosas de gran belleza, simples efectos de luz. El mejor ejemplo de esta forma de laborar lo podía contemplar el público madrileño en dos cuadros emblemáticos: "Pierrot en la taberna" y en el más reciente titulado "Cocina vasca" ambos pletóricos de efectos atmosféricos.

Además de estas exposiciones, Gustavo seguía utilizando la tienda de cuadros de su amigo Anastasio Martínez como centro de venta de sus obras. Pero no exponía solo, junto a sus creaciones compartían espacio las de los pintores navarros Ciga y Basiano, continuando con sus tertulias cada vez que se desplazaba de Estella a Pamplona. Tertulias a las que también acudirán jóvenes con aspiraciones creativas como Jesús Lasterra.

Su última Exposición Nacional fue en 1945, con un cuadro de grandes pretensiones, titulado "El toro Ibérico". La obra dio origen a numerosos comentarios todos muy negativos para Gustavo, lo que le produjo una fuerte decepción y tristeza. Al fracaso del cuadro se vino a unir la tristeza por la muerte de su madre.

Con el tiempo, la relación entre Gustavo y su madre se había convertido en una situación de mutua interdependencia, pero sobre todo del hijo hacia la madre. Para Gustavo no había nada más que su madre y ésta sentía debilidad por su hijo. Toda la organización del hijo era doña Juana, con la que siempre fue muy cariñoso y zalamero. El Jueves Santo, el día 28 de marzo y a la edad de 89 años, fallecía doña Juana, mujer de carácter, gran luchadora, infatigable y enormemente querida por todos aquellos que la trataron y que nunca dejaron de llamarla Señora.

Gustavo ya no levantó cabeza. Prácticamente dejó de pintar. Su salud se fue deteriorando progresivamente, bebía cada vez más (dos botellas de vino sin comer). Dejó de ser aquel gran gourmet y comedor al que le gustaba que le repitiesen aquellos platos con que se había deleitado en los restaurantes. Y perdió la alegría de vivir.

Las Amescoas, eran para Gustavo, la entraña y la esencia de Estella. Y sobre estos parajes versaron sus últimos trabajos literarios. Comenzaba su disertación histórica con la recreación de un hecho que situado en el tiempo del general Pompeyo deriva en la fundación de Pamplona, para terminar con el origen "amescotarra" fundada por un oscuro y misterioso personaje llamado Lupo o Lope en el año 182 de la era de Cristo. Centrándose en los textos del Príncipe de Viana y en los "Anales" del Padre Moret, pretende demostrar que "Tierra Estella" es el lugar originario del termino "Navarris", mientras que en la vertiente de Pamplona el término era de los "pompelones".

Terminaba una serie de artículos, trabajados con seriedad, tratando de aportar unos datos que él consideraba verdaderos. Pero creemos que el valor estriba en un intento de Gustavo de retomar la vertiente literaria de su producción artística, sintiéndose incapaz de retomar la obra pictórica. Ante una realidad adversa, cargada de soledad y frustración, se recoge, refugiándose en una actividad casi literaria, que no pone freno a sus sueños. Situación semejante a la que pasara allá por 1909 cuando, desanimado de la pintura, se instaló al abrigo de la pluma de su amigo Meabe.

El contacto con estos pastores le permite conocer nuevos paisajes. Desde Eraul realiza una excursión hasta las ruinas del monasterio de Irache, acompañado por dos amigos y, al contemplarlo desde la distancia "triste y quieto", le surge la comparación con una pirámide egipcia. El paisaje que encierra al monasterio le subyuga y, lo considera uno de los rincones más bellos de la península, sólo comparable con lo que el había visto en las estribaciones de Sierra Morena, en la provincia de Córdoba: "Es la montaña, pero una montaña llena de luz, casi el Paraíso". Y a esta aseveración volvía cuando repetía que el cielo de Estella era el más transparente de Navarra.

La enfermedad progresó iracunda y despiadada, acabando apresuradamente con su vida.

Estella, ciudad en la que llevaba viviendo once años y a la que con el tiempo Gustavo convirtió en su plácido refugio, respondió al artista con cariño y afecto ante el amor que este le había demostrado y así el 4 de febrero de 1947, a instancias de su buen amigo y secretario del Ayuntamiento don Francisco Beruete, le nombró en sesión plenaria del Ayuntamiento, Hijo Adoptivo de la ciudad tras aprobar el pleno municipal la moción presentada por la alcaldía.

Gustavo se encontraba cada vez más enfermo, un día antes del nombramiento, el día 3 de febrero, recibía los Santos Sacramentos, encontrándose en esos momentos sus familiares, entre ellos su hermana María recientemente llegada de Buenos Aires y Ángela.

El día 9 de febrero a las nueve y media de la mañana, con 58 años de edad, fallecía en su domicilio de la calle Mayor, Gustavo de Maeztu. Estaban presentes en sus últimos momentos sus hermanos Ángela, Miguel y María, Mabel Hill (viuda de Ramiro), Ana Cortina y sus sobrinos, María Rosales de Lastagaray y Juan Manuel Maeztu Hill.

El duelo fue grande y la noticia se recogió de manera sentida en la prensa nacional. En el diario "Arriba" de Madrid, se reproducía un fragmento del tríptico "la tierra Ibérica" acompañando a un texto escrito por Eduardo Lloset, director del Museo Moderno. En el texto se hacía una semblanza sentida del amor de Gustavo por Estella "me he ido a vivir a Estella -nos decía Gustavo a poco de avecindarse en la noble ciudad para desquitarme de los años de vida española que perdí" y recalcaba "Mira como será de heroica y de firme que en vascuence se le llama Lizarra" .

Al margen de toda referencia concreta sobre el dolor que la muerte de Gustavo provocó en todos aquellos que le conocieron, sirva el texto que a continuación cierra esta primera parte, salido de la pluma y el sentimiento de su buen amigo José María Iribarren para glosar el dolor que este hecho provocó en la ciudad que compartió con el pintor sus últimos años: "Si hubierais visto Estella el día de su entierro: el cielo gris, las calles mudas y el paisaje invernizo daban a la mañana una impresión silente y funeral. Doblaban las campanas en el aire pasmado y friolento, y las gentes de la ciudad, las que iban hacia el campo en sus caballerías, las que hacían sus compras en las tiendas de la calle Mayor, marchaban con el gesto adolecido y tácito de quien siente en el alma la muerte de un paisano queridísimo.

¡Pocas veces se dará el caso de un homenaje póstumo tan cordial y sincero, tan hondo y comunal, de un pueblo hacia un artista!.

Era el pago en moneda Navarra de cariño y dolor hecho al pintor bohemio y trotamundos que en el otoño de su vida andariega sintió en el alma la atracción de Navarra y eligió a Estella como sitio ideal de retiro y trabajo, de vi-da y muerte.

Allí quedó, junto a los restos de su madre, bajo esa tierra mollar y roja, clásica y foral, donde arraigan la vid y el olivo, en medio de ese paisaje maravilloso que él amó tanto; sobre un cerro bermejo que mira al Ega reluciente, orillado de chopos, ya los montes de encinas con crestas de granito que ondulan grises en la lejanía y al fondo de los cuales Montejurra, como un Olimpo fanfarrón, alza su mole malva, de violentas aristas.

El sol había entibiado la mañana, y por el cielo alto y azul bogaban unas nubes de acuarela. El fino cierzo de la Améscoa despeinaba la testa de un fotógrafo y hacía cabecear las copas de los mustios cipreses. Tenía el aire esa divina transparencia, esa radiante luminosidad que exalta los colores del paisaje y nos acerca las distancias en sus más íntimos detalles.

Los que le acompañamos hasta la tumba sentimos en el alma la congoja entrañable de haber dejado en ella un pedazo del alma, un amigo cordial y un hombre insigne que pasó por el mundo pintando cosas bellas y repartiendo abrazos".

 

Sobre Gustavo de Maeztu